sábado, 31 de octubre de 2020

Miedo al amor

Miedo al querer. A sentirse esencial en otra boca, a ser lo imprescindible de otra vida. Miedo a fallar, a no saber donde queda nuestra responsabilidad de ser el pilar del otro. Miedo a construir juntos, vaya a ser que la culpa sea nuestra. Miedo a la culpa, que siempre se adelanta a cualquier desastre sin avisar. Miedo a los besos, que no sabemos si vienen a desmontarnos de la vida o sólo a quitarnos la razón bajo las sábanas de un desorganizado cuarto. Miedo al cariño, que siempre nos lo han vendido de ida y vuelta, que nos lo han colorado de verde esperanza y nos lo han prometido hasta salirse del tiesto. 

Miedo a volar, si no es contigo. Miedo a las heridas del pasado. Miedo porque siempre han cicatrizado mal, porque somos débiles del amor, porque somos unos cobardes del querer. Hasta tal punto que valoramos más un buen no, que un valiente sí a todo. Miedo al amor, por desconocimiento, por haberlo estudiado poco, por haberlo practicado aún peor.

Miedo a escribirse, a decirse, a demostrarse. Porque en ningún verbo nos sentimos expertos como para seguir haciéndolo una noche más. Y porque le tenemos miedo a esperar. Drogadictos de la instantaneidad. Que nos pone todo lo que sea ya, todo lo que dure mu poco. Porque todo lo queremos ahora, miedo a lo que dura, a lo que sigue, a lo que pide paciencia, a lo que pide esperar.

Miedo a tenerse. Porque la vida nos ha enseñado que todo lo que tenemos lo perdemos. Miedo a dedicarse, porque suena a entregarse veinticuatro horas; a nosotros, que apenas tenemos dos minutos para leerse esto.

Miedo al final. Que lo vivimos muchísimo más intensamente que cualquier principio. Miedo a que se acabe todo esto. Porque en el momento en que llegue mi punto y final, vuelves a ser aquella cobarde que se lee esto muy flojito, miedo a hacer daño. Miedo a molestar.

Miedo a que pase otra noche más y no te busquen.

Miedo a que si algún día te quisieron con todo sus miedos,

fueras tú, y se lo supieras quitar de golpe.

Y temblar juntos de amor.

jueves, 29 de octubre de 2020

Te espero en las malas

Te espero en las malas. En cualquier lugar de tus escondites. En cualquiera de tus lágrimas a punto de estallar. Te espero bajo una mueca de enfado. A reñirme con toda la razón del mundo. Te espero en cualquier día de otoño que no nos dieron ninguna tregua, que no nos dejaron en queridos. Te espero en las malas, en todos esos días que nos vamos a equivocar con todo el equipo. Que vamos a caernos a base de bien. Te espero en las peores, en las que están por venir, porque van a llegar.

Te espero en la vida, en las ganas, en los besos por dar. En todas las noches sin ti. En todas esas me incluyo. En todas esas te incluyo. Pensando que algún día apareces sin previo aviso a romperme la rutina, a contradecirme todos los 'hoy no'. Te espero en todas las negativas, en todos los guantazos que nos va a dar la vida, en todos estos metros de separación. Porque en todos ellos me siento un poquito menos tuyo pero sin embargo, más quisiera estar.

Te espero en todas esas promesas que aún no te hice, en todas las cenas que te iba a regalar. Porque en todas ellas me quedaba a los postres, porque en todas ellas te iba a devorar. Te espero en cualquier enfado de niña mala, en cualquier pelea de sofá, en todas aquellas donde no tenías la razón y que jamás te la pensaba dar.

Porque yo no quiero una niña consentida sino una niña que quiera luchar. Que no se conforme con unos  labios, sino sabe lo que tanto me supo el besar. Porque no quiero un cuerpo bonito, sino un corazón que de grande no se pueda guardar. Que cuando todo se vaya a malas, siga queriendo jugar.

Que aunque vayamos a espararnos en el mismísimo infierno, ella, se piensa quemar.

Que yo no quiero que me lean, ni que me escriban, ni que me besen.

Yo no quiero que me vaya a buscar. Ni que me vayan a querer a lo viceversa.

Yo lo que quiero es que me espere,
En el mismo sitio donde la dejé escapar,

Porque allí fue tan libre como nuestro,

Y aún así, en las malas,

nos quisimos esperar.

miércoles, 14 de octubre de 2020

Si estuvieras aquí


Si estuvieras aquí, no te escribía, te lo leía. Y te susurraba al oído la de veces que iba a morderte los labios. Con toda la intención de, cuando se acabe con la teoría, ir directamente a por la práctica. Si estuvieras aquí no te demandaba, te exigía. Y empezaríamos a desprendernos de la ropa, de los miedos, del pasado.

Si estuvieras aquí te abrazaba bien fuerte, y te invitaba a un invierno de cama, sofá y mantas. Y te congelaría las lágrimas cambiándolas por unas comisuras muy besadas, por un frío donde se quiere estar, un cuerpo donde se quiere helar del bueno. De este que, por mucho que apriete, no congela nada.

Si estuvieras aquí te contaba los planes, te restaba todos esos momentos donde nos dejaron en leídos, donde poco importó donde estuviéramos si nunca nos fueron a buscar. Si estuvieras aquí, te robaría los besos para vendértelos gratuitamente a muy bajo coste, a muy de bocas.

Y si estuvieras aquí dejaríamos de contarnos el tiempo. Si estuvieras aquí ya no habría nostalgia, ni añoranza, ni soledad, ni miedos. Si estuvieras aquí ya no habría un lejos, ni una fecha, ni un te lo prometo. Si estuvieras aquí ya no haría falta más que piel, manos, sexo.

Y si estuvieras aquí ya no habría que pedirle mimos a las ilusiones, ni caricias al deseo. Si estuvieras aquí ya no serían ansias sino ganas. Y ya el cariño no sería más que un primo hermano del enamoramiento. Ese tonto amor que nos duerme cada noche en busca de un arrumaco que se manda desde tantos kilómetros de verdad.

Porque si estuvieras aquí, me volvería a enamorar como un niño chico de tus morisquetas, de mi sudadera puesta en tu catálogo de pijamas de invierno, de tus peleas sin herir sensibilidades, en busca de una fotografía que recoja, no sólo que estuvimos sino que, pensamos estar.

Si estuvieras aquí, quédate. Si estuvieras aquí te pediría que no te fueras otra vez de nuevo. Que no quiero otro cerca que no fuera el tuyo, el que, cuando vengas, pienso dejarlo como núcleo de la frase 'te quiero mucho'.

Haciendo caso omiso de las reglas de la sintaxis, catalogando un verbo que convirtiría en sujeto omnipresente de cualquier medida de distancia mayor que cero.

Si estuvieras cerca, no te lo escribía.
Te lo besaba en la piel.

Dejándote la señal de que algún día te lo grabé.

Que en el mejor sitio donde pudiésemos estar, fuera en cualquier parte de estas palabras.

Para volvernos "cerca" de tanto amor.

lunes, 12 de octubre de 2020

Ahora que me ves

En fotos de hace meses donde era tuyo, muy tuyo. En el hueco vacío de la derecha de tu cama. En el trocito de sofá donde te cuidaba los tatuajes, donde te curaba las heridas, donde te hacía el amor por primera vez. 

Ahora que me ves en todas esas ausencias que gritaste, algún día, creer necesitar. Que ahora, cuando tienes de nuevo corazón, pides llenar sin fuerzas, sin magia, sin razón. Que hay otros labios que te engatusan, otros ojos que te miran, donde eran los míos los últimos en darse cuenta que mis sueños se rompían con la traición balando la que sería la última canción.

Ahora que me ves en los besos de otros, en las fotografías guardadas en el móvil llena de sentimientos, de compañía, de ganas. Ahora que me ves en una mesita de noche en forma de libro, de dedicatoria, en una casa aún por barrer, en una cocina donde se hacía amor del bueno. Ahora es cuando vienes y me pides fuera de carta.

Caprichosa que todo lo tenía, a la que todo se le daba, ahora empieza a demandar lo que tanto destrozaste, lo que tanto te escribió. Que siempre se firmó en tu piel a base de 'me quedo'. Donde miles de tardes se acostó para acunar tus miedos, tu frío, tus monsrtuos.

Ahora que me ves curado, lleno de cicatrices mimadas por otro rimel, besadas por otra boca que suturan todo lo que dejaste herido. Ahora que me ves lejos, donde ya no me tocas, donde ya no me rozas,

Ahora que por fin me ves,

Yo ya no te creo.

jueves, 1 de octubre de 2020

Otro naufragio más

He llegado al borde de tus caderas sin viento a favor, con oleaje fuerte, a contracorriente de unos besos pasados que quemaron mis naves, que saquearon mis cuidados, que mermaron mis ganas de ser héroe de un pequeño o pequeña al que debimos ponerle nombre.

He atracado en tus ojos. A saciarme de todo lo infinito que escondes, a reparar, si cabe, todo el tiempo que estuvimos en los brazos equivocados de unos cualquieras vestidos de nadie. He entrado en las mareas que recorrían tus curvas, tu pelo, tus comisuras y me quedo en un naufragio junto a ti, a saborear tus miedos, a soñarlos contigo.

He navegado entre cobardes en busca de tus labios. He sido pirata de tesoros que cambiaría por cinco minutos más de reloj en tu bando, en tu horizonte. Sabedor de leyendas y cantos de ultramar que nunca me hablaron de que el azar es más pícaro que el irte a buscar. Consciente de que el único mapa que nos ha llevado al encuentro ha sido el  destino en busca de darnos una lección más de que todo llegará. Con una equis bien negra en tus ganas, con una línea discontinua que marca el rumbo a seguir.

He estudiado tus gestos, tus manías y tus defectos. Y me los he guardado en la bitácora, bajo la bodega llena de ron que saciaremos en la alcoba mayor cuando ya no haya tierra a la vista, en mitad de una tormenta, bajo la lluvia fría de octubre.

Me he guiado por una brújula que no indicaba el norte. De estas que te marcan lo que más deseas. Llevando días seguidos donde marcaban tus senos, tus besos, tus gestos. Y me marcaba tu cuerpo como destino. Tu cuerpo como final de trayecto, tesoro por explorar. Arena mojada de playa virgen por conquistar. Agua salada de bocas a punto de explotar. 

Una aventura de Kraken y monstruos de mar. Sin barco, casi sin ropas pero llegando a la orilla con sed, con ganas, con fe. Que no están estas maderas mojadas para buscarse otra sirena de mar. Que no está este barco,

 para otro naufragio más.