miércoles, 13 de abril de 2016

Mis Martes No Se Tocan


Quizás los vuestros sí. Pero los míos, mis Martes de Hospital no se tocan. Vale más ser voluntarioso que voluntario. Más una palabra que una etiqueta. Más una presencia que un saber estar. Vale muchísimo más irse que volver de vez en cuando. Martes de Hospital mejor que cualquier Martes Santo, mejor que cualquier martes de feria. Los goteros muchísimo mejor que los cirios. Las cartulinas de colores por encima de cualquier farolillo puesto sin intencionalidad. Ni que contar de las niñas en sillas de ruedas, más amable, más agradecidas y simpáticas que cualquier vestido de flamenca dispuesta esa noche a dejarse engatusar. Falsos, mentiroso, hipócritas, fantasmas. Iros a disimular.

Os jodéis. Así de claro. Que yo me quedo con ellos. Con todos esos que no entienden de semana santa ni de lunes de pescaíto. Os largáis si la pena os lleva hasta allí cuando no hay excusa para no ir. Porque lo que debe empujar es su alegría. Y no la tristeza por verlos de higo a breva en cualquier semana de cualquier mes que os vino bien para no quedar. Yo no quiero pisar albero. Yo quiero pisar suelo de hospital y verles sonreír un martes más. Cualquier martes que sea del año. Porque allí hay otro calendario que cumplir. Allí los postureos se dejan en casa. Junto a los zarcillos de la vergüenza, junto al traje que antepones a ellos. Cualquier niño o niña que quiso verte abrir aquello que por tu ausencia se podía haber quedado huérfano. Allí se va porque se quiere y no porque se quiera aparentar.

Y si os dais por aludidos, buscaros un rato. Entre todo ese montón de peluches que han hecho hoy más que ustedes en cualquier sitio que podáis estar. Entre cualquier Martes que fuisteis porque no teníais nada que hacer y todos esos Martes que fuisteis para disimular tantas ausencias, porque nadie os llamó en este tercer párrafo que viene a poneros la cara colorá. Iros, pero iros bien lejos con vuestros rebujitos y penitentes a disfrutar de la Sevilla que precisamente menos necesita vuestra presencia porque hoy un chico con bata celeste me decía, que desde su ventana de la habitación veía como las persianas del ciberaula se abrían de par en par. Su alumbrado. Su penitencia. Sus sevillanas maneras pero con una sonda que le atraviesa la muñeca que nunca ganó en cualquier calle del infierno que no se llame Pediatría uno, o Cirugía dos.

Porque ustedes mientras fingíais ser voluntarios, allí estaban voluntariosos por ver las pinturas estropearse en cualquier folio en blanco que, si fuera por ustedes, blanco se iba a quedar.

Que os den, que yo me quedo con mis martes. Con todos los martes de hospital.