domingo, 28 de junio de 2015

Mil Cuatrocientas Setenta y Dos Estrellas

Como todas las noches volvió del balcón, esta vez un poco más tarde de lo habitual, y se sentó en la cama, tras cerrar las ventanas correderas y la cortina.

- Hoy he contado mil cuatrocientas setenta y dos estrellas.
- Has contado muchas. - dijo ella.
- Sí - dijo él exhausto. - me dí cuenta que no merecía la pena seguir pasando frío por la noche buscando la más brillante, la mejor, la más bonita, pues todas las de ahí afuera se apagan tarde o temprano.
- ¿Por qué te rindes? ¿Acaso no era tu ilusión encontrarla? - dijo ella recordando su promesa de los 20 años.
- Es que ya la encontré - dijo él con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¿¡Ah si?! - exclamó ella dubitativa y desprendiéndose de las sábanas que tapaban su cuerpo, cubierto de un pijama veraniego rojo y blanco- ¡dime cómo es, dónde está!.
- Es morena con el pelo hasta los hombros. - él empezó a describirla físicamente mientras ella empezaba a reconocerse en sus palabras como si fuera un espejo - tiene los ojos coloreados de un verde agua de mar, dónde la conocí hace cuatro veranos, queriéndola con inviernos de por medio. Es alta, piernas cuidadas y suaves. Lo sé porque alguna vez las besé y toqué. Su boca es bonita. Con un lunar encima del labio. El que tantas veces mordisqueé. La constelación de pequitas que tiene en la nariz y pómulos es maravillosa, casi galáctica. Sé que es ella y la encontré, pues, duermo todas las noches con ella, desde hace cuatro años.

Ella lo abrazó mientras explotaba de emoción. Le dijo te quiero mil veces alrededor de su oído y él agarraba su cintura esperando y mirando de reojo el reloj de la mesita de noche para que diera las doce de la noche.

Ella no dijo nada pues seguía llorando de emoción cuando supo que era su estrella favorita y lo que esas dos palabras conllevaba.

Cuando tenían veinte años prometieron pedirse matrimonio en Junio, a la luz de la luna. No era capricho, es que con los ojos vendados señalaron un mes de un calendario imprimido en una tarjeta de publicidad. El dedo de ella cayó en ese mes, el de él en un 18 de otro mes cualquiera.

<< Cuando vayamos a vivir juntos, todas las noches me verás buscar una estrella en la noche. La más bonita, la más brillante, y cuando la encuentre, te la daré, te pediré matrimonio, pues es la ilusión de mi vida.>>

Entonces desde aquella promesa, ella lo veía todas las noches salir al balcón de la habitación. Pasaban unos minutos y volvía. Así fue durante los 368 días del año, durante 4 años seguidos. Ella era muy friolera para salir ahí afuera a husmear cómo lo hacía, incluso en verano, odiaba la humedad de la noche.

El 18 de Junio de 2015, tras el lloriqueo de la emoción él la invitó a salir al balcón. Cogió una chaqueta de cuero negra que cubrió sus hombros, así como su pijama. Se acercó a la lámina corredera del balcón. Agarraba con fuerza la mano del chico. Con la otra apartó las cortinas y el cristal. Al salir, se encontró en el suelo esparcidos corazones de diferentes tamaños y colores. El balcón era grande (fue una de las condiciones que él impuso al comprar la casa), pero no había rastro del color marrón de las losetas, todas sepultadas en una manta de colores dispares.

Ella con sus pies descalzos pisaba casi con miedo a estropear la alfombra improvisada de colorines. Las paredes de la casa cubiertas de cartulinas. En los barrotes y algunas plantas caían hilos que sotenían estrellas hechas de cartón y decoradas con purpurina dorada.

Ella con la boca abierta e impresionada de la emoción entendió porqué tardaba tanto en contar estrellas todas las noches. Cada día avanzaba un poquito el decorado, el 18 de Junio, su pedida.
En las cartulinas había fotos de ellos de viajes y fiestas. Amigos, familiares, momentos divertidos. En las estrellas, había fechas señaladas, nombres de momentos y ciudades que ellos dos entendían porqué estaban sobrevolando aquella terraza.

- ¿Te Quieres casar conmigo? - dijo él arrodillándose en el suelo de corazones.

Ella se llevó las manos a la cara.

- Sí quiero - dijo avergonzada mientras una estrella fugaz sacudía la escena de más magia, como si no hubiera suficiente.

Después de 1472 estrellas, sin duda, era la que más brillaba de aquella noche, la más guapa. La estrella que más se emocionó.

Ya en la habitación y cuando ella se quedó dormida, él escribió la historia en su blog: "Mil Cuatrocientas Setenta y Dos Estrellas" se titulaba.

Ella lo acabaría leyendo tarde o temprano.

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