domingo, 21 de diciembre de 2014

Y la chica sin aparecer

Se levanta como todas las mañanas: alarmado a las seis y media de la madrugada. O eso cree él. Las calles cerradas aún le dan con una nocturnidad propia del cambio de hora. Su desayuno se hace esperar. Primero tiene un viaje en bus por esa línea que el alcalde, con muy buen atino, le incorporó el número adecuado con un premio que ni él se espera en las próximas municipales. La línea de autobús número cinco.
Se sentó a la mitad del cachivache, apagó la música de su reproductor de apagaburrimientos y prestó atención a las tres charlas que se servían como excusa para no hablar de lo suyo.
La primera, dos mujeres camino de sus puestos de trabajo. Por las apariencias que engañan, de cajera de supermercado a charcutera con tres hijos y el marido en paro. La conversación fluía rozando la melancolía que ocultaban con los chistes fáciles de trabajo y maridos cornudos.
La segunda, la parejita estudiantil, el amor de instituto, el american pie de barrio español y obrero. La máxima conjunción entre gorra y leotardos, el amor propio del cigarro prohibido y alcohol a menores. La armonía del piercing con las argollas cuelga-loros. El te quiero en notitas de hojas a cuadros del cuaderno de matemáticas, el amor hipotecado en san valentines, el guapa por las mañanas y el forever and ever en una línea de autobús que les vaticina donde acabará todo eso. La línea cinco de autobús les señala el camino a donde acabará hincándose todo ese recreo de cariño de aulario.
Por último, la tercera conversación mañanera. Tus pensamientos revolotean en los asientos de otros. Tus sentidos se detienen lejos de tu silueta y cuando llegas al destino, aún no te has parado a pensar en ti mismo.
Y te ves bajándote del autobús de la línea número cinco preguntándote porque la chica del otro día no vino a la cita. Porqué razón la chica del autobús número cinco hoy, no ha decidido viajar en compañía. Porqué llevas meses pidiendo un bis a bis con cualquiera vestida de dispuesta y adornada con encantarte.
Con la tostada medio acabada lo dejas todo para el jueves, a ver si por razones de azar llegas de una puñetera vez a tu vida en hora. A ver si por razones de lógica, el jueves se convierte en ese día esperado con dulce de sirope.
Porque ya no sabes a quién echarle las culpas de tanto pensar en todo lo que no te incumbe, y al alcalde le pides un autobús más para esa línea cinco que con gusto, pone tu culito en el lugar donde te mereces.
Y cuando llegues a la parada pon cara como que el viaje fue gratificante, como que no te dolió y que mañana y pasado volverías a repetirlo. Como que la musa que hace poco estaba, ya no está, y haces como que ni te importa.
Como ese bis a bis que esperas con tanto ahínco.
O como todas esas veces que leyendo el texto, te entraron ganas de darme una rima consonante de esas que hacen épocas, y llegues al Jueves al trabajo, con la satisfacción de que madurar a veces, es infantilizar lo jodidamente duro, de que madurar a veces, es esperar al autobús sin ansias. De que madurar a veces es esperar verlas venir, y no venir a verlas. Y cuarto,....
Y la chica sin aparecer...

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