Debí cogerle la mano entre esas calles estrechas de piedra como tres o cuatro veces. Ella sonreía entre flores rosas y blancas. Rozaba la timidez entre mis dedos. Yo iluso, sonriente, enamorado.
Debí besarla porque recuerdo el sabor de sus pequeños labios. Fresa, dulce, caramelo. Repetí dos o tres veces. Me obsesioné en sus comisuras. Besé mil veces sus cachetes, donde me sentí más de unas veces pequeño.
Debí de quererla a raudales. Y por eso aún conservo su olor, su amor, su color, su vicio. Debí de conocerla en profundidad. Sabía sus cosquillas, sus formas, sus inquietudes. La amaba, entre sus gustos y sus manías. La idea de ser suyo me reconfortaba.
Y ella en su habitación. Durmiendo sola. Ajena a mis sentimientos. Pensando que su sonrisa no era deseada. Tirando besos al aire. Siendo tan desconocida como idealizada.
Todo mientras yo soñaba.
Con ella.
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