Con enfermeria sin tilde plagada de recien nacidos, sin tildes. Con un hospital atipico sin tilde, sin enanos revoloteando por ese aula lleno de esperanza y de magia. Con rotuladores, ceras, y lapices sin tildes y yo ante ella, ante su dulzura, ante su enfermedad. Y ella ante la mia, la que es incurable un dia que no sea Martes de hospital.
Como dos tortolitos mirandonos sin tilde a los pozos de nuestras penas. Ella que no sabia lo que era consolar, yo, que no sabia lo que era la inocencia. A ella le toco sin tilde, aguantarme un martes de hospital que venia pidiendo a gritos. Toda una semana esperando mi habitacion sin tilde en ese hospital que me devuelve tantas fuerzas como tildes faltan aqui.
A ella le pedi sin tilde buscarnos un segundo entre nuestros olvidos y descubrimos que la vida alli no entiende de normas, de ser politicamente correctos ni de gaitas.
Que alli la vida no entiende de reglas ortograficas, de dinero, de esdrujulas, llanas o agudas. Que poco importa cuales han sido tus errores en un papel, en un detalle o en tu vida, porque alli equivocarse no entra en ninguno de los goteros.

Porque alli cometer una falta de actitud, de maneras, de sentimientos, e incluso de ortografia poco importa, porque mientras tu te quejas de que dificil esta siendo leer este texto sin tildes, para Monica sin tilde lo jodido es no como escribirlo o sentirlo sino como con problemas en la manos para coger un lapiz, es capaz de colorearlo dia tras dia en esas cuatro paredes de #MartesDeHospital.
Para Monica, sin tilde, con 7 años. Con problemas de articulación en las manos pero con una sonrisa que cura.
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