Que cada cual se busque su sitio. Que ellos ya lo saben. Que cada cual se encuentre en un recuerdo, que ellos ya lo sueñan, y ya se han encontrado.
Llegaron como de costumbre. Su rutina hospitalaria. Sus cadenas invisibles con formas de tubos transparentes. Su cantinela de todos los martes. Agarraditos de la mano del padre o la madre, esos que se autoculpan del destino vil y caprichoso.
Buscan un refugio, ellos, que no conocen enemigo. Buscan curarse de espanto, ellos, que no conocen el miedo. Buscan una cara conocida, ellos, que no conocen na más que a su familia.
Y ahí es donde entramos nosotros. Unos anónimos con pintas de cualquiera les pone delante de los ojos, juguetes, muñecos, videoconsolas, juegos de mesa, dibujos; pero hay algo que hoy descubrí que nunca podremos darle.
Y es que casi al terminar el día, llega una chica con nombre de luz brilla
nte del cielo nocturno y nos dice que "qué bien se lo está pasando su hermana". A lo que tú le preguntas inocentemente por qué, esperando una respuesta de 7 años de edad, y ella va y te responde "porque está en casa de la tata, y la tata nos deja jugar con las primas y es muy divertida".
Y claro, ahí ves que todo el mundo buscamos esa casa de la tata. Todos buscamos aquel lugar donde nos sintamos niños, protegidos y nos haga ser nosotros mismos. Es ahí donde te das cuenta que no solo ellos tienen una casa de la tata. Todos nosotros, independientemente de la edad, oficio, o profesión buscamos nuestra casa de la tata.
Y yo personalmente tengo la suerte de ir todos los martes de mi vida. Todos los martes yo voy a casa de la tata.
Y allí están ellos, deseando salir de la casa de mi tata para ir a jugar con sus primas a las casas de sus tatas...
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