domingo, 28 de diciembre de 2014

Los ojos verdes no se heredan

La pregunta era inevitable. De un momento a otro iba a salir el tema y no había cita que la evitase. La respuesta podía ser tajante, indirecta, sencilla, ya pronunciada o leída. Como fuere, la pregunta iba a ser determinante.

Porque todo estaba muy claro salvo eso. Las cartas encima de la mesa y las intenciones escritas en algún servidor de red aleatorio y localizable a la misma par.

Pero para par, esas que tomamos antes de que la pregunta fuera a ser pronunciada. Y con unos grados etílicos de más, el momento idóneo para provocar lo que ninguno lloramos antes de conocernos. Pero para par esos que te marcas entre boca y cejas. Esos ojos verdes que no se heredan.

La taza de café hervía como las ganas de pronunciarse y el silencio incómodo no se presentó a la cita donde vergüenza y valentía agarraditas de la mano evitaban la pregunta que yo tantas gamas tenía de colorearte en tus labios.

Y no sé tú, pero yo que me quedé con ganas de besártela, esa pregunta que se me quedó en tu mirada. Esa que de no habértela hecho seguramente me hubiera hecho escribirte lo mucho que me arrepiento de no habértela preguntado.


Y hazte la loca, la directa, o a riesgo de colarte siéntete hasta por aludida. Ya es que me da igual, ¿sabes por qué no? Porque llevas color favorito en la mirada, sí carmín en los labios, y cinco párrafos esperando a que te haga una pregunta indiscreta.

Y mi respuesta a todo lo que me preguntes a partir de ahora, será la misma: Sí. Y el adverbio de cantidad será el mismo: mucho. Y ya por último, la pregunta que quería hacerte antes de que te fueras era ésta: 


Si tantas veces he mirado tus labios, ¿tu ojos verdes se besan?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe bonito...