sábado, 29 de septiembre de 2018

Todo lo que debí decirte anoche

Vayan por delante mis ganas, seguidas de tu piel, casi en línea a tus labios. Vaya por delante mi timidez, seguida de tu tatuaje, muy de cerca a escasos centímetros, nuestra ignorancia.

Vayan, si me permite vuestra merced, ir por delante su cuello, detrás mi boca, seguida ésta muy de cerca de tus ojos. Vayan, por delante el miedo, las excusas, y a punto de quitarles el puesto, las ganas.

Valga por delante mis letras, que a buen seguro la leen las tuyas. Sea dicho, tus pestañas, la noche, el olor a te quiero de tu perfume. Que si tuviera que hacerte mil fotos, ahí me plantaba hasta que terminara tus sueños. Que no hay mejor cámara que mi recuerdo pa' sacarte una sonrisa. Pa' comerte en este párrafo. Pa' decirte por escrito lo que tanto me callé en nuestros dos encuentros.

Valga por delante mis intenciones, el descaro, la osadía del que quiere y no debe. Que a buen seguro se guardan en el mismo rinconcito de la habitación donde me pusiste todos tus te quieros. Que ahora mismo daba la mitad de lo que tengo por todo lo que me gustaría besarte, por todo lo que me gustaría decirte, leerte de tu piel. Tocar de tus ojalás, y convertirlos a pleno derecho.

A mí ponme culpable de todos los delitos que se nos quedaron en las miradas. Que me multen por todo lo que te debo. Y apúntamelo en todas las deudas que tengo contra todo tu cuerpo. Porque esto va a ser un Betis contra Sevilla, un fútbol contra baloncesto, unas letras contra ciencias. Una piel morena con una blanca. Un escríbeme, que yo voy, y te leo.

A mí que me dejen contarte los lunares de la cara. A acariciar tu pelo. A mí hoy, me dejas contarte lo mucho que me he fijado en ti. Y lo poco que nos conocemos.
A mí, se me dejas, te pongo dos cervezas bien frías y nos alcoholizamos las heridas. Nos curamos en copas. A mí no me des esperanza que en minúscula yo ya no la quiero.

A mí no me digas que no se puede.

Que si vas a escribirnos un muro de no lo sabías,

Voy yo con todo lo que debí decirte anoche,
y te lo salto.

viernes, 21 de septiembre de 2018

Siempre le escribo un cuento

Se sentó muy lejos. No de longitud sino de tiempo. A cuatro o cinco filas de mí con su cuerpo levemente girado a la derecha, lado donde yo la miraba desde más arriba. En eso que parecía un teatro romano. Ella que parecía una mujer de buena familia, y yo, hijo de jornalero, pagando la entrada más barata, sentándome, como en la Antigua Roma, muchísimo más lejos. Como dos meses o así de olvido calculo que estuvimos sin vernos. Donde me dejó marchar. Dándome, casi la espalda, una de sus mejillas rosadas y sus pestañas. 

Se sentó muy lejos. Evitando cualquier mirada, negando cualquier palabra. De vez en cuando se apartaba su pelo. Pelo liso y castaño del que tanto he hablado y que recorría su cuello hasta sus finos y delgados hombros, donde ahí posaba, casi todo su encanto, casi todo su misterio.

Me dejó mirarla de perfil. Sobresaliendo unas pestañas largas y negras cuidadas de rimel que la hacían más niña, más guapa, más de otro verso. Yo la volvía a buscar, ella evitaba las miradas. Quizás por desconocimiento, quizás por heridas de entreguerra en cualquier otra batalla de besos. El caso es que me hizo olvidar el tiempo, el lugar. Ya no recuerdo ni la obra, la arena del anfiteatro, ni el momento.

Yo ya sabía de sus ojos, pero me quedé tan embelesado en mirarlos aquel diecinueve de mayo que olvidé sus detalles en ese momento. Y al estar ahí, arriba, mirándola de perfil, sus delgadas líneas negras me parpadeaban el corazón, haciendo casi al unísono mi latido a su parpadeo.

Cuando la vi levantarse e irse, la sigué con la mirada. Pero tras el barullo de gente, aplausos y su vestido negro a juego con el moreno de su verano, se fue toda mirada, toda posibilidad, y todo encuentro.

Menos mal que me queda su recuerdo de otoño, de su bolso, de su pelo. O esa ilusión que me dice que, en los momentos en los que yo no miraba, su iris color marrón se confundía con sus pestañas, mirándome por el rabillo del ojo.


Maldita sea, destino,
Que siempre que ella me deja marchar.
Yo siempre le escribo un cuento.

sábado, 1 de septiembre de 2018

Tú la llevas

La he vuelto a encontrar. Con esos labios de intenso rojo. Siempre a escasas dos mesas. A dos, tres butacas de mí. Ahí estaba riendo, ajena a su suerte. Ajena a todo lo que provoca escribir. A todo aquel don nadie que le dedica todo un 'tú la llevas'.

La chica de ayer, la más guapa de todas las que se sentaban a su alrededor. Ahí estaba un verano después dando una silenciosa guerra a todos mis sentidos. Poniendo patas arriba todos mis sentimientos. Provocando que, esto que parece un juego infantil, fuera un tuyo-mío de la timidez a escala local.

Me sé su nombre tanto como la forma de sus ojos. O como se recoge el pelo cada vez que le molesta. Me sé el tono de piel de su maquillaje muchísimo mejor que cualquier color que me puedas preguntar. Ese rosa muchísimo menos coralino, del tono de una agritos, flor rosácea de la familia de las Oxalis. Y me sé sus logros, sus sorpresas y su número de pintalabios rojo carmín dulce número 12. O hasta donde le llega el pelo cuando se lo suelta. Y lo bien que le queda cuando se lo recoge en una cola. Su cuello, sus manos, su silueta, su pecho, no sé, todo. Quizás me sepa hasta su color favorito.

Y uno que se pone a pensar y acaba dejando en el folio blanco todas esas cosas que fue acumulando de ella. Como por ejemplo, tengo en mi recuerdo sus primeras palabras. El primer encontrazo con mi vida. Su despiste de no encontrar una llave en su bolso marrón claro, con dos asas delgadas de cuero. O el despiste de ver que la puerta que teníamos frente a nosotros, esa mañana, estaba abierta. Por supuesto, ese día, nublado. Que después te pones a pensar si el destino deja indirectas a modo de guantazos. Si no juega con nosotros a los dados. Qué se yo,...

Lo que si sé con total certeza es todo lo que tengo. Un gracias, una mirada, quizás dos. No sé. Sé que llevo buscando el momento. Que llevo meses buscando su beso, su olor, su acercamiento. Llevo las ganas, el tiempo y todo lo que ella pueda querer pedir fuera de carta. Porque el amor se ha convertido en un buscarse. El enamorarse es esconderse para luego encontrarse. El eufemismo de irse conociendo. Que sin ser un pilla-pilla, esto ya se ha convertido en un juego con dos reglas básicas:
La primera: El amor nos ha jugado al escondite desde lo de las llaves.

La segunda,

Que tú la llevas.