domingo, 28 de diciembre de 2014

No Te Vayas

A años luz de mi cuerpo pero tan cerquita del pulmón rojo. Casi sin haber llegado y sin saber que ésto va por ti, hazme un favor, solamente uno. No te vayas.

Convénceme de que cuando llegues es para quedarte. Aunque sea mentira. Aunque esté predestinada una distancia más en esta escala llamada encantarse.

De verdad, no te vayas. No voy a prometerte que si te quedas será mejor para ti, ni para mí,lo que si puedo garantizarte es que va a ser lo mejor para empezar lo nuestro. Ya te digo, aunque sea mentira, vamos a decirnos que no nos vamos.

Dime eso, que no te irás, dímelo aunque sea con la mirada. Con esa que tanto juegas. Dímelo con ese primer beso que está por llegar, y con el segundo, dímelo más fuerte, y con el tercero muérdeme que te no te irás. Dímelo en abrazos, que ahí estarás, que no te irás, que te quedas.

No te vayas así. De guapa, de sincera, de firme, de simpática. No te vayas, que no hay peor historia que aquella que empieza con fecha de caducidad. Dime algo igual de malo o peor pero no me digas que te vas.

Porque si te vas, va a ser una cuenta atrás de la felicidad. Un cuarto inundándose de agua y sin salida.

Y si te vas, porque no queda otra, o porque aún no te he convencido, dime al menos que volverás. Que volverás como te fuiste pero con mas ganas de cuando te marchaste. Y si vuelves, vuelve para quedarte. Para quedarte y decirme que no te irás.

Y de mientras te piensas todo ésto, mándame un mensaje al móvil y dime que de momento te quedas, por la misma razón por la que yo nunca debería de haberme ido cuando te tuve delante hace más de veinticuatro horas pensando todo el tiempo, 

Que no se vaya...

Los ojos verdes no se heredan

La pregunta era inevitable. De un momento a otro iba a salir el tema y no había cita que la evitase. La respuesta podía ser tajante, indirecta, sencilla, ya pronunciada o leída. Como fuere, la pregunta iba a ser determinante.

Porque todo estaba muy claro salvo eso. Las cartas encima de la mesa y las intenciones escritas en algún servidor de red aleatorio y localizable a la misma par.

Pero para par, esas que tomamos antes de que la pregunta fuera a ser pronunciada. Y con unos grados etílicos de más, el momento idóneo para provocar lo que ninguno lloramos antes de conocernos. Pero para par esos que te marcas entre boca y cejas. Esos ojos verdes que no se heredan.

La taza de café hervía como las ganas de pronunciarse y el silencio incómodo no se presentó a la cita donde vergüenza y valentía agarraditas de la mano evitaban la pregunta que yo tantas gamas tenía de colorearte en tus labios.

Y no sé tú, pero yo que me quedé con ganas de besártela, esa pregunta que se me quedó en tu mirada. Esa que de no habértela hecho seguramente me hubiera hecho escribirte lo mucho que me arrepiento de no habértela preguntado.


Y hazte la loca, la directa, o a riesgo de colarte siéntete hasta por aludida. Ya es que me da igual, ¿sabes por qué no? Porque llevas color favorito en la mirada, sí carmín en los labios, y cinco párrafos esperando a que te haga una pregunta indiscreta.

Y mi respuesta a todo lo que me preguntes a partir de ahora, será la misma: Sí. Y el adverbio de cantidad será el mismo: mucho. Y ya por último, la pregunta que quería hacerte antes de que te fueras era ésta: 


Si tantas veces he mirado tus labios, ¿tu ojos verdes se besan?

viernes, 26 de diciembre de 2014

El cómo y el cuándo es lo de menos

Me levanté sin dolor de cabeza, sin problemas en las articulaciones, sin dolores, pero parecía que el destino caprichoso quería que fuera. Mi morfina estaba esperándome en ese aula de hospital destinada a gente como yo, a curar almas rotas, a suturar heridas, a cicatrizar los errores.
No os lo vais a creer y sé que os sonará hasta raro, pero sí, hoy ha sido‪#‎ViernesDeHospital‬. Y entre otras cosas ha sido el día que más he aprendido allí.

Se presentó con su batín celeste y una enorme cruz hecha de esparadrapo en la cabeza, nuestro amigo con nombre de santo. Era tímido, normal a sus siete años. Su afán era ser médico. Con él aprendí que lo sueños, a veces, los construye la experiencia, y mi amigo Lucas de hospitales entiende un rato. Me enseñó a que soñar es gratis y que querer es poder. Que sea la edad que tengas, hazlo ahora, ya, porque soñar no entiende de tiempos y que como lo hagas es lo de menos, porque soñar no entiende de formas, ni de procedimientos. Qué no importa el cómo y mucho menos el cuando.
También en el hospital, aunque creáis que no, se entiende de amores. Mirad, mi amigo Juanmi seguía allí. Ese chico que iba en silla de ruedas. Ese mismo me contó que el amor existe. Me contó que tenía una novia. Se llamaba Clara. Dice que él iba todas las tardes a verla, porque ella no podía salir de su habitación. Clara estaba aislada en la planta de Infecciosos. ¿Alguna vez habéis pensado cuál fue vuestro primer regalo a vuestra pareja? ¿Fue bonito? ¿Ella o él lo querían desde hace tiempo?
¿Sabéis cual fue el suyo? Unos walkie talkies. Imaginaos. Juanmi en el pasillo junto a la ventana de la habitación de Clara. Clara postrada en la ventana esperando a que aparezca su voz del exterior y ambos con sendos walkie talkies. Ahí descubrí que el amor existe, y que da igual que sea ‪#‎MartesDeHospital‬ o #ViernesDeHospital.
Ahí descubrí que amarse es bipersonal, que no necesita contacto y muchísimo menos excusas. Que en el amor todo es perdonable, un aislamiento, una silla de ruedas, una infección. Que amar no entiende de tiempos, ni de edades. Que amar no conoce enfermedad y que amarse, es la enfermedad más contagiosa y letal del planeta. Pero hoy he aprendido algo muy importante de amarse: que no importa dónde y,
Que lo de menos es el cuando, y mucho menos el cómo...

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Mi número capicúa favorito


Ella era la segunda en la familia. La primera nieta para mis abuelos, y para ser honestos, la primera honra de la familia. Porque aquí el que escribe se quedó en pañales cuando ese número capicúa nació ese 10 de Octubre de 1994.

Dos, tres, cinco, siete,... y ella. Un número que mis tíos lo nombraron como prima. Y siguió creciendo,..., once, trece, diecisiete, diecinueve,... y yo viéndola crecer, poco a poco, épsilon a épsilon, sin yo saber que yo era su primo mayor, su asíntota a seguir, su límite en el infinito.

Porque aunque tenga un error relativo y bético, se le perdona. Porque aquí lo importante no es "ser", sino "pertenecer a". Y ella y yo pertenecemos al mismo dominio llamado familia. Y no va a haber topología que nos separe.

Y este año me ha tocado ser su amigo invisible. Pero no estamos ella y yo para escondernos. Porque nos hemos propuesto ser derivables y continuos en ésto que se llama aprecio maximal. Y todo el mundo sabe que maximal implica primo.

Y el que aún no sepa quién es mi número capicúa favorito, que piense. Que ella y yo sabemos de qué estamos hablando.
Porque no hay más capicúa que su nombre. Y ese es mi número primo favorito.

Mi prima AnA.

Y por este número, lo siento, pero me hago amigo visible, aunque la norma euclídea quiera o no quiera.
Porque por fin puedo decir que mi número capicúa favorito es AnA, y aunque pusiéramos el mundo del revés seguiría siendo ella...AnA

martes, 23 de diciembre de 2014

Los que resisten

Pocos niños como era de esperar en este ‪#‎MartesDeHospital‬. Pocos padres velando las noches frías de esas cuatro paredes repletas de dibujos, garabatos y algún que otro adorno navideño.
Vacío y a diferencia de la vida, eso allí es bueno. Muy muy bueno. Es señal de que Papá Noel está cerca y que como merecen, ellos deben estar en sus casas preparando el agua a los renos. Pero siempre hay alguno o alguna que se resiste a dejar aquello.

Como por ejemplo Malena, la niña de los mofletes achuchables. La niña que no llega ni al año de vida, y te la ves ahí, en coche capota, paseando con su inseparable y largo gotero en busca de un juguete con sonido que la haga sentirse como en casa. La madre otra que se resiste a dejar aquello, y no porque no quisiera sino porque es consciente de que su hija necesita en esta Noche Buena, algo más que regalos, algo más que calor familiar, algo más que tú y yo no sabemos explicar.

Como tampoco se sabe explicar los Martes de Hospital, y mira que me esfuerzo, pero nada, no me sale. Y no sabemos explicar porqué realmente te atrae tanto aquello. Porque el Martes te levantas diferente, porque el Miércoles ya no es lo mismo, y porque te alegras de todos aquellos que no resistieron, porque aquellos que no resistieron están ahora mismo sanos, en sus casas, velando la Noche esa que por fin serán niños. Y sin saber explicarlo, tú ahí, con el niño del pijama celeste jugando al puntalapiz buscando una palabra que explique los errores cometidos, tu vida fuera de allí o porqué él debe estar en cama y tú, más enfermo, no.
Y sino que te lo explique ese de cara enfadada. Otro que se resiste a dejar aquello. Con los padres acompañándole miraba el coche teledirigido que le adelantaba un poquito ese seis de Enero. Y con tres años tiene una frase fijada para el resto de cosas que no le interesan y que los adultos normalmente usamos para hacernos daño, mucho daño. La frase es "no quiero". Y cuando él dice no quiere es que no quiere.
Y lo entiendo. Porque de entre todos esos estoy yo. Otro. Otro que se resiste a dejar aquello...

lunes, 22 de diciembre de 2014

Mi número no premiado

Arruinado en amores y con una mirada perdida al muro de las lamentaciones. Con las ilusiones puestas en un bombo que gira para dar uno de los mejores premios que se puede recibir en vida: tus ojos.
Y tú girándolo. Con el poder y la potestad de pararla o seguir moviéndolo, provocando estas ganas desmesuradas.

Y en la otra parte frente a ti, mis labios. Pidiéndote suerte, besos, y una copa de perdón añejo. Y detrás de mi, mis miedos, que apostaron a que salía de todo menos valentía.
En la mesa del jurado tus sentimientos. Aparentemente fríos, desconfiados, y anotando todos los errores que cometía para penalizarme la cuantía de tus deseos.
Y en riguroso directo, retransmitido para todas aquellas personas que también apostaron por ti en nombre de amantes, exnovios, y apetecibles.
Porque amarte se está convirtiendo en una lotería. Y como en todas ellas no podemos evitar buscar el número que nos represente en pareja. Y día a día mi corazón apuesta todo lo que tiene al billete con la fecha en la que nos prometimos.
Y llega un nuevo sorteo, y tú y yo sin conocernos. Y sale el número premiado y tú y yo sin sabernos la fecha de nuestro encuentro.
Y mi billete sin fecha, con un número desconocido y a la vez de antemano, no premiado. Y yo a pesar de todo, iluso. Y tú sin saberlo. Y yo con este billete en la mano sin número, esperando a que un día a ti también se te ocurra jugar a lo nuestro...

domingo, 21 de diciembre de 2014

Luna de piel

Ni tú me conoces a mi, ni yo te reconozco a ti. Ni tú me mirabas con deseo, ni yo te tiraba los tejos. Es más ni tú sabías pronunciar te quiero, ni yo preguntarte si querías una cita con cualquiera que fuera yo.
El caso es que estábamos en el terreno idóneo para empezar a mostrarnos aprecio y reconocernos a nosotros mismos que estábamos hechos el uno para otro. Sí, para otro.

Hicimos todas las matemáticas que pudimos para calcular si lo nuestro era posible. Multiplicamos las ganas por vergüenzas y éstas se nos fueron a más infinito. Dividimos por todos los sueños que teníamos en la maleta del destino e igualamos los grados de alcohol que sostenía tu positivo empeño de aparecer cuando yo menos lo esperaba. Y ya sabes que más por menos es esperanza.
Pero sin ser novios, ni amantes, ni marido y mujer, te propuse el viaje de tu noche de boda. Me miraste fría como el viento del norte y aceptaste cuando te dije que estaba todo el cariño pagado.
Notaste un escalofrío que te puso la piel de valentía y a la luz de la luna celebramos por fin nuestra primera noche de dulzura.
Porque si hay algo más dulce que tu cara, tus ojos, o tu boca, es la vergüenza que desprende cada poro de tu piel. Que por cierto aún no he tocado. Me la imagino suave, como mis proposiciones más decentes, delicada como las más indecentes, y sobretodo apetecible como la primera de todas ellas. 
Por eso brindo por aquella luna de piel que me vas a comprometer cuando yo te diga que quiero enamorarme contigo.

Azar, como de costumbre

Funcionó como de costumbre. Ninguno provocamos su juego, pero fue éste el que nos provocó a nosotros. Ninguno de los dos tuvimos la oportunidad de lanzar los dados y mover ficha, sino más bien, las fichas éramos nosotros.
La fortuna se vistió de gala para chequear nuestros nombres en una gran pantalla llamada ilusión y la vergüenza se paseó por tierras de olivares hasta que llegamos a la primera clase del entusiasmo.

Nos castigaron de cara a la pared por no ser conscientes de que el momento era aquí y ahora. Como no, el tiempo siempre jugando en nuestra contra. Encajamos las piezas del puzzle tarde, muy tarde, y estamos pagando el arrepentimiento con la máxima sinceridad posible.
Ninguno de los dos buscamos amabilidad y muchísimo menos amor, del bueno. Ninguno tuvimos el positivismo suficiente para saber que estábamos dentro del juego.
Así que, por eso siempre que estuvimos sin darnos cuenta, siempre que jugamos sin querer, y siempre que queremos sin jugar es por lo mismo. Que el azar actúa con las probabilidades a flor de piel, como nuestros sentimientos y que el azar aparece y desaparece a su antojo. Que frecuenta días aleatoriamente y sin avisar. Que el azar es enemigo de la cordura y se enamora cuando le viene en gana.
Nada nuevo, y a la vez todo, que el azar juega cuando menos queremos.
Que el azar funciona como de costumbre.

Perdóname porque he amado

Le recé a todo santo vestido de ganas por encontrarme de nuevo a alguna figura con forma de quererme en mi camino. Anduve de penitencia toda la santa relación para no querer a nadie mejor que a ti. Y menuda penitencia.
Me tragué misas enteras sin probar el vino para no largar más de la lengua y no encontrar a ninguna feligresa más emotiva que tus celos.

Me castigabas cada vez que bebía de los ojos de otra para hacerme amigo de sus besos y me esclavizaste hasta tal punto de jurarte amor eterno. Con lo cruel que es comprometerse por obligación.
A modo de inquisición quemaste a todas las princesas de mis cuentos de hadas y provocabas leyes haciéndote la dueña de mi órgano más utilizado. El rojo, por supuesto.
Y me merezco toda orden de alejamiento hacia ti. Me impusieron penas de libertad por querer probar fuera de tus engaños. Fui el humillado que lo rompió todo lo que para ti era una pasión condicionada y para mí una angustia sufrida en silencio.
La corona de espinas me quedaba tan bien como a ti tus mentiras más piadosas. Conseguiste mi calvario a costa de mi felicidad pero en la última cena te di mi beso de Judas y me largué a buscar alguna cruz que encajara con mi insatisfacción.
Y aún así, no pudiste evitar que pecara como buen cristiano. Cometí el delito de fijarme en alguien más confidente que tú. Me tiré a la boca de una más comprensiva, más madura y más rojo carmín. Además pequé con premeditación y alevosía.
Así que, perdóname cariño, porque, por fin, he amado.

Que el enfermo era yo

Hubo un día cerca de mi enferma juventud que me prometí a mí mismo no pisar un hospital en voluntad de vida hasta que cumpliera los suficientes años como para no ser consciente de que estaba dentro. Mentí.
Hubo un día que las semanas cumplían meses y yo, atónito, me refugiaba en el trabajo como si fuera a darme larga vida. Me mentía.

Hubo un día que dí un golpe encima de la mesa y decidí curarme en salud ante tantas injusticias fruto del azar. Me sentía realmente vivo, realmente sano. Creía tener la verdad.
Hubo un día que me presenté voluntario para curar heridas del aburrimiento. Hubo un día que quise ser niño, porque adulto no me dejaban. Ni yo quería.
Relajé el músculo de la mejilla izquierda por primera vez para no recibir una torta a modo de futuro. En otras palabras, no lloré. En otro eufemismo, enseñé los dientes para hacer el bien. Les sonreí.
Descubrí un sin fin de almas aniñadas con bata “celeste hospital” correteando por los pasillos de una cárcel médica. Conté 20.000 goteros sujetados por unas manos más finas que las tuyas y las mías, y descubrí los ojos tristones de una madre haciéndose la fuerte delante de su hijo. Se mentía.
Hablé tonterías con gente más lista que el hambre, y jugué con ellos a hacer magia dentro de un castillo sin princesas ni príncipes. Y ellos tan contentos.
Hicimos carreras de sillas de ruedas y llamamos al de la bata blanca cuando algo no iba bien. A los martes les llamé hospital y el hospital me llamaba a mí los martes.
Y todos esos días me hacían ver lo mismo.
Que ellos son los sanos.
Que el enfermo era yo.

Jimena

Ella se llamaba Jimena. Su voz frágil pidió una caja de ceras y un dibujo que colorear. Su cuerpo seguido de un gotero gris, se sentaba a la mesa buscando un don Quijote que la sacara de su apuro.
Yo sin sentirme tal caballero, me conformé con ser su Sancho Panza y acompañarla en un viaje en el que tuvimos que hacer puzzles de Blancanieves y dibujar molinos de viento en el prado.

Ella estaba curada de espanto. Yo estaba enfermo en evasión. Ella jugaba como un adulto. Yo como un niño.
Parecía que el gotero lo llevaba yo...
Repito, que el enfermo era yo.
Gracias Jimena.

Por encima de tu sonrisa

Me enamoré del que salía por encima de tu sonrisa
Me fijé en el de abajo de tu mirada.
Soñé con el que tenías en el cuello de la camisa

Me imaginé los más ocultos de tu piel.
Lunares que tenían dueño 
y yo tarde me enteré...

A mi chica XXL

Sí. Así. Sin adjetivos calificativos. Gorda. Repite conmigo, gorda. Que se te llene la boca. Gorda. Otra vez, gorda. Si ella no se cansó de decírtelo, nosotros no vamos a ser menos.
Ella, con cuerpo de modelo de pasarela más escrupulosas que su apellido pijo. Ella, con menos piel que el bolso que colgaba de su delgado codo.

Ella, la que se prometió hacernos la vida imposible por unos quilitos de más. Ella, con unos muchos quilitos de menos.
Ella, la que nos trajo por la calle de la amargura por comprar ropa más grande que la de su perro gran danés. La que se quejó del chocolate que envidiaba mientras se comía sus cereales más integrales que sus falsas mechas rubias.
Ella, que se reía con la misma picardía que no te cabía ni a ti ni a mí en una de nuestras noches golfas. Ella, que tuvo una lista de amantes más grande que nuestra lista de la compra.
Ella, que se calentó encima de muñequitos de plástico y disimuló sus granos con el maquillaje que nos pasamos por el forro de nuestros chubasqueros del Decathlon.
A ella le vamos a decir lo que es grande. A ella, le vamos a contar que es sentirnos realmente gordos.
Vamos a decirle como de gordo ama una mujer XXL. Vamos a contarle como se disfruta de una cena romántica con una mujer que se quiere tal y como es, por dentro y por fuera.
Vamos a decirle lo bonito que es querernos sin etiquetas ni cremas que no sean pasteleras. Y vamos a callarle la boca con todos esos infelices que un día se le atragantaron en su lista de amantes con derecho al postre.
Vamos a invitarle a comer de nuestra desdicha. Vamos a contarle cuántos amigos tenemos más allá de la apariencia y vamos a nombrarle la reina de las gordas porque a ella no le gana nadie en ser obesamente estúpida.
Ella no deja de ser la chica con un alma sucia más grande que las musas de Fernando Botero, y veamos que tal le sientan las prendas del egoísmo y la hipocresía.
Porque ya está bien de insultar a esas mujeres que aman de más. Ya está bien de liposucciones que quitan la grasa del corazón. Vamos a decirle de una vez por todas a esas canijas infelices lo felizmente que estamos enamorados de nuestras agraciadas.
Vamos a romper con el tópico de la mujer diez, porque al fin y al cabo todos las nombramos de la misma manera y, aunque les duela somos felices.
Y que las queremos...
¿Verdad, gordi?

No estoy de acuerdo

Nacemos, normalmente por decisión de dos. A veces solamente de uno. Otras, cuestión de tres, y en algún caso de amantes consentidos, entre cuatro. El caso, nacemos aunque no queramos. La decisión la toman otros por ti y aunque te moleste, naces.
Vives con decisiones que toman por ti. Qué ropa debes ponerte, qué música escuchas, e incluso qué debes estudiar. Con lo que jode no elegir nunca. Con lo que molesta ser un pelele. Con lo que fastidia ser otro, y el otro.
Y la cosa no mejora cuando deciden enamorarte. El color del pelo de aquel o aquella que te tendrá entre un san valentín y otro en ascuas. Suena hasta raro pero besas cuando quieren y no cuando te apetece. Y molesta ser marioneta de vete tú a saber quién. De vete tú a saber qué.
O como cuando echas una papeleta con el partido “los de siempre” en una urna que tú no decides. Cuando ellos se ensañan en decirte si esto está bien o está mal. Y lo peor de todo es que sea de derechas, de izquierdas, del centro, o del molesto, todos dicen lo mismo: Podemos. Con lo que incordia que te digan lo que eres capaz o no de hacer por ti mismo sabiéndolo. Y sino, lo que están para molestar desde dentro. Los que se hacen ricos por ti. Los que deciden las tarjetas blacks, o los que deciden que tú, mal nacido, no eres candidato para vivir en paraíso fiscal.

Por todo ello, cuando venga alguien y te diga lo que tienes que hacer, cuando te inviten a una fiesta sin ganas, cuando te pidan un voto inútil, cuando vayas a morirte, cuando la chica/o de tus sueños venga y te diga que quiere romper la relación, cuando pase todo eso, hazte un favor, siéntete libre de decir por una vez en tu vida; No estoy de acuerdo.

Cuando no se dice 'no' a tiempo

Cuando tú eres tremendamente adorable, buen amigo. Cuando eres la persona más bella que se puede echar a la cara. Cuando eres increiblemente fiel y buen confidente.
Cuando eres el mejor pañuelo de lágrimas, su mejor sonrisa. Cuando tú eres su compañero de juegos, y la joya que cualquier mujer querría tener.
Cuando tú eres el "¿estás bien?" y el te quiero en días nublados. Cuando tú eres el incondicional y el "siempre estoy aquí".
Cuando tú podrías ser el amor de su vida. Cuando eres seguramente el mejor novio que podría tener. Cuando serías su mejor pareja y el mejor padre de sus hijos. Cuando podrías ser el elegido para acompañarla toda su vida.
Cuando te conviertes en el que siempre está ahí. En el que no es, pero puede. En el que no quiere pero sí. En el del "soy yo, no tú".
Cuando te conviertes en el perfecto apartado. En el de por si falla el que le falla. Y acabas siendo el amigo sin derecho. El guapo por dentro. El mejor amigo de su novio. En el que mejor la consuela. En el que llora con ella. En el que le levanta el ánimo, sin ánimo de lucro.
Y te preguntas todos los días si hoy sí. Si hoy vendrá y te dirá lo mucho que se ha equivocado. Y te dirá lo mucho que ha estado ciega sin saber de ti.
Y te preguntarás todos los días si eres el elegido; mientras ella se preguntará, porque no te dijo un 'no' a tiempo.

Por mundos

Es un mundo distinto. Un mundo de amistad de ida. Un mundo ajeno al hospital que ocupa. Un mundo de martes.
Es un mundo donde I. te construye un castillo de colores. Donde él, con el nombre de un país en guerra, te da paz entre bloque y bloque de lego. Donde entre torre y torre cuenta su edad con los dedos de una mano.
Es un mundo donde S. y sus nervios juegan a mil cosas diferentes. Donde ella descansa en cama y ahora lo que quiere es explotar jugando. Donde el cansado eres tú. Donde ella, con el nombre de la capital de Bulgaria, te colorea un escudo del Sevilla siendo bética. Donde te da un ejemplo de deportividad, una enana más chica que un balón.
Es un mundo donde M.I. te cuenta que su sueño es ser periodista de moda y que odia profundamente las matemáticas. Tanto o más como adora a Henry Méndez. Donde su pasión secreta es bailar. 
Y la que vela por las noches con ella no lo sabe. Es decir, su madre no lo sabe. Y tú te conviertes en su confidente. Imagínate. Un mundo donde doce años es tu mejor amiga.

Además todo en un mundo donde mañana ya no importa. Porque mañana ellos curarán y no volverán a verte. Lo que te decía, una amistad de ida. 
Y tu mañana en otro mundo. Y dentro de otra semana en otro.

Como L. jugando a su juego favorito de Play Station, ganándole a su enfermedad por semanas, ganándole a su enfermedad por mundos...

Felicitardes

Como ese día que queda marcado en el calendario a capricho de tus mayores. Como ese gusto amargo de fama de entre tanto y tanto. Como el día que nunca elegiste para ser el elegido.
Como cuando llega tu pareja y tu ex y agarraditas de la mano te sueltan las primeras palabras en ponerse de acuerdo, por una vez en sus vidas. Con lo jodido que es eso. Con lo difícil que lo hacen y lo fácil que resulta.
Como cuando tus redes sociales explotan ante tanta imaginación frustrada. Y con alarde de espontaneidad te recuerdan que los tirones de oreja van a más. Como cuando conoces la gloria del éxito y el éxito sin gloria.
Como si fuera el único día que creces, y no sólo de huesos. Como el día que cumpliste la mayoría de edad para beber y llevabas años bebiendo. Y en el DNI la misma cara de idiota que cuando le sonreíste a una desconocida con una cámara de fotos a cambio de nada.
Como el día que llegan puntuales a su cita. Y te los ves ahí expectantes a que les aplaudas con todo el cariño de tu existencia. Y ni se te ocurra pasarte 24 horas porque las consecuencias son las mismas por lo que andan aquí: un año.
Y siguen ahí plantados a que con una sonrisa le digas gracias, no hay de qué o incluso un emoticono de éstos que no motivan nada.
Y les dices felicitardes pensando en que mañana no estarán ahí para preguntarles porqué cojones llegan un año tarde. Y que nadie se dé por aludido. Que hablaba de esas promesas que nos prometimos justamente hace un año delante de una tarta con una velita menos.
Y después de tó' ésto, felicitardes, porque haber que me propongo de propósitos a estas horas para que vengan un año después a decirme lo poquito que hemos cumplido...

Apagada

Ella vino como de costumbre. La capital de Bulgaria llegó. Repeinada, con su bolso rosa de una cantante famosa entre sus edades. Su pijama,a juego con el bolso, relucían en aquella habitación.
Ella venía acompañada de una chica musulmana con nombre español. Eran compañeras de cuarto, de habitación, de enfermedad, de edad, de juegos. De todo. Pidieron folios gigantes y pinturas. Acuarelas, pinceles, agua. Todo ante la atenta mirada de su hermanito, o hermanita, que yacía en el vientre de la madre a punto de dar a luz.
Luz que iluminaba la tarde de aquel chico que no se podía levant
ar de la cama. Y aquí, uno que pasaba por ahí, improvisando de matemagia, para que aquella familia se pudiera tomar un humilde café a gusto. Todos menos la madre que sirvió de acompañante en cada truco de no-magia.
Y así pasó la tarde de Martes. Y así acaba el día para aquella niña con el mismo nombre que la mujer de Poncio Pilatos. Ésta que reía con cada juego de mesa que le ponías delante de sus ojos y de su madre. Aquella madre que alucinaba con que ese ratito de dos horas existiera los martes para fumarse un cigarrillo que calmara sus nervios de hospital.
Y rondando los tres cuartos de reloj se echaron las persianas para no recordar que hoy; la play, no había sido jugada por el pequeño L. Que hoy nadie había pedido el juego de Ratchet & Clank Future. Que hoy la play, estaba apagada.
"Esperemos que para bien" dijo la pequeña capital de Bulgaria con menos edad que tú, pero con más palabrería de la que le corresponde a su edad...

Una esquela a tiempo

Lo primero a la familia y al país. Hay que ser educado. Enhorabuena. Por fin dejaréis de ser familia o país de éste que os representaba. Enhorabuena, en serio, porque por fin volveréis a ser una familia o país normal, sin ser prejuzgada por los adjetivos descalificativos que le atribuían al fallecido.
Segundo a la ex-pareja del difunto y a Gallardón, porque fueron los que guiaron el camino a seguir, y éste sigue sin pillar la indirecta.
Enhorabuena a los hijos y al futuro ministro de Educación, porque tuvieron la suerte de tener un ejemplo de como no hacer las cosas.
Enhorabuena a la viuda por el cargo en el ministerio que se ganó a base de sudor en una cama de matrimonio. Enhorabuena por conseguir trabajo en los tiempos que corren, y encima cerquita suya, ¡qué casualidad!.
Enhorabuena a los compañeros de partido; a la de sanidad, que lo celebrará con confeti como yo, al de hacienda por ser el próximo en dejar de respirar, al de industria, que por no hacer ni sale en los periódicos, a la de trabajo por ser ministra de algo que no existe. A las instituciones públicas que por fin al unísono con la ciudadanía podrán decir de una sola voz "uno menos".
Enhorabuena al enterrador por adelantado, porque va a hacer el mejor trabajo de su vida, va a ser envidiado por esos minutitos de gloria enterrando, y enhorabuena a todos esos estudiantes que no lo tendrán que aguantar con la misma soberbia que se escribe una esquela en vida.
Murió el mejor sondeísta de opinión, el mejor técnico en investigación de audiencias. Le recordaremos por todos esos años que estuvo ajeno a la política y haremos un funeral de estado por cada año que estuvo ahí puesto a dedo para convencernos de lo que ni él se creía, ni sabía, educar.
Invito a celebrar el entierro a modo romano-ana-mato. Vino, confeti y carreras de caballos en un anfiteatro. Luego, para conmemorarle, una obra que nos recuerde a él: "El fantasma de la ópera".
Escribo esta esquela a tiempo porque quiero ser el primero en decir lo que todo el mundo piensa y que nadie se atreve a decir. O al menos ser el primero en no maquillar las palabras. Escribo esta esquela a tiempo, aún con el fallecido en vida, porque sé que habrá represalias si lo escribo el día de su verdadera desgracia. Escribo esta esquela a tiempo porque a buen encuestador pocas palabras bastan.
Escribo esta esquela a tiempo para ver que los únicos que están escribiendo una esquela a tiempo son los ineptos ministros de educación que colman los palcos del Bernabeu mandato tras mandato, y vemos como la educación muere año tras año.
Y a ti, lo siento profundamente. Mi más sincero pésame al infierno, al diablo o aquel que tenga que verte el día de tu juicio final, hijo de la gran puta.
Firmado: Q.D.E.P.

Un castillo

Elegancia en pijama, ella iba sentada en su carruaje tirado por dos grandes caballos blancos. Su pequeña nariz sostenía dos vías que la mantenían en la vida palaciega a su tempranera edad. Su carro sostenía el cuerpo enérgico de una princesa de dos años de edad. Su temperamento de sangre azul la hacía tirar las ofrendas que unos humildes siervos le servían con una amplia sonrisa. Era su forma de jugar. Era su forma de dar las gracias sin mediar una palabra. Su madre, la vieja reina, agradecía de corazón el gesto.
Más atrás estaba la pequeña bufona. La chica sonrisa. La rubia de ojos verdes. La que encandilaba al guardián de la puerta con sus habladurías. Contó como sus mejores amigas fuero
n liberadas por príncipes azules llamados médicos y se habían largado a un lugar mejor. Ella pintaba dibujos como una de cuatro años pero hablaba como una adolescente de quince. Su gotero la acompañaba como si fuera su perrito faldero y a veces se montaba en él para hacer carreras que ella misma recreaba. Contagia alegría y no había payaso vestido de enfermedad que la entristeciera.
Dos fieles guerreros del ejército del Rey, con el escudo de la corte por bandera, entrenaban horas y horas sus cuerpos para librar futuras batallas. Se medían en el campo de lucha que antiguamente utilizaba un tal Lázaro hace más de una semana. Se rendían en deportes y disparos en una Play de época medieval.
Por último, un humilde campesino rubio, atento, guapo, cariñoso, noble de corazón, transitaba las tierras del Rey buscando un hueco donde almorzar su pequeña hogaza de pan que había preparado su anciana madre a escondidas de las emperatrices enfermeras que deambulaban por palacio sin oficio ni beneficio. No pedía nada que no fuera seguido de un por favor, y lo pedía tal humildemente que entendí porqué la madre se saltó la inquisición panera de aquella época.
Era el mismo castillo de hace semanas, eran los mismos monstruos y dragones de maldades enfermizas, eran los mismos paisajes, los mismos goteros y la misma ropa. Inclusive el mismo narrador, pero contando un cuento de castillos con nuevos personajes principales. Ellos.

¿A qué sabe el Alba?

Cada día que uno se levanta, cada vez que abres los ojos. La primera vez que tomas pie en la tierra o la primera vez que tomas consciencia de que respiras un día más, a lo que se añade,a su vez, un día menos.
A eso debe saber el alba. A café con tostada, a carboncillo difuminado en folio, a clase, a sueño, a autobús, tren, bici o cualquier medio de transporte que te mueva de donde estás a donde querías ir, y sí, a eso debe de saber el alba.
Al menos que se lo cuenten así a esos que conocen el alba a bata de hospital, a gotero, a medicina de ésta que sabe a adulto. El alba de allí debe de saber a comida de enfermera, a sábanas ajenas, a frío de interior. No me atrevo a preguntarlo, al menos no en el ocaso del día, que es cuando irónicamente veo yo el alba.
Pero más importante de a que sabe el alba, es saber como sienta. Y para todos allí, el alba del Martes de Hospital, sienta a juguete nuevo, a tiempo ganado, a sentimientos perdidos y encontrados. Sienta como se disfruta, sienta a ilusión, a gritos de felicidad no forzada.
Como hoy, que amarrada a una vía respiratoria siento al alba ante mí, le doy colores, una excusa con la que comenzar el día lejos de su cama, una sonrisa que quién me conoce no me la ha visto en 26 años de alba...
Y mirad como sienta, mirad como dibuja el alba, mirad como sin querer te dedica el alba de mañana. 
Mirad como sabe el alba...

Y la chica sin aparecer

Se levanta como todas las mañanas: alarmado a las seis y media de la madrugada. O eso cree él. Las calles cerradas aún le dan con una nocturnidad propia del cambio de hora. Su desayuno se hace esperar. Primero tiene un viaje en bus por esa línea que el alcalde, con muy buen atino, le incorporó el número adecuado con un premio que ni él se espera en las próximas municipales. La línea de autobús número cinco.
Se sentó a la mitad del cachivache, apagó la música de su reproductor de apagaburrimientos y prestó atención a las tres charlas que se servían como excusa para no hablar de lo suyo.
La primera, dos mujeres camino de sus puestos de trabajo. Por las apariencias que engañan, de cajera de supermercado a charcutera con tres hijos y el marido en paro. La conversación fluía rozando la melancolía que ocultaban con los chistes fáciles de trabajo y maridos cornudos.
La segunda, la parejita estudiantil, el amor de instituto, el american pie de barrio español y obrero. La máxima conjunción entre gorra y leotardos, el amor propio del cigarro prohibido y alcohol a menores. La armonía del piercing con las argollas cuelga-loros. El te quiero en notitas de hojas a cuadros del cuaderno de matemáticas, el amor hipotecado en san valentines, el guapa por las mañanas y el forever and ever en una línea de autobús que les vaticina donde acabará todo eso. La línea cinco de autobús les señala el camino a donde acabará hincándose todo ese recreo de cariño de aulario.
Por último, la tercera conversación mañanera. Tus pensamientos revolotean en los asientos de otros. Tus sentidos se detienen lejos de tu silueta y cuando llegas al destino, aún no te has parado a pensar en ti mismo.
Y te ves bajándote del autobús de la línea número cinco preguntándote porque la chica del otro día no vino a la cita. Porqué razón la chica del autobús número cinco hoy, no ha decidido viajar en compañía. Porqué llevas meses pidiendo un bis a bis con cualquiera vestida de dispuesta y adornada con encantarte.
Con la tostada medio acabada lo dejas todo para el jueves, a ver si por razones de azar llegas de una puñetera vez a tu vida en hora. A ver si por razones de lógica, el jueves se convierte en ese día esperado con dulce de sirope.
Porque ya no sabes a quién echarle las culpas de tanto pensar en todo lo que no te incumbe, y al alcalde le pides un autobús más para esa línea cinco que con gusto, pone tu culito en el lugar donde te mereces.
Y cuando llegues a la parada pon cara como que el viaje fue gratificante, como que no te dolió y que mañana y pasado volverías a repetirlo. Como que la musa que hace poco estaba, ya no está, y haces como que ni te importa.
Como ese bis a bis que esperas con tanto ahínco.
O como todas esas veces que leyendo el texto, te entraron ganas de darme una rima consonante de esas que hacen épocas, y llegues al Jueves al trabajo, con la satisfacción de que madurar a veces, es infantilizar lo jodidamente duro, de que madurar a veces, es esperar al autobús sin ansias. De que madurar a veces es esperar verlas venir, y no venir a verlas. Y cuarto,....
Y la chica sin aparecer...

Iros

Iros. Iros de vuestras casas. Coged las maletas, las ilusiones y la ropa de la vergüenza de país e iros.
Iros que no queremos veros aquí pagando las mesas de champán de algunos que se quedan sin ser queridos.
Iros porque vuestra generación sobra. Así de claro, sin eufemismos ni gaitas. Iros porque la hemos liado parda, y no podemos manteneros.

Iros a aprender Inglés, a buscar dignidad, orgullo o cualquier sentimiento que os haga olvidar esa culpa que tanto tienen otros.
Iros y buscaros un rato. Iros a ver si os encontráis entre un mal gobierno y un desprestigio hacia los jóvenes, y de paso contárselo a nuestros compañeros de moneda. Contadle cuántos millones han sido invertidos para que ustedes estéis allí para no estar aquí.
Os guste o no, iros lejos de vuestras familias, de vuestra sangre de sangre, y de vuestros hogares. No tenéis culpa pero así ha sido estipulado. Algún día vais a agradecerles el dicho de que no hay Wert que por bien no venga.
Iros a buscaros la vida a otro país, a otra nación porque aquí ya no hay nación ni ración para tantos. Cruzad la frontera sin vallas allí donde solíamos ir de turismo invernal y convertidla en vuestra segunda casa a sabiendas que nunca tuvisteis la oportunidad de haber tenido una primera.
Iros porque estos mal nacidos de traje y corbata no nos quieren cerca. Iros porque así la movilidad exterior tendrá una excusa para el día de mañana ir al inodoro a depositar todo E.S.O. que se tragó las 4 leyes educativas en menos de 23 años. Y la culpa la seguirán teni

endo los alumnos porque siguen suspendiendo el examen PISA.
Iros a buscaros las papas como hacían vuestros abuelos. Iros a hacer de todo lo que no os dejaron hacer aquí. Respirar, vivir, tener una oportunidad, dos, tres, estar cerca de los tuyos, cobrar un sueldo, recibir una beca sin parámetros de exclusión social.
Iros pero sobretodo haced una cosa. Volved. Volved porque los vuestros, los de verdad, os quieren aquí.
Volved por donde os fuisteis o mas bien os echaron porque os necesitamos más que a los que se quedaron.
Volved porque nunca os debisteis haber ido. Volved porque volver es sinónimo de arreglar, de estar donde estuvisteis porque quisisteis.
Y volved por ustedes, por nosotros y por toda esa generación que un día saltemos y les digamos a esos sinvergüenzas, iros, iros de vuestras casas, coged las maletas, las ilusiones y la ropa de la vergüenza de país e iros, hijos de la gran puta.

Las casas de las tatas

Que cada cual se busque su sitio. Que ellos ya lo saben. Que cada cual se encuentre en un recuerdo, que ellos ya lo sueñan, y ya se han encontrado.
Llegaron como de costumbre. Su rutina hospitalaria. Sus cadenas invisibles con formas de tubos transparentes. Su cantinela de todos los martes. Agarraditos de la mano del padre o la madre, esos que se autoculpan del destino vil y caprichoso.
Buscan un refugio, ellos, que no conocen enemigo. Buscan curarse de espanto, ellos, que no conocen el miedo. Buscan una cara conocida, ellos, que no conocen na más que a su familia.
Y ahí es donde entramos nosotros. Unos anónimos con pintas de cualquiera les pone delante de los ojos, juguetes, muñecos, videoconsolas, juegos de mesa, dibujos; pero hay algo que hoy descubrí que nunca podremos darle.
Y es que casi al terminar el día, llega una chica con nombre de luz brilla
nte del cielo nocturno y nos dice que "qué bien se lo está pasando su hermana". A lo que tú le preguntas inocentemente por qué, esperando una respuesta de 7 años de edad, y ella va y te responde "porque está en casa de la tata, y la tata nos deja jugar con las primas y es muy divertida".
Y claro, ahí ves que todo el mundo buscamos esa casa de la tata. Todos buscamos aquel lugar donde nos sintamos niños, protegidos y nos haga ser nosotros mismos. Es ahí donde te das cuenta que no solo ellos tienen una casa de la tata. Todos nosotros, independientemente de la edad, oficio, o profesión buscamos nuestra casa de la tata.
Y yo personalmente tengo la suerte de ir todos los martes de mi vida. Todos los martes yo voy a casa de la tata.
Y allí están ellos, deseando salir de la casa de mi tata para ir a jugar con sus primas a las casas de sus tatas...

Gafas de Sol

Ella impedía el paso al asiento de siempre con sus dos piernas apoyadas en el banco de enfrente. No sé si a posta o provocando las primeras palabras de dos que por no atreverse, no se atrevían ni a mirarse.
El caso es que estaba bastante claro. Esta vez no quería compañeros de viaje. No quería la compañía de otro que viniera a hacerle lo mismo que uno con anterioridad. No quería un futurible con pintas de un pasado. No quería compañía privada en un transporte público. Yo creo que a indirectas, al igual que en vergüenza, no le ganaba nadie.
Además se vistió de "no quiero" y se puso unas gafas de sol que decían "no te quiero ni ver". Estaba tapando sus ojos al mundo. Consiguió tapar inquisidoramente su sentido de la vista y el mío. Y todo con un simple gesto de muñeca hacia su delicada tez.
Estaba tapando toda posibilidad de una
mirada que la delatase. O que me delatase. Porque su mirada no se veía por primera vez en idas y vueltas de autobús y su error fue sentenciar a muerte toda la magia del desconocimiento. Toda la magia de la curiosidad.
Pero a ver si te vas a pensar, chica del autobús número cinco, que detrás de esos cristales no estaban tus ojos. A ver si te vas a pensar que detrás del cristal de unas gafas no hay intencionalidad, persuasión y robo.
Porque, chica del autobús número cinco, detrás de esos cristales siguen estando esos ojos que, miran como delante de esas gafas de sol estaba yo, o lo que iba quedando de mí, tras otro final de trayecto...

Sí Carmín

Esa partícula negativa que ya tienes y nunca se te va a ir de la cabeza. Ese que te niega toda posibilidad de cambio. Ese que te marca en rojo el semáforo de la carretera de la continuación. Ese que, si todo va bien, te dirá lo que nunca vuelvas a hacer.
El que nunca quiso que viniera. El que cuando vino se quedó. Y encima acompañado de un complemento circunstancial de tiempo que ni conoces. Porque no sabes si es para siempre, para luego, o para poco tiempo.
Y ni se te ocurra preguntarle porque la respuesta siempre será la misma. Porque todo lo que un día fueron síes, ahora se convierten en dependes, y vete tú a saber cuando aparecerá el nunca. Ese que duele cada vez que se pronuncia en vida.
Porque puedes morirte si quieres buscando la razón de porqué en ese momento supo a poco. Y puedes hundirte más si cabe en todas esas palabras que un día prometiste no decir. También podemos echar la vista atrás de todo lo que faltó y nunca supo a menos de lo que sí hubo.
Pero puedes hacer otra cosa. Puedes estar ahí porque te apetece escucharla. Y contarle tu día a día como hacías con tanto gusto. Puedes decirle lo ilusionado que estás con todo lo que ahora mismo no tienes. Y si la quisieras tener aún sabiendas de que no te lo merezcas lo mínimo que puedes hacer es quererla como la mujer de tu vida.
Porque el no ya lo tienes. Y eso es algo que nadie te podrá arrebatar.
Como tus ganas de volver a verla de nuevo con un sí carmín entre sus labios.