martes, 27 de junio de 2017

No cuentes los besos

Desconfiada. Pero no por lo que vendrá sino por todo lo que un día se fue. Por todos esos besos que te dieron de plástico. Ahora vas y desconfías. Y con razón. Todas esas promesas que te vendieron como humo. Sumando dudas a tantas muestras de cariño. A tanto juego no forzado.

No crees en el amor. Porque ya no se ama tanto como se besa. Ya no se deja querer. Ahora sólo se publica en instagram los abrazos. Que han perdido ya, todo el encanto. Y todo porque un día te pusiste a contar los besos. Tantos los que te daban como los que dejaron de darte. Sumando así una cantidad de labios directamente proporcional a tus miedos. No crees en el amor y aún así enamoras.

Por eso acabas de plantar una barrera. Un muro a la defensiva. Buscando no un príncipe azul, sino una panacea que cure no sólo tus vivencias, sino todo lo que te rodea. Una sociedad que busca el amor en cuerpo. Un amor que respire fotos más que momentos. Ya no se busca calidad sino cantidad.

Y tampoco es del todo malo exigirse y reclamar al mismo tiempo. Siempre que se consuma con moderación, todo vicio es bueno. Piensa que al final es inevitable el conteo. Nos guardamos los momentos. Porque al final se trata de ir sumando tiempo. Al final lo que cuenta precisamente es lo que no es fotografiable. Lo que se cuenta más que lo que se mira.

Por eso te entiendo. Que ya las palabras las oíste mil millones de besos. Reconociéndote que el adjetivo de guapa ha pasado ya a sonar como evidente. Que te voy a contar yo que no hayas escuchado antes. Yo ya no quiero que me vendas tu confianza en botellitas de "para siempre". Es más, con la distancia, no me imagino ni si quiera besándote un "quizás". A mí valórame por la vez que nos quedamos sin dormir. Por las veces que nos dedicamos más de dos horas hablando de tus viajes. A mí, súmame un puntito de aquella vez que me quedé escuchándote como te quedabas dormida. O la de infinitas veces que me vendiste lo tímida que eras.

Conmigo no cuentes los besos.

Cuenta las veces.

domingo, 25 de junio de 2017

Porque me da la gana

Perderme. Me apetece coger las maletas e irme. Encontrarme lo más lejos de mí mismo e irme encontrando. Ir encontrándote. Me apetece buscarme. Mucho. Que allá donde fuera que me estanqué poner una equis en el mapita de tu tesoro y empezar a desplazarme por la línea discontinua de todos tus mensajes que no me esperaba al teléfono. Quiero sumar gente que quiera la misma independencia que mis ojos. Nada de atarme a un vicio. Si vas a acabar siendo tú. Nada de casarse con una rutina que siempre a todo vaya preguntando el porqué.

Me apetece a todo contestar porque me da la gana. Absolutamente a todo. Ya está bien de tanta justificación que a posteriori siempre va a ser criticada a la par que juzgada. A la porra todos los "es que". Al infierno todos los ojos que te miran las redes sociales tanto como su orgullo. Hacednos un favor al resto, perderse en él un rato.

Perdernos. Eso sí es lo que me gustaría. Coger tus maletas, tus miedos y tu boca y perdernos los cuatro. Provocar un primera persona del plural al final de todos los verbos que vamos a dedicarnos, de tiempo, de acción y de lugar. Como besarnos. Como provocarnos. Como desnudarnos y comernos. Y desayunarnos. Acariciarnos a eso de las siete de la mañana. Donde mientras uno duerme, que el otro se sienta desdichado de estar ahí, mirando el cuerpo del otro y no querer estar en otro lado que no sea ese donde realmente le apeteció estar.

Buscar tantas excusas como ganas. Y todo porque realmente nos salga del alma tanta rebeldía descontrolada. Hacer de la cama un campo de batalla entre nuestro pasado y todas nuestras insinuaciones. Y que ganen estas últimas por goleada. Aquí, la guerra sin treguas. Hacernos el amor a ratos. 

Que al final no gane el amor. ¡Qué coño! Que ganemos uno de nosotros dos. Y el que lo haga que se invite a otro momento más. Que se viva y se deje vivir. No a lo carpe diem. Sino mucho más animal. Mucho más descorazonado. Que no haya una última vez. Pero que tampoco haya un principio con aires de final.

Como ahora por ejemplo, ¿no? Que de tenerte aquí te plantaría un buen beso en la comisura de tus labios.

Y como reza el título cariño, ya sabes el porqué.



miércoles, 21 de junio de 2017

Somos difíciles

Nos va el miedo. Lo jodidamente difícil. Lo intratable. Nos gusta tener las cosas por alcanzar, las metas por conseguir. Nos va la droga dura. La que va directa, como dicen los antirrománticos, a la patata. Nos gustan que nos vendan las cosas como imposible y ya de tanto en tanto, currarnos un "te lo dije" proporcional a todos los "te lo prometo".

Así nos va. Así me va. Dejándome el tiempo en una de éstas casi imposibles. Dándome de dientes contra todas sus mordidas. Acorrolado por tantas indirectas que ya no sé si tengo ganas de besarlas o guardarlas para tiempo de vacas flacas. Engatusado por un amor que ni veo, que ni toco, pero que tanto me abduce que a saber cuál es el antiestamínico de tanto morbo.

Morbo. O todo lo relacionado con su boca, pecho, piernas, ojos. Todo lo que le rodea me provoca. Tanto como me convence. Tanto que haría una maleta y me plantaría ahora mismo a la orilla de su cama a pedirle clemencia y guerra en partes iguales. Y mandar al diablo la compostura, la nobleza y la cordura.

Ah, y de iguales nada. Ella muchísimo más difícil que yo. Que no es que me quede corto en delicadezas pero me gana en tres o cuatro grados de suavicidad, tanto como de consetimiento. Tiene como ocho o nueve caprichos más. Porque encima la niña ha salido caprichosa. De éstas que piden fuera de carta. De éstas que no rompen ni pagan un plato. 

Y te ves ahí pidiendo los postres para dos. Donde ella sonríe, con toda la maldad puesta en sus labios. Poniendo la situación tan cálida que se ríe uno de los cuarenta y cinco grados de temperatura. Haciendo el encuentro muchísimo más difícil de lo que tenía pensado. Nada de encantados. Provocados. Hasta el límite de exceso. Beso. Sexo.

Difíicil. Por la distancia. Por todos los miedos. Por toda su labia. Por la mujer que vende, que es muchísimo menos que la mujer que es. Difícil porque uno ya no sabe si escribirle o escribirse a uno mismo.

Hasta dudar de si el título iba dirigido con todo el cariño y el amor hacia ella, o fue ella quién me lo dejó caer con toda la intencionalidad y alevosía.

Con la facilidad con la que ella llega y provoca. Con la facilidad que tengo yo de dejarme provocar...

Qué difícil somos, qué fácil nos lo ponemos...

domingo, 18 de junio de 2017

Ahí, donde siempre solía perderme

Las guardo. Ahí están. Parando el tiempo donde me miraste. Esas que estaban firmaditas para mí: Con cariño. Toma, Don Nadie, para que nunca, y óyeme nunca, te olvides de mí. Enviando... Vibra el teléfono. El corazón se asusta de emoción.
Me llega una foto con tu nombre. La miro. Te miro. Se me van los ojos a tu boca, lugar que he pseudodenominado como: "Ahí, donde siempre solía perderme." 

No hay ninguna que no haya pasado por alto. Todas tus fotos las he vuelto a observar más de siete veces. Lo sé. Cobarde. Pues a cambio de nada, tengo todas tus miradas. Todas las veces que yo quiera. Tus labios 'sonriéndome' gratis. Tu pelo dándole naturalidad a tu robado. Robado. Así es como se siente uno. Ausente de palabras. De compensación. Se escapa un guapa entre mis pensamientos. Se escurre entre mis dedos un te quiero que nunca llega a teclearse.

Me gustan tus fotos. Por la molestia de regalarme un trocito de ti. Un viaje en el tiempo. De futuro. Porque he recreado todas tus instantáneas. Pensando que algún día sea yo el culpable de tu mirada. El objetivo de tu sonrisa. Y en blanco y negro te recreo pidiéndome un beso mientras una cámara te enfoca. 

Te imagino semidesnuda en la cama de sábanas blancas, buscándo mis ojos detrás de la lente. Buscándome la sonrisa en cualquier gesto infantil de tu rostro. Un guiño, un beso desde lejos. Una muestra de tener ganas. Entonces te muerdes el labio y acercas tu dedo índice ahí, donde siempre solía perderme. Retrato el deseo y voy a saciar mis ganas.

Ya perdido, vuelvo a la foto que me hizo pensar todo lo anterior. Y me doy cuenta que sin tener patria, reino, ni barco, derivo por todas las imágenes que me regalas desde donde estás. Entonces empiezo a prometer cosas. Empiezo a prometer besos. Enumerarte abrazos. Defiendo mi querer, y justifico casi todas las promesas. Algunas porque empiezo a querer quererte. Otras porque empiezas a querer conocerme. Otras las dejo sin respuesta. Esperando a que tu curiosidad mate el siguiente párrafo.

Algún día prometo encontrarte.

Algún día ahí, 

donde siempre suelo encontrarme.

viernes, 16 de junio de 2017

Mientras

Relación es tiempo. Enamorarse es dedicarse. Medir cada etapa, cada compás de preocuparse. Porque todos queremos alguien ahí detrás del teléfono. Buscamos unas palabras de vuelta directamente proporcional en intención. Inversamente proporcional en besos. Sí, inversa. Que contra menos se den más atención se preste. Al final contamos todos y cada uno de los detalles. Teniéndonos constantemente a prueba. Todo sumando mientras. Conociéndonos en los quizás. Provocando a todos los 'te quieros' del principio que nunca verán la luz. Que siempre se negarán. Mientras llega otro mensaje suyo. Sonríes. Te gusta. Ha pensado en ti. Le quieres.

Todo mientras la relación tiende a tiempo. Mientras enamorarse tiende, cada vez más, a dedicarse. Dedicarse a base de 'mientras'. Nada de vender humos con todos esos 'siempres' que hemos prometido sin maldad pero que han acabado en 'nuncas'. La unidad de relación son los 'mientras'. Que sea lo que sea que estés haciendo, mientras, te enamores un poquito más.

Mientras trabajas, unas palabras. Mientras caminas por una ciudad que te recordó a un pasado 'mientras'. Desayunas mientras sus buenos días insonoran la habitación donde te encuentras, desearle un bonito día independientemente de lo que vaya a ser para ti. Al final se trata de frecuencias. Estar para, más que, estar por. El amor no es un estado de locura. Es un estado de cantidad. De cuánto eres capaz de ocupar, no en espacio, sino en momentos.

Porque no es tanto de comprometerse sino más bien de irse queriendo. Pero prolongado en el tiempo. Todo lo que ocurra en los mientras. Mientras nos conozcamos que sea una partida de idas y venidas, entre tu orgullo y mi deseo. Porque se trata del binomio; querer querer.

Me quiero, me quieren. Eso es el amor. Muy egoísta y muy recíproco. Todo lo que esté fuera de ese intervalo sobra. Aunque nos moleste: el amor no se pide, el amor se da. Sin venir a cuento, sin justificar el porqué. No existen los 'siempres' o los 'nuncas'. Están los 'mientras'. Mientras me besas o mientras te veo, o mientras me mandas un mensaje y mientras yo lo termino de leer. Hoy he vuelto a escribirte.

Mientras,

pensaba en ti.