lunes, 31 de julio de 2017

Te Quiero Poquito

Que no significa quererse peor. Ni quererse menos. Da mucha rabia escucharse eso de "te quiero mucho". Muy visto. Muy tick azul para contestarse otra gran mentira: "yo más". Como si la cantidad fuera proporcional a lo sincero. Como si el amor tuviera unidades de medida. Como si fuéramos a ponernos una nota del uno al diez de ver en esta semana cuanto de amor tenemos. Cuanto de querer nos hemos dado.

Los adverbios de cantidad dañan al amor tanto como las infidelidades. No, no pongas esa cara cariño. Creeme que te quiero mil. Que mi amor es infinito. Te lo prometo mucho. ¿Ves? Es que suena hasta mal. Es que se contesta hasta peor. Que cada vez que le ponemos al amor números ya le estamos poniendo fecha de caducidad, límites que no podemos pasar, cotas inferiores del error y algún que otro extremo relativo que vete tú a saber cuanto de relativo es. Qué vete tú a saber los cambios de crecimiento que nos va a ocasionar.

Nos queremos más y por ende, peor. Algunas relaciones se convierten en quién da más en una noche. Dejando el despertar como algo simbólico. Y claro siempre gana el que antes se va. Te apuntas una decepción más mientras tus sábanas ya no distinguen entre el que prometió mil quinientos y mil doscientos. Acabas llorando amor a cantidades. Recogiendo todos esos besos que dejan de tener sentido. Y empezamos a pedir calidad cuando siempre hemos estado pidiendo cantidad. Y sufrimos despecho, decepciones porque el que te quería mucho, ya no te quiere tanto como rezaba la frase.  

Nos queremos mal pero es que encima nos enamoramos peor. Siempre dándole pesos de importancia a lo que menos te valoraba como pareja. Y queremos más azules, y más guapa, y más cuerpo. Y las cantidades se  nos van de las manos. Los besos ya no llenan tanto como el número que te prometieron.

Por eso, yo he decidido quererte poco, muy poco. Hasta tal punto que apenas lo notes. Ni tan si quiera se muestre. Hoy nos vamos a esperar un año más. Nos dimos un par de abrazos, sí, no lo niego, pero vamos a dejarlo todo para los postres. Nos vamos a hacer el amor tanto como la guerra. Muy despacito, muy táctico, muy tú.

No estoy diciendo que no te vaya a querer, o que voy a quererte menos que, simplemente voy a querer como verdaderamente se disfruta. Sin ponerse meta, disfrutando los momentos, recordando con las fotos el beso que nunca te llegué a dar. Voy a quererte bien, que no más. Porque esto ya solito se encargará de enamorarnos mejor.

Vamos a darnos el gustos de querernos de manera diferente, de echarnos de menos o de más. Qué más da. Esas miradas sin palabras, sin cantidades, las vamos a conservar para luego. Y cuando vuelvas a aparecer por mi vida, por mis ojos, por mi boca, poder decirte, a solas, tú con una blusa blanca a juego con mi camisa, yo con una sonrisa a juego con tu boca,

Te quiero poco, amor,

Muy poco.

Y ahora dime si no suena igualmente,
a amor de verdad.

viernes, 28 de julio de 2017

Y tú sin creerte lo del amor

Ya nada es lo que te contaron. Vienen un día dos mentiras y te derrumba de un plumazo todas las verdades que montaban tu ilusión. Ahora, a solas, recoges los trozitos esparcidos de tu esperanza y los guardas en el cajón de los desastres. Que vete tú a saber dónde lo dejaste. Que vete tú a saber si no lo dejaste a rebosar.

Y con el miedo de que al abrirlo te devuelva un bofetón en todo el orgullo, decides cerrarlo con llave para que, a modo de defensa, nadie más lo vuelva a desenterrar. Y puede que esté hasta de acuerdo contigo, que nadie hasta ahora ha sabido amarte como te lo decían. Que te han vendido el amor como algo fácil de comprar. Un regalo de plástico que va cogiendo polvo conforme tus sábanas iban dejando entrar.

Ya no quieres amar, porque te han profanado el verbo. Y no sólo la acción. Te han ofendido el sustantivo amor y el adjetivo es ya más descalificativo que bonito. Ya te lo han descontextualizado de toda futura pareja que venga a ponerte el cielo allá donde ni te imaginas que pueda estar. Piensas que sumas uno a la lista de impresentables que irónicamente se presentan sin haberlos llamado a estar.

Y cuando se te pide un beso, una caricia y una muestra de cariño lo niegas como si fuera una paliza no verbal. Te escudas en el no quiero que tanto debiste guardar para todos aquellos que decían guapa, me llamo tal.

Ahora llega uno de los de verdad. Te dan los buenos días, y antes que digas nada tienes un mensajito en tu teléfono pidiéndote atención, una muestra de afecto, que no tiene ni por qué ser sincero pero que con un simpático, que mono eres o un emoticono de whatsapp das más que cualquier año de pareja formal.

O te dedica una foto, un relato en este blog, una carta a tu código postal. Y te empapela el cuarto de papeles de colores o se compra un paquete de chucherías, chocolates y dulces para una noche de manta y sofá. Ya no te besa, te versa. Y te pide tiempo. Pero no del  que no regresa sino del que se consume juntos, a la par. Te exige esfuerzo. Porque el amor conlleva sacrificio. Hoy por ti y mañana por ti también. Te lo dije, de los de verdad. Ya quiere la llave del baúl que cerraste cuando lo viniste llegar.

Acabas de cruzártelo. De dejarte un like en esa maldita red social. Se acaba de comprometerse a algo. Una promesa que de no cumplirse no haría ni daño. Porque no se trata de saber querer sino de saber lo que puedas dar. Porque no se trata de comprometerse y cumplir. Se trata de intencionarse mejor. De quererse querer. De estar queriendo. Del verbo enamorar.

Y tú, aquí, al final de otro texto, sin creerte lo del amor.

martes, 18 de julio de 2017

Aquí estás

Lo sé, que estás aquí otra vez. Si es que, no lo digo yo,...mírate. Aquí, a escondidas leyéndome. A todas horas buscándome. Aunque lo niegues, ahí estás callando lo que todo el mundo ve. Viendo lo que todo el mundo calla. Que me lees, que me buscas. Y que te lo guardas. Ahí si que eres mía. Cuando coges, me consumes a escondidas, y te vas.

Que sin tropezarte con la sábana ya esparcida en el suelo, coges y te marchas. Te vistes con todos tus miedos y me dejas exhausto pero complacido. Y no te hablo de una noche de amor. Te hablo cuando te plantas delante de una pantalla a devorarme con tus ojos. Habiéndote consumido toda la tinta de estas letras. Ahí si que eres mía. Cuando me lees sin que nadie lo sepa. Cuando me compartirías los escritos de no ser porque nada más quieres que fuera tuyo.

Los dos somos igual en eso. Uno le escribe. Y el otro lo lee. Con tal premeditación y alevosía que uno duda si aún sigemos juntos. Y así nos pasamos meses y meses. Hasta que un día caes en manos de otro. Y aún así sigues leyéndome. Tanto o más como dejas de hablarme. E incluso ya de lejos, te acuerdas, que hubo un día que fuimos jodidamente nosotros. Que hubo un día que fue sencillamente nuestro.

Ahí es donde te transportan todas éstas. A ese rinconcito de la vergüenza donde tú y yo nos volvemos a encontrar. Y entonces te llega mi beso. Y me abrazas. Y llegando el punto y final suspiras. Porque sabes que se acaba. Dejas la ventanita de los cometarios bien vacía deseando que dentro de poco vuelva otro escrito más. Y entonces, vuelves. Y aquí estás. Otra vez.

Búscandome a escondidas de tu vida. Soñando con volverme a amar.