martes, 30 de junio de 2015

Idiota


Cada día intentó compensar su falta de carisma, con su sobrada verborrea. Todos los días, un poquito, se sentaba a las órdenes de un lápiz y escribía lo que se le pasaba por la sesera. Más de una vez tuvo que hacer un tachón, a veces, del tamaño del folio.


Con lo cual, hubo cosas que nunca llegaste a leer y entonces ya la curiosidad que te provocó estas palabras te da esperanzas para ver si algún día, él, valiente, se atreverá a contártelas.

La esperanza es el único valor que sustituye al miedo. Y él en cada punto y final buscaba precisamente lo primero. A veces pidió besos, otras abrazos, otras, simplemente, atención, cariño, afecto. En ninguna creo recordar que pidiera amor por pena. Aún así se conformó. Menos es nada.

Siguió y siguió, aunque hubiera exámenes por medio, veranos tremendamente atractivos para olvidarse, pero su cita con la hoja en blanco era tan importante como las que nunca le concedías.

No es justo,para ti, hablar de amor, pero sí es cierto, que en cada palabra se mimó el detalle. Él lo estaba, y quién lo leía lo sentía. Estaba enamorado. Cuando vio que el miedo se apoderó de tus labios, que ya eran besados por tu esperanza de olvidarlo, él le escribió bonito.

Pues eso es una forma de amor, idiota.

domingo, 28 de junio de 2015

Mil Cuatrocientas Setenta y Dos Estrellas

Como todas las noches volvió del balcón, esta vez un poco más tarde de lo habitual, y se sentó en la cama, tras cerrar las ventanas correderas y la cortina.

- Hoy he contado mil cuatrocientas setenta y dos estrellas.
- Has contado muchas. - dijo ella.
- Sí - dijo él exhausto. - me dí cuenta que no merecía la pena seguir pasando frío por la noche buscando la más brillante, la mejor, la más bonita, pues todas las de ahí afuera se apagan tarde o temprano.
- ¿Por qué te rindes? ¿Acaso no era tu ilusión encontrarla? - dijo ella recordando su promesa de los 20 años.
- Es que ya la encontré - dijo él con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¿¡Ah si?! - exclamó ella dubitativa y desprendiéndose de las sábanas que tapaban su cuerpo, cubierto de un pijama veraniego rojo y blanco- ¡dime cómo es, dónde está!.
- Es morena con el pelo hasta los hombros. - él empezó a describirla físicamente mientras ella empezaba a reconocerse en sus palabras como si fuera un espejo - tiene los ojos coloreados de un verde agua de mar, dónde la conocí hace cuatro veranos, queriéndola con inviernos de por medio. Es alta, piernas cuidadas y suaves. Lo sé porque alguna vez las besé y toqué. Su boca es bonita. Con un lunar encima del labio. El que tantas veces mordisqueé. La constelación de pequitas que tiene en la nariz y pómulos es maravillosa, casi galáctica. Sé que es ella y la encontré, pues, duermo todas las noches con ella, desde hace cuatro años.

Ella lo abrazó mientras explotaba de emoción. Le dijo te quiero mil veces alrededor de su oído y él agarraba su cintura esperando y mirando de reojo el reloj de la mesita de noche para que diera las doce de la noche.

Ella no dijo nada pues seguía llorando de emoción cuando supo que era su estrella favorita y lo que esas dos palabras conllevaba.

Cuando tenían veinte años prometieron pedirse matrimonio en Junio, a la luz de la luna. No era capricho, es que con los ojos vendados señalaron un mes de un calendario imprimido en una tarjeta de publicidad. El dedo de ella cayó en ese mes, el de él en un 18 de otro mes cualquiera.

<< Cuando vayamos a vivir juntos, todas las noches me verás buscar una estrella en la noche. La más bonita, la más brillante, y cuando la encuentre, te la daré, te pediré matrimonio, pues es la ilusión de mi vida.>>

Entonces desde aquella promesa, ella lo veía todas las noches salir al balcón de la habitación. Pasaban unos minutos y volvía. Así fue durante los 368 días del año, durante 4 años seguidos. Ella era muy friolera para salir ahí afuera a husmear cómo lo hacía, incluso en verano, odiaba la humedad de la noche.

El 18 de Junio de 2015, tras el lloriqueo de la emoción él la invitó a salir al balcón. Cogió una chaqueta de cuero negra que cubrió sus hombros, así como su pijama. Se acercó a la lámina corredera del balcón. Agarraba con fuerza la mano del chico. Con la otra apartó las cortinas y el cristal. Al salir, se encontró en el suelo esparcidos corazones de diferentes tamaños y colores. El balcón era grande (fue una de las condiciones que él impuso al comprar la casa), pero no había rastro del color marrón de las losetas, todas sepultadas en una manta de colores dispares.

Ella con sus pies descalzos pisaba casi con miedo a estropear la alfombra improvisada de colorines. Las paredes de la casa cubiertas de cartulinas. En los barrotes y algunas plantas caían hilos que sotenían estrellas hechas de cartón y decoradas con purpurina dorada.

Ella con la boca abierta e impresionada de la emoción entendió porqué tardaba tanto en contar estrellas todas las noches. Cada día avanzaba un poquito el decorado, el 18 de Junio, su pedida.
En las cartulinas había fotos de ellos de viajes y fiestas. Amigos, familiares, momentos divertidos. En las estrellas, había fechas señaladas, nombres de momentos y ciudades que ellos dos entendían porqué estaban sobrevolando aquella terraza.

- ¿Te Quieres casar conmigo? - dijo él arrodillándose en el suelo de corazones.

Ella se llevó las manos a la cara.

- Sí quiero - dijo avergonzada mientras una estrella fugaz sacudía la escena de más magia, como si no hubiera suficiente.

Después de 1472 estrellas, sin duda, era la que más brillaba de aquella noche, la más guapa. La estrella que más se emocionó.

Ya en la habitación y cuando ella se quedó dormida, él escribió la historia en su blog: "Mil Cuatrocientas Setenta y Dos Estrellas" se titulaba.

Ella lo acabaría leyendo tarde o temprano.

viernes, 26 de junio de 2015

Lo Único que No Me Gustó de Ti

Descarto en primer lugar, porque me encantó, tu dulzura. Con la que dices las cosas. Siempre acompañada de una mirada de niña, no infantil, sino inocente. Me gustaron tus gestos, las caricias, los actos reflejos que a continuación voy a describir.

Por ejemplo, cuando agarraba tu mano, y tú apretabas automáticamente fuerte tus dedos contra los míos. O cuando te miro sin tener porqué y tú sonríes. O cuando paso por tu lado y te veo atareada o agobiada, y siempre soplas el flequillo que se te escapa sobre tu cara, incordiándote tus grandes ojos.

Me encanta cuando tienes frío, que pides un abrazo sin mediar palabra. Sólo mirándome, apretando los labios y cruzando los brazos tiritando. No sé si fingidos o sinceros pero siempre fue mi acto reflejo calmarlos.

O cuando ya dado, quieres más, y comienzas a moverte pegada a mí, ya tumbados, como si estuvieras encajando nuestros cuerpos, empiezas a mover los pies, rozándolos con los míos, y tus brazos se encogen en tu pecho y yo bordeo tu cuerpo, que ya yace escondido entre mi barbilla y mis pies.

Me gusta cuando hablas con los niños. Porque me doy cuenta de lo buena madre que puedes llegar a ser. Y te imagino embarazada, gordita, pidiendo un abrazo, un nombre para el bebé, un color de habitación.

Y sino cuando te veo acariciar un animal o llorar con vídeos de perritos maltratados porque me doy cuenta de que a parte de "guapa", eres humana, sensible, empática.

Me encanta cuando escribes, concentrada, y te colocas las gafas de cerca, y cuando me riñes porque me quedo embobado mirándote. Y me tiras el boli, casi sonrojada, pues nunca te gustó verme tan enamorado, cosa que hasta hoy nunca entendí.

Me gustó la pelea de cojines de plumas que tuvimos la última vez en la habitación y acabó con dos cuerpos exhaustos y desnudos en una cama de matrimonio que elegiste tú a tus gusto.

Y tal es así que ésto acabó convirtiéndose en la historia del que hoy se acuesta contigo.

Que no soy yo.

Quizás, éso fué lo único que no me gustó de ti:

Mi recuerdo. Que fue lo mismo que tu olvido.

martes, 23 de junio de 2015

"Guapa"


La de veces que te han dicho guapa, bonita, cuerpo. La de veces que te han tirado los tejos por tus ojos, tu cintura, tu pecho, tu cara. Se pasan de mil las intenciones de besos que murieron al borde de los labios de muchos pues sus piropos se toparon con tu barrera de la desconfianza.

No me mal interpretes. Para mí también lo eres. Pero además eres “guapa”. He visto como cantidad de niños han intentado embaucarte con regalos, flores, joyas, citas románticas. Los he visto pedir por favor un beso. He contado decenas de invitaciones a citas que no parecían románticas pero que en el fondo, muy en el fondo lo eran.

Y todo porque eras guapa. Yo no te escribo porque seas guapa. Yo te escribo porque eres “guapa”. “Guapa” de las que no se maquillan los sentimientos. A ver si me explico, las que mueren por las palabras de uno, no por bonitas, sino porque le apetecen escucharte hablarles. De esas que se conjuntan muy bien la ropa, la de en pareja. Las que van a la moda, del corazón de su amado.

A mí me gusta escribirte porque yo creo que eres muy, pero que muy “guapa”. Me encanta que seas tan misteriosa como sonriente. Y que te preguntes el porqué de unas comillas que no hacen más que tenerte aquí, enganchada a este cuarto párrafo.

Eso es ser “guapa”. Y yo creo que nadie te lo dijo así. Aunque suene igual, nadie ha probado a decirte “guapa”. Pero “guapa” de sentimiento, del que sale del corazón. Nadie ha probado a besarte el alma, y yo, si me dejas quiero ser uno de los primeros. Ya después me preocuparé de ser el único. Cosa que hay que ganársela ante una “guapa” como tú.

Porque para mí ser “guapa” no es tener la fortuna al lado de la genética, para mí “guapa” no es tener unos kilitos de menos, ni calcar el prototipo de modelo sueca a la par que hueca. Para mi guapa no corre a cuenta de gimnasio, ni labios que besan sin repetición, no busco los ojos sin intenciones, ni los abrazos de plástico. No me gustan las piernas si no andan conmigo, ni el moreno de piel si no es pa’ perderlo delante de una chimenea, en invierno, leyendo un libro.

Ser “guapa” es muchísimo más que serlo. Para mí “guapa” es estar. Para mí “guapa” es envejecer sonriendo, sin preocuparse de arrugas en las comisuras de los labios “Guapa” es sinónimo de acompañante, de loca de aventuras, de amiga incondicional. De mujer, madre, hija y amiga. Y encima que tenga tiempo pa’ una sonrisa en el sofá, a las diez de la noche cansada, y que pida un beso, no por celos sino por placer.
Para mí ser “guapa” es ser inteligente, confidente, compañera.

Por eso me encantaría poder ser el primero que te trate como “guapa”. Ser el primero que se merezca poder quitarle las comillas a esa palabra que tanto te caracteriza pero que ya, tan poco efecto hace en tus ilusiones. Pues ya guapa te sabe a poco. 

Y a mí decírtelo, me parece demasiado. Porque una cosa no quita a la otra. Eres demasiado guapa, “guapa” o como tú me dejaras llamarte antes de leerme este texto.

domingo, 21 de junio de 2015

Travesuras de Sábanas

Se quitó la última prenda que le quedaba antes de desnudar su piel. Suave, con brillo, impaciente, yacía ella en la cama de sábanas blancas esperando, aún con la ropa interior en la mano a punto de ser lanzada al precipicio de la cama, donde yacían sus deseos.

Con la melena suelta, al viento, los pechos libres de cualquier atadura, las manos sobre el cuello intentándose hacerse una cola, y mirando al chico, se mordía el labio inferior tan fuerte como las intenciones, que ya, si os fijáis, acababan de ser desprendidas por toda la habitación.

Creo que empezó a sacar sus armas de mujer. Empezó con los besos cerca del cuello. Probablemente dejó un par de últimos para el labio pues gastó casi todo el color labial en su pecho. Luego vinieron los mordiscos que rajaron los labios del otro. Éstos provocaron la fuerza de la pasión que con las manos ya tocaban sus caderas. Aquí fue donde se perdió la vergüenza.

Ni una sola palabra en el silencio del amor. Algún suspiro de calor, la fogosidad del alcohol consumido minutos antes se deslizaba por su cintura ya en forma de hielo. El que sobró del ron que ya afectaba al desnivel de sus gemidos. Creo que era lo único frío que tocaba su cuerpo. Se derritió rápido, pues los cuerpos ya no entendían de temperaturas frías. Ya no había idioma entre sus bocas, pues ya las palabras no eran más que gestos.

Ella se colocó encima de él. Apoyó sus manos en su cuerpo. Lo miraba atentamente con una mirada seductora, hipnótica. El caos ya se apoderó de aquella estancia. De aquel cuerpo de musa. No había lugar para la cordura. Las formas yacían en el suelo junto a la ropa de ambos, esparcida sin orden por toda la habitación.

Las cortinas se levantaban con la brisa de la noche. La escena era rítmica casi sin música, casi sin voz. Sólo había ternura, algo más que sexo. Había amor de sábanas, besos de noche, descontrol de la templanza. Travesuras.

viernes, 19 de junio de 2015

Circunstancias Azules

Creo que no fueron sólo tus ojos. Caí prendado por más de un labio, pero no fueron los únicos que me besaron en vida, pero sí los únicos que me hicieron sentir. Creo que empaticé por desgracia con tus penas. Digo por desgracia porque ahora soy yo el que las padece. Y aún no te visto compensarte todos mis cuidados hacia tu ternura. No te preocupes pues, no fuiste la única que pecó de herirme.

Creo que no fueron tus curvas. Porque más de una vez patiné sin tocar sobre tus delgadas caderas. Me confundí, creo yo, en las líneas de tus vaivenes, y fui testigo como loca de amor, te lanzabas a otro muchísimo menos enamorado que yo.

Creo que no solamente fueron tus desplantes. Porque a cada vez que me mostrabas tu indiferencia más quería saber de ti. Estuve a puntito de decírtelo a la cara, pero me faltaron dos oídos escuchándome. Preferiste oír historias de borrachos y piratas de noches, y me sentí el último marinero de tu vida, sirena de amor.

Creo que no fue sólo mi pesimismo. También influyó mucho tu desconocimiento. Y ahí me hago responsable de todo lo no vivido. Regalé sonrisas que no fueron devueltas y me gasté la mayor parte de mi saldo, que no fue dinero, en comprarte palabras que nunca leíste jamás.

Y ahora me toca pagar todas las letras que dejé a mi nombre. Porque les puse la firma de que algún día, te fueras a dar cuenta de lo que te quise. De lo fugazmente enamorado que estaba.

Me enamoré de tu presencia. Porque fuiste el más bonito elemento fortuito de mi agónica vida. Te encontré tan pa’ mí, que por las noches, cuando estaba solo, confundía la soledad con tu nombre, y ya me cuesta distinguir entre cuál estoy más cerca de las dos.

Me he enamorado de tus circunstancias tan azules como tus pupilas. Pues a pesar de estar tan coloreadas, nadie te las ha descrito como yo.

Pues nadie le ha dedicado más de dos noches a tus ojos. Pues nadie, jamás, ha estado tan prendada de ellas.
A pesar de las circunstancias, que entre tú y yo, son consecuencia de que tú seas la chica que nunca me amó.
Y yo el que nunca fue,
‘Azulmente amado’.

jueves, 18 de junio de 2015

Si Tú Supieras...

Ya, ahí en tu desprecio se hallan todos mis olvidos. Ya ahí, en tu belleza, todas mis miradas. Al final de tus labios un susurro, que con la voz ya apagada, casi escrita, pide querer besar lo que jamás fue tocado.

En tu piel se pierden mis caricias. Todas y cada unas que pude regalarte mientras la amistad me brindaba un poquito de locura a mis sentimientos. Ya con el escalofrío de la noche, algún sueño caíste en mi cama, presa de deseos ajenos que un astuto enamorado se servía cada madrugada tras tres o cuatros llantos lastimeros con su almohada.

Si tú supieras todo lo que guardo adentro. Y no me refiero a las cosas que iba a darte. Sino a las que aún ni había pensado, pero que seguro hubieran surgido si tu mirada fuera distinta a la que me brindaste. Plagada de mil perdones, de no te quiero, de no sabía ni que andabas tras de mí.

Pues si tú supieras lo que he hecho mientras eras ajena a todo. Si tú supieras la de veces que fui a ver si me topaba contigo, a provocar un choque fortuito en la esquina de tu calle. Si tú supieras la de veces que he oído tu canción favorita, y hacerla también mía.

Si tú supieras la de veces que he escuchado tu voz, tu risa, tus lamentos. Cuántas veces he llorado junto a ti, he empatizado con tu dolor. Si tú supieras cuantas veces he nombrado tu nombre por error. Cuantas veces lo he dicho en silencio para ver como sonaba junto al mío separados por una “i” tan griega como la luna de miel que imaginé.

Si tú supieras como dibujé la carta de novios, la de invitados. Como imaginé el blanco de tu vestido, y que radiantes ibas el día de tu boda. Si tú supieras la de mil cosas que provocó tu reencuentro.

Si tú me quisieras…
Si tú te fijaras en mí…
Si tú supieras…

Más - Versos Libres

"Tú más guapa que yo,
más ojos, más sonrisa
más buena, más amor,
más madre, más compañera.
Pero yo más enamorado."

martes, 16 de junio de 2015

El Nombre de Nuestros Tres Hijos


Tengo en el recuerdo algunas cosas que me dabas tú. Entre muchas tengo la sonrisa apuntándome como una daga al corazón. Fue sin duda la que más me hizo daño por detrás de tus ojos. Dos contra uno. Ahí perdí mi primera guerra contra tus principios, que mandaron mis ilusiones a tomar viento fresco.

Pues no me querías cielo. No te llamé la atención, ni incité tu curiosidad un poquito más allá de dos besos que se dieron casi por compromiso. Eso que tanto me imaginé cuando te veía, yo iluso, ya madre de mis hijos, Andrea, Lucía y David.

Pues olvídate de sus nombres tan sutilmente como te olvidaste de mí. Pues ya perdí la ilusión de besarte en cuánto me confesaste que amabas a otro. Y yo siendo pañuelo, te dije llora conmigo y lucha por aquel. Pues yo sé que es amar a aquella que aún no lo sabe. Hoy, mis ojos miran al suelo, porque me da vergüenza haber tenido esta sensación de tenerte casi mía. 

Me enamoraste con palabras y me sentenciaste con las mismas. A veces el amor duele, pero hoy mata. Tengo en el recuerdo una foto tuya, guardada en mi cartera desde hace años, pues doy por hecho que ya mismo voy a dejar de verte, de olerte, de oírte…

No sabes lo que duele darle al botón de rebobinar la canción que tanto sirvió de excusa para verte mover tus rosas labios. No sabes lo que duele aprenderse tus gustos para no saciarlos. Que molesta tu curiosidad cuando no tiene nada que ver conmigo.

Es que he vuelto a abrir la cartera. El único sitio donde aún me sonríes, el único sitio donde puedo besarte. El único sitio donde todas estas palabras resucitan, se escuchan, se aprecian. Aunque inmediatamente vuelvan a morir de amor, de Andrea, de Lucía, de David, o como se llame todo aquello que habría podido haber. Todo aquello que tú no supiste ponerle nombre…

domingo, 14 de junio de 2015

Aquel que Nunca


Te recordó cuando te volvió a dar dos besos. Se le vino a la mente todas esas tardes soñando despierto contigo. Por ahí andaba un chiquillo de corta edad rezando por tus besos. Ahí andaba un chiquillo enamorado hasta las trancas de tu cara, de tus formas, de tu cariño.

Por aquel entonces uno escribía en notitas de hojita acuadros la de veces que le dolía no ser aquel que nunca se fijaron en él. La de veces que pasó desapercibido por esos ojos azules que buscan un hombre con las pretensiones de un niño, por aquel entonces de dieciséis años…

Pues sí. Hasta el olvido, porqué ahí acabó la historia de aquel que nunca fue pretendido, querido, amado. Ahí se fue el chiquillo con la pena de ser el pobrecillo poco agraciado del que nunca se quiso robar unos débiles besos.

Al final se vendió por malas interpretaciones de tu buena fe, de tu sin maldad, de tu amor de madre. Esa manera tan bonita que tienes de tratar a todos los demás independientemente de con qué intenciones quieran alejarte. Quizás por eso al volver a verte supo que los sueños pasados se olvidan pero se reviven con más intensidad de cómo se soñaron.

Cuando se le da una patada a la vida y tras varias vueltas de campana, alguna vez se vuelve al punto de partida, pasa esto. Que los sentimientos afloran y el chiquillo ya se ha hecho hombre para la mujer que ya eras.

Seguramente se volverá a equivocar pero compartís tantos gustos como penas, amores como intenciones. Amar lo conjugáis de la misma manera. Empezar a quererse lo interpretáis no como uno más sino como el último que será.

Pero por mucho que hayan cambiado las cosas, aquel siempre será el que nunca se cuestionó si merecía la pena. Al que nunca se le dio una oportunidad. Hoy el amor muere entre ojos marrones y azules y la historia vuelve a repetirse como hace diez años atrás.

Tú siendo la chica de mis sueños, yo aquel que nunca.

Aquel que nunca te lo dirá, pues soy aquel que nunca se le amó.

sábado, 13 de junio de 2015

Una Historia de Amor sin Principio

A veces en la historias de amor no existe principio. Es más, ni conocemos todas las cosas que provocan que dos, cualesquiera, acaben juntos, sin pretensión ni consentimiento del cruel destino. Ellos se conocían de siempre, pero nunca ninguno de los dos mostró más interés del pretendido, pues cada uno tenía ya un sino medio formado. El sentido de la vida da vueltas muchas veces y ella presa de una extraña relación decide enterrar viejas heridas y comienza, como son las cosas del querer, a fijarse en él. Pues ahí está el primer desencadenante de una historia de amor, la fijación.

No le dio vuelo a su amor pues él aún conservaba la relación anterior con su novia. Ella que se encaprichó en él más de lo debido, lo buscaba allá donde fuere siempre con el disimulo de una mujer como es ella. De sevillanas maneras provocaba verlo, pues ella ya estaba tremendamente enamorada de sus formas, de su cara, de su sonrisa. Con lo cual el segundo elemento fue llamado a formar filas entre la obsesión y afán de encontronazo.

Guiada por la pasión, lo observaba en los cambios de turnos de cuadrilla de costaleros, pues la historia se desarrolla en la cofrade y nazarena ciudad de Sevilla, y bajo el olor del incienso ella se conformaba con verlo tras el tumulto de gente, que la hacían, hasta entonces, invisible de sus ojos. A veces irrumpe sin querer el olvido, tercer elemento del amor sin principio.

Entonces cuando la insistencia hace el vacío, el amor tiene ese golpe de boomerang que tras un esquivo, el galán empieza a interesarse por ella. Las dudas le atormentaban pues a pesar de tener el amor de su vida enfrente, siempre hay un viejo amor dado a molestar de asombro y la relación se convirtió en una duda permanente de amor, que ninguno de los dos supieron solucionar en tres años.

La envidia es otro aspecto de su relación, pues no fue fácil soportar los comentarios mal intencionados de los alrededores. Suerte que ella aprendió desde chica a compensar todas esas críticas en sonrisas. Sonrisas que le brindaba a su caballero favorito en cada velada. El amor también tiene consigo errores, y quizás ambos pecaron de indecisos cuando el pecado se puso a tiro de labios. La confianza se desvaneció por momentos pero cuando hay confianza el perdón se convierte en principio.

Así podría comenzar la historia sin principio pero que explica muy bien, porqué amarse tienen tantos factores, tantos como la historia de la madre que tiene por hija, cada principio de letra de cada párrafo de este amigo texto, mi pequeña amiga.

viernes, 12 de junio de 2015

Nunca Se Dijeron Te Quiero


- ¿Me Quieres? - dijo ella después del beso. - Sé sincero, ¿me quieres?.

Él se acomodó de la postura tumbada que tenía, se acercó a su cara, le miró a los ojos y le dijo:

- Te quería. - y se hizo el silencio en la parcelita de parque donde estaban los dos sentados disfrutando de la agonía de la primavera. Que ya acababa. 
- Te quería poquito.- siguió él.- Comparado con lo que te quiero ahora Julia.
Julia sonrió y le propinó un beso corto, aunque muy sentido. Él sin embargo no. La agarró de las manos fuertemente y su rostro entristeció.

- - - - - - - -

Julia se lo preguntó a conciencia. Llevaban diez años y cinco meses de relación. Era una pareja perfecta. Sus amigos y allegados los envidaban por la fuerte compenetración que había entre ellos. Eran tal para cuál, dos piezas de puzzle que encajaban a la perfección.

Pero en esos diez años largos, nunca se habían dicho te quiero. Cuando tenían catorce años, medio en serio, medio en broma, se prometieron nunca decirse te quiero. Lo sellaron en un papelito, y lo guardaron en una caja de madera roja en forma de corazón que conservaba Julia en su escritorio. Sólo había un motivo para romper ese pacto, solamente uno.

Les pasó, que cuando cumplieron los veinticinco, estaban locamente enamorados uno del otro. Empezaron a salir de novios sin prometerse en palabras. Sus primeros besos, salidas al cine, agarrarse de la mano, presentarse a los familiares, pero jamás se preguntaron si se querían.

Los hechos eran tan claros, que la respuesta se daba por entendida. La pregunta sobraba. Aquel día del parque Julia no estaba bien, y quedó con Marcos por la tarde para pasar la tarde al fresco de la sombra de los árboles frondosos del parque.

Preocupada tenía un secreto guardado que ni si quiera Marcos sabía. Secreto que se destapó cuando ella preguntó si la quería. Pues sólo había un motivo para poder preguntarse esa tn corriente pregunta de enamorados.

Marcos la agarró de las manos fuertemente y su rostro entristeció.

- ¿Te mueres? - preguntó él contrariado.
- Sí, Marcos. Me han diagnosticado ELA. 

ELA es una enfermedad que poco a poco te paraliza el cuerpo, empezando normalmente por las piernas, subiendo hasta el pecho, dejando a los pulmones inúltiles para oxigenar. Un viejo amigo y doctor de Julia la describió como una vela que se consume hasta apagarse la llama. Éso era ELA. Éso fue lo que rompió la cajita del escritorio en mil añicos.

- ¿Por qué no has dicho nada antes Julia? - dijo él entre lágrimas.
- Porque... te quería. Y porque te quiero.

Ambos en el parque se abrazaron. Julia le secó las lágrimas que corrían por su cachete. Lo besó. Le miró a los ojos y valientemente le dijo:

- "Te Quiero" es lo más bonito que he guardado y conservado contigo en una caja roja, Marcos. Te Quiero es lo que más me apetecía hoy escuchar. Hoy, el mismo día que he empezado a dejar de sentirme los dedos de los pies...

Marcos hundido e impactado por la situación no supo reaccionar. Aún angustiado y mirando a Julia, sonrió, quizás por inercia de lo que acostumbraba cuando lo hacía, pues no le apetecía sonreir en aquel momento.

- ¿Nos vamos a casa? - dijo ella con tono cariñoso, casi de madre. - Te tengo una sorpresa Marcos...

(Continuará...)

jueves, 11 de junio de 2015

La Última Calada


Le dio la última calada al cigarrillo ya gastado que sostenía con sus labios color granate. Miraba por el ventanal que tenía unas vistas preciosas al paseo marítimo de su playa favorita y miró hacia un lado y lo apagó en el cenicero que más cerca tenía de su cuerpo. Había contaminado el salón de nicotina desde que David no le devolvía las llamadas perdidas.

Con una coleta alta, su fina cara parecía más si cabe. Nunca la vi llorar pues era una mujer fuerte y valiente y no necesitaba lágrimas para desahogarse. Andrea, que así se llamaba, llevaba un vestido azul marino, con la parte de arriba de rayas blancas y azulinas. La parte inferior simulaba una falda al aire, abierta que conjuntaba todo con unos tacones blancos y altos, estrechos, como sus piernas, firmes y morenas.

Se giró hacia mí mientras soltaba el humo de la última calada:

- ¿En qué me he equivocado, Alberto? – preguntó.
- Supongo que en quererlo, Andrea. – dije sin pensar.

Fui tan directo que la dejé cortada. Agachó la cabeza como pensando. Supongo que recordando algún momento feliz que vivió con él. 
No hacían una pareja perfecta, ni estaban hechos el uno para el otro. Supongo que no era el único que lo sabía, pero la ilusión que tenían los cegaba de la realidad. A él nunca le gustó ser tan dependiente, a ella, nunca le gustó ser tan insistente.

Caminó golpeando el suelo del salón con fuerza hasta sentarse a mi lado. Me miró a los ojos:

- ¿Tú sabías que esto iba a pasar verdad?
- Sí, al igual que tú. Y que él. Pero todos lo negamos mientras las cosas iban bien. No busques culpables, Andrea. 
- Fue mi culpa. Me mataron los celos al ver sus últimas salidas.
- También él te las negó. Los dos estabais cansados de esta situación.
- Él más que yo. - contestó rápidamente.

Mientras pronunciaba la última frase se levantó, cogió su bolso y sacó una agenda de color roja cerrada. Me la entregó sin mediar palabra. En la portada se podía leer en letras negras: “Mil cosas que quiero hacer contigo. Para David.”. No la leí con detenimiento pero si pude observar que la mayoría de las páginas estaban escritas, con tintas diferentes, como si estuvieran hechas en días distintos, en momento y arrebatos de imaginación.

En ese momento me di cuenta la de oportunidades que perdemos por precipitados. Comprobé que no estamos hechos para esperar, que el perdón es algo que nos cuesta madurar, y que siempre elegimos para mal. 
Quizás no eran la pareja perfecta, probablemente nunca estaban hechos el uno para el otro, y a veces las pequeñas cosas los sacaban de quicio.

Seguramente no estaban predestinados. Pero al ver aquella agenda comprendí que luchamos mucho por el primer beso y muy poco por los siguientes. Que no luchamos nada por los besos caídos, y que somos unos cobardes cuando se trata de querer queriendo.

David huyó de su destino, de las cosas por las que había que luchar. David se fue con otra que aún no había besado. Perdió las cosas que compartió con su pareja de hace diez años, perdió los cariños y el amor engendrado. Había perdido mil cosas. Entre ellas, las cosas que quería su amor hacer con él.

El humo seguía por el salón. El cigarro, sin embargo, ya se apagó.

miércoles, 10 de junio de 2015

Las Cosas Que Nunca Te Dije


Te Quiero. Eso por descontado. Nunca te lo dije. O al menos me dio la impresión de que nunca fue escuchado. Te Quiero. Y no me importa repetirlo tantas veces como haga falta porque aquí, quién calla no otorga. Avisada estabas de que querer iba a quererte pero nunca una intención fue tan corta en el tiempo. Con lo cual, tu indiferencia convirtió mi verbo en pasado, y ahora sólo me queda decirte Te Quise. Te Quise por descontado.

Te echo de menos. Eso por descontado también. Duele pero se soporta. Ya no sé de ti, ni tú de mí. Me lees, pero bajos las sombras, y aquí el que escribe no otorga. Te echo de menos en las noches, momento del día donde más apareciste. Y no hablo por los sueños, sino porque es el momento donde más daño me hiciste, a la misma vez que algunas otras me hacías el amor como aquella que nunca pensé perder de mis sábanas. Te echo de menos y se me hace difícil pensar convertirlo en pasado, pues los arañazos no solamente me los distes en la espalda.

Nunca te dije fea. Ni te consideré mi enemiga. Nunca fuiste una cualquiera ni tampoco una maleducada. No lo mereciste ni si quiera cuando el abandono se hizo tan eterno como inoportuno. Nunca consideré que fueras culpable de algo que ni tú ni yo supimos cómo solucionar.

Hay muchas más cosas que nunca te dije y que seguramente nunca te diré. Hay muchas cosas que, sin embargo, siempre te dije pero que, y aún no sé por qué, nunca pesaron más que aquellas otras. 

Desgraciadamente nos encanta lo que nunca se dice. Estamos deseando de buscar un reproche para automáticamente denominarlo como excusa, y seguido de adornos florales compensarlo con un decepcionante adiós, que fortuitamente acaba en un si te he visto, nunca me acordaré.

Ese es problema de las cosas que nunca te dije. 

Que nunca, nunca se dirán.

martes, 9 de junio de 2015

Su Mayor Capricho

Comenzó una relación que ella acabó porque era de esas que no se estaban quietas. Sus nervios, su vida, que iban a cien por hora no la dejaban discernir el amor del capricho, y acudía a lo segundo con más virulencia que a lo primero.

Al poco tiempo cortó con el único hombre que sabía compensar sus locuras y fue a esconderse a los brazos de un capricho más de los que ella acostumbraba.


Aunque su rebeldía cabalgaba por cada milímetro de su piel, algún momento reflexionó en que nunca jamás iba a encontrar a alguno como aquel que empató su belleza interior, aspecto que ningún músculo y cara bonita le habían valorado por encima de su sonrisa.

Belleza interior que ningún otro pretendiente suyo supo conocer, pues la chica inquieta se olvidó de quererse a sí misma. Prefirió estar mal acompañada que sola y buscó en labios ajenos la dulzura que solo los primeros de aquel le supo dar.

Todo el mundo tiene un punto de inflexión en su vida, y más ella, que buscaba en sus relaciones el tesoro que perdió cuando aún no sabía apreciar el oro de los corazones.
Un día, el peor de su vida, buscó el silencio dentro de unas lágrimas que le recorrían el cachete, como el aire que expiraba aquel cuando iba a darle un beso.

Pasaron los años donde estuvo coqueteando con su soledad, y aprendió que quererse de puertas pa' dentro es casi tan importante como querer a otras personas. Reflexionó que conocerse a sí misma era el primer paso para paliar los caprichos de 'loka'.

Entonces cuando se vio curada de desamor se prometió volver a encandilar a aquel que desencantó. Luchó por aquello que creía que era suyo y que debía serlo, pues lo perdió en uno de sus arrebatos de pasión desmedida. El amor de su vida había sido abandonado años, y su afán de recuperarlo era tan intenso como su mirada, fuerte, vivaz, sincera.

Por fortuna, el amor de tu vida siempre está para ti, aún cuando no te lo merezcas. Ahora ella es feliz, pues su mayor capricho ha sido saciado:
Volver a ser amada por aquel capricho que erróneamente desamó pero que inconscientemente, nunca olvidó.

Intención y Casualidad


Se sentó delante mía. No sé si provocando pues uno ya no sabe distinguir la casualidad de la intención. De mientras, el autobús pegaba frenazos en cada encrucijada del camino, ¿irónico, no?

El pelo suelto hasta media espalda le molestaba pues hacía una temperatura contraria a las pretensiones,éstas tan frías, tan apagadas ya desde invierno.

Se recogió en una cola alta su larga cabellera. En cada vuelta de gomilla, sus puntas rozaban mi espacio vital. No me molestó pues siempre he querido compartirlo con ella desde que se cruzó por primera vez conmigo.

Tampoco supe si eso fue intención o casualidad. Y nunca lo llegaré a saber. Ella siempre se bajaba del autobús antes que yo. Siempre el que se queda solo soy yo. Y ya eso viene siendo más casualidad que intención.

Cuando mi mirada se pone a su altura siempre sonríe mirando al suelo mientras sigue caminando a su destino. Y ahí si hay más intención que casualidad. 

El caso es que ella siempre sigue siendo la misma coincidencia de todos los trayectos. Yo siempre tengo la misma intención. Ella casualmente se baja antes que yo. Yo insisto siempre en querer el último.

Ella, la chica del autobús número cinco, siempre le brinda a la casualidad un toque de incertidumbre.

Yo, sin embargo, siempre acabo escribiendo de ella. Nunca se lo preguntaré pero, algún día, cuando me lea, le diré que nunca fue casualidad. Que siempre hubo intención.

Que siempre quise quererla.

Que siempre la intención estuvo ahí. 

Que siempre la casualidad fue provocada. Como siempre que hay alguien que te quiere...encontrar.

domingo, 7 de junio de 2015

El Amor Más Bonito Que Se Ha Guardado Jamás



Siempre hubo algo que los unió. Las risas mezcladas con la niñez, actitudes frías casi hielo, y el alcohol juvenil entraban en su amistad, ya casi borracha de amor.

Siempre hubo una excusa, una intención, una opción azarosa, para que ambos estuvieran cerquita uno del otro tanto como necesario. Ya era casi droga para ellos. Mono de chutes de gestos, miradas y compañía. Era ya ella tan de él, y él tan suyo, que cualquiera que los miraba, por aquel entonces, se preguntaba porqué a veces lo obvio y evidente era tan difícil de provocación, de surgimiento, de sino.

Siempre jugaron juntos a esto de no quererse en exceso. ¿Amarse? Mucho, demasiado, pero silenciaron sus voces por pensar que no era ni los momentos ni los lugares oportunos. Cre que puedo decir que es el amor más bonito que se ha guardado jamás.

Siempre hubo tiempo para explotarlo en virtud de los acontecimientos y más de una vez se pecó de vivir el destino equivocado. Con ese sin querer queriendo, ese vaivén de emociones, la distancia se hizo dueña de dos corazones que nunca consiguieron besarse en algo tan ausente en sus vidas como por ejemplo la consolidación.

Siempre pagaron pues los platos sucios que se dejaron sin comer encima de la mesa de las intenciones, y a día de hoy, uno aquí escribe, apretando la punta de la pluma sobre el papel como si la fuerza sobre él pudiera solucionar aquello que siempre tuvo solución fuera de los ríos de tinta que tanto se escribieron uno al otro con miradas, notitas, mensajes…

Siempre los he visto extrañar al otro cuando la ausencia era prorrogable a plazos. Siempre ahora, me la imagino entristecer con el móvil en la mano. Llorar en un suspiro. Gritar de dolor por un silencio. A él, huir lejos de su futuro, el que todos desearíamos, poner el pasado en nostalgia y enmudecer el amor que tanto necesitaba ser hablado.

Siempre se pidieron, en la medida de lo posible no hacerse daño. Siempre, aunque ya no se toquen, se besen o se vean, van a ser, para mí, y para muchos, el amor del otro.
Siempre van a quererse, pues nunca vi un amor tan callado, tan poco consumido.
Siempre van a recordarse como aquella pareja que apostó por amarse como en otros tiempos. De manera diferente. Originalmente como sólo ellos sabían amarse.
Siempre porque ambos quisieron volver a aquellos años con la experiencia, la madurez, y el complemento de tiempo que nunca descubrieron. El que da comienzo a todos y cada uno de los párrafos que componen este texto, y que expresa la de veces que me gustaría tenerlos ahí, otra vez cerca de mí, escribiendo en mi retina, en mis recuerdos, la historia de amor más bonita que se ha guardado jamás: Siempre.

El amor de dos compañeros míos que me enseñaron que el amor, a veces, es así de jodidamente maravilloso.

jueves, 4 de junio de 2015

Envidia

A tus dientes que con gusto y sin querer tocan lo que nos quedó tan lejos. A tus virtudes que tachan tus defectos, y los esconde tan bien que parecen unos más de ellas. A tu simpatía que supo como robarme el corazón tan frágil, tan lastimado.

Envidia a tu espejo, por ser reflejo de todo lo que tanto amé. Envidia a cada milímetro cuadrado de tu piel, por suave, por besable, por tentadora y por inolvidable.

Que no se me olviden tus pecas, por comestibles, tus lunares, los mordidos, y los que están aún por morder. A cada punto y seguido de tu locura por ser incitadora de tanta pasión, de tanto amor a raudales, sin medida, salvaje.

A tu paciencia, a tu osadía y a la madre que te parió. A la sonrisa que ahora desatan esas palabras y a los hoyitos que la rodean. A esas tres que te llevaron desde chiquitita hasta convertirte en la mujer valiente, luchadora y buena hija que siempre quisieron que fueras.

A las lágrimas que derramamos por separado también. Envidia, de la mala. De esa que corroe en las entrañas. Que hace daño a raudales. Que hiere, infringe daño, hace llorar y molesta. Que provoca, que incita y es violenta. Por ser ellas testigos de las noches que tanto dejaron de querernos. Envidia a esos hombros de aquella o aquel amigo que vino a consolarnos, porque gracias a ellos estamos hoy aquí, envidiosos perdidos.

Envidia al tiempo, al que se fue y al que viene. Por ser autodidacta, independiente y libre. Tanto como prisioneros somos nosotros de nuestras vidas.

Y finalmente eso, envidia a la vida. Porque mientras hay envidia, hay amor, y sino que se lo digan a la que muere de celos por ti, o al que desespera detrás de un texto, loco, envidioso, por verte a ojos de ti en vida, envidia, o como se llame eso que generan tus besos…

miércoles, 3 de junio de 2015

Infinito Partido de Infinito

Se buscó topóloga que supiera reducir a la mínima distancia la euclídea que había entre sus labios y los míos.

Se buscó aquella que integrase entre valores más que positivos, y que los racionalizase cuando lo inferior superase en grado de amor.

Se buscó matemática que hallase incógnitas de mi corazón, ya en el conjunto de los imaginarios. Si hay que tirar de variables complejas se tira. Ya nos encargaremos de pintar el área encerrada bajo la curva de la constante esperanza con respecto a tus ilusiones.

Aunque aparezca un problema de simplex, habrá que tirar de la teoría de juegos más que susceptibles a la jugada ganadora. Los beneficios y las pérdidas se medirán en tiempo, y los detalles en besos, convexos, con sonrisas de coefincientes positivos, de derivada mayor que cero a partir del labio, uno de los tantos máximos del intervalo, su cara.

Por último, absténganse ideales, que se crean principales y muchísimo menos maximales y no abelianos. Si se quiere que se quiera sin importar el orden, y que el producto no altere la solución.

Calcula cuántas ganas nos tenemos uno del otro, y divida por la distancia de nuestros ojos. Multiplique por amor y eleve al cielo.

Allí te perdí de vista.

Cuando mandastes todos mis errores a infinito contra todos tus infinitos perdones. Allí se quedó el amor.

En un límite indeterminado que ninguno supimos resolver.

Infinito partido de infinito, amor.