domingo, 21 de junio de 2015

Travesuras de Sábanas

Se quitó la última prenda que le quedaba antes de desnudar su piel. Suave, con brillo, impaciente, yacía ella en la cama de sábanas blancas esperando, aún con la ropa interior en la mano a punto de ser lanzada al precipicio de la cama, donde yacían sus deseos.

Con la melena suelta, al viento, los pechos libres de cualquier atadura, las manos sobre el cuello intentándose hacerse una cola, y mirando al chico, se mordía el labio inferior tan fuerte como las intenciones, que ya, si os fijáis, acababan de ser desprendidas por toda la habitación.

Creo que empezó a sacar sus armas de mujer. Empezó con los besos cerca del cuello. Probablemente dejó un par de últimos para el labio pues gastó casi todo el color labial en su pecho. Luego vinieron los mordiscos que rajaron los labios del otro. Éstos provocaron la fuerza de la pasión que con las manos ya tocaban sus caderas. Aquí fue donde se perdió la vergüenza.

Ni una sola palabra en el silencio del amor. Algún suspiro de calor, la fogosidad del alcohol consumido minutos antes se deslizaba por su cintura ya en forma de hielo. El que sobró del ron que ya afectaba al desnivel de sus gemidos. Creo que era lo único frío que tocaba su cuerpo. Se derritió rápido, pues los cuerpos ya no entendían de temperaturas frías. Ya no había idioma entre sus bocas, pues ya las palabras no eran más que gestos.

Ella se colocó encima de él. Apoyó sus manos en su cuerpo. Lo miraba atentamente con una mirada seductora, hipnótica. El caos ya se apoderó de aquella estancia. De aquel cuerpo de musa. No había lugar para la cordura. Las formas yacían en el suelo junto a la ropa de ambos, esparcida sin orden por toda la habitación.

Las cortinas se levantaban con la brisa de la noche. La escena era rítmica casi sin música, casi sin voz. Sólo había ternura, algo más que sexo. Había amor de sábanas, besos de noche, descontrol de la templanza. Travesuras.

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