jueves, 11 de junio de 2015

La Última Calada


Le dio la última calada al cigarrillo ya gastado que sostenía con sus labios color granate. Miraba por el ventanal que tenía unas vistas preciosas al paseo marítimo de su playa favorita y miró hacia un lado y lo apagó en el cenicero que más cerca tenía de su cuerpo. Había contaminado el salón de nicotina desde que David no le devolvía las llamadas perdidas.

Con una coleta alta, su fina cara parecía más si cabe. Nunca la vi llorar pues era una mujer fuerte y valiente y no necesitaba lágrimas para desahogarse. Andrea, que así se llamaba, llevaba un vestido azul marino, con la parte de arriba de rayas blancas y azulinas. La parte inferior simulaba una falda al aire, abierta que conjuntaba todo con unos tacones blancos y altos, estrechos, como sus piernas, firmes y morenas.

Se giró hacia mí mientras soltaba el humo de la última calada:

- ¿En qué me he equivocado, Alberto? – preguntó.
- Supongo que en quererlo, Andrea. – dije sin pensar.

Fui tan directo que la dejé cortada. Agachó la cabeza como pensando. Supongo que recordando algún momento feliz que vivió con él. 
No hacían una pareja perfecta, ni estaban hechos el uno para el otro. Supongo que no era el único que lo sabía, pero la ilusión que tenían los cegaba de la realidad. A él nunca le gustó ser tan dependiente, a ella, nunca le gustó ser tan insistente.

Caminó golpeando el suelo del salón con fuerza hasta sentarse a mi lado. Me miró a los ojos:

- ¿Tú sabías que esto iba a pasar verdad?
- Sí, al igual que tú. Y que él. Pero todos lo negamos mientras las cosas iban bien. No busques culpables, Andrea. 
- Fue mi culpa. Me mataron los celos al ver sus últimas salidas.
- También él te las negó. Los dos estabais cansados de esta situación.
- Él más que yo. - contestó rápidamente.

Mientras pronunciaba la última frase se levantó, cogió su bolso y sacó una agenda de color roja cerrada. Me la entregó sin mediar palabra. En la portada se podía leer en letras negras: “Mil cosas que quiero hacer contigo. Para David.”. No la leí con detenimiento pero si pude observar que la mayoría de las páginas estaban escritas, con tintas diferentes, como si estuvieran hechas en días distintos, en momento y arrebatos de imaginación.

En ese momento me di cuenta la de oportunidades que perdemos por precipitados. Comprobé que no estamos hechos para esperar, que el perdón es algo que nos cuesta madurar, y que siempre elegimos para mal. 
Quizás no eran la pareja perfecta, probablemente nunca estaban hechos el uno para el otro, y a veces las pequeñas cosas los sacaban de quicio.

Seguramente no estaban predestinados. Pero al ver aquella agenda comprendí que luchamos mucho por el primer beso y muy poco por los siguientes. Que no luchamos nada por los besos caídos, y que somos unos cobardes cuando se trata de querer queriendo.

David huyó de su destino, de las cosas por las que había que luchar. David se fue con otra que aún no había besado. Perdió las cosas que compartió con su pareja de hace diez años, perdió los cariños y el amor engendrado. Había perdido mil cosas. Entre ellas, las cosas que quería su amor hacer con él.

El humo seguía por el salón. El cigarro, sin embargo, ya se apagó.

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