domingo, 21 de diciembre de 2014

Luna de piel

Ni tú me conoces a mi, ni yo te reconozco a ti. Ni tú me mirabas con deseo, ni yo te tiraba los tejos. Es más ni tú sabías pronunciar te quiero, ni yo preguntarte si querías una cita con cualquiera que fuera yo.
El caso es que estábamos en el terreno idóneo para empezar a mostrarnos aprecio y reconocernos a nosotros mismos que estábamos hechos el uno para otro. Sí, para otro.

Hicimos todas las matemáticas que pudimos para calcular si lo nuestro era posible. Multiplicamos las ganas por vergüenzas y éstas se nos fueron a más infinito. Dividimos por todos los sueños que teníamos en la maleta del destino e igualamos los grados de alcohol que sostenía tu positivo empeño de aparecer cuando yo menos lo esperaba. Y ya sabes que más por menos es esperanza.
Pero sin ser novios, ni amantes, ni marido y mujer, te propuse el viaje de tu noche de boda. Me miraste fría como el viento del norte y aceptaste cuando te dije que estaba todo el cariño pagado.
Notaste un escalofrío que te puso la piel de valentía y a la luz de la luna celebramos por fin nuestra primera noche de dulzura.
Porque si hay algo más dulce que tu cara, tus ojos, o tu boca, es la vergüenza que desprende cada poro de tu piel. Que por cierto aún no he tocado. Me la imagino suave, como mis proposiciones más decentes, delicada como las más indecentes, y sobretodo apetecible como la primera de todas ellas. 
Por eso brindo por aquella luna de piel que me vas a comprometer cuando yo te diga que quiero enamorarme contigo.

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