jueves, 4 de junio de 2015

Envidia

A tus dientes que con gusto y sin querer tocan lo que nos quedó tan lejos. A tus virtudes que tachan tus defectos, y los esconde tan bien que parecen unos más de ellas. A tu simpatía que supo como robarme el corazón tan frágil, tan lastimado.

Envidia a tu espejo, por ser reflejo de todo lo que tanto amé. Envidia a cada milímetro cuadrado de tu piel, por suave, por besable, por tentadora y por inolvidable.

Que no se me olviden tus pecas, por comestibles, tus lunares, los mordidos, y los que están aún por morder. A cada punto y seguido de tu locura por ser incitadora de tanta pasión, de tanto amor a raudales, sin medida, salvaje.

A tu paciencia, a tu osadía y a la madre que te parió. A la sonrisa que ahora desatan esas palabras y a los hoyitos que la rodean. A esas tres que te llevaron desde chiquitita hasta convertirte en la mujer valiente, luchadora y buena hija que siempre quisieron que fueras.

A las lágrimas que derramamos por separado también. Envidia, de la mala. De esa que corroe en las entrañas. Que hace daño a raudales. Que hiere, infringe daño, hace llorar y molesta. Que provoca, que incita y es violenta. Por ser ellas testigos de las noches que tanto dejaron de querernos. Envidia a esos hombros de aquella o aquel amigo que vino a consolarnos, porque gracias a ellos estamos hoy aquí, envidiosos perdidos.

Envidia al tiempo, al que se fue y al que viene. Por ser autodidacta, independiente y libre. Tanto como prisioneros somos nosotros de nuestras vidas.

Y finalmente eso, envidia a la vida. Porque mientras hay envidia, hay amor, y sino que se lo digan a la que muere de celos por ti, o al que desespera detrás de un texto, loco, envidioso, por verte a ojos de ti en vida, envidia, o como se llame eso que generan tus besos…

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