lunes, 1 de junio de 2015

Sabes Muy Bien

Sacó de su bolso una caja decorada con forma de regalo. Él con los ojos vendados, sin ver nada, palpaba con las manos su cuerpo, su piel, o como se llame eso que nunca se quiere perder de tacto. Con la luz del sol de tarde entrando por el ventanal del salón, él sonreía por nervios, por misterio y por sorpresa.

Le quitó la venda de los ojos y la vio con los labios rojo intenso, los ojos grandes, ilusionados, y sonreía pícaramente, disfrutando de llevar el mando y control de la situación. Sus manos mostraban una caja con un papel de regalo celeste, a juego con sus ojos, a juego con el cielo, que por fin atardecía celeste anaranjado.

La brisa movía su pelo largo que rozaba los hoyitos que siempre le salían alrededor de la boca cuando estaba tramando algo. Guiñó un ojo y dijo riéndose:

- ¡Ábrelo!

Él aún hipnotizado por la estampa de ella, tan guapa, tan misteriosa, tan sonriente. No se inmutó.

Por segundos ambos se miraron en silencio. Él la miró recordando porqué tanto la quería y ella miraba por qué le gustaba tanto sorprenderle. Se le ponía cara de niño bueno cuando no sabía cómo reaccionar.

Alzó su mano para coger el presente. Irónico, pues sobre el papel celeste se podía ver un papel recortado que ponía futuro. Se decidió abrirlo cuidadosamente ante la impaciencia de ella, que se ponía las manos en la boca para tapar la emoción.

Desenvolvió el lazo de alrededor con sumo cuidado, despegó el fizo de la parte posterior y quitó el papel que dejaba ver una caja de color azul marino con letras color oro. En ellas ponía ‘Sabes Muy Bien’.
Al abrir la caja, vacía. Ella se rió y cuando lo vio dudar se abalanzó sobre él como una niña chica y le besó sin previo aviso. Cuando creyó tenerlo embelesado se dirigió a su oído:

- Me gustan tus besos. ¿Sabes? – dijo ella con media sonrisa.
- ¿Por qué? – dijo él sin entender aún nada.
- No sé – dejó una pausa continuada. – Sabes muy bien.

La noche caía por el balcón. Ellos seguían en el salón. El tiempo ya era relativo, pues ella consiguió con una caja vacía regalarle tiempo. Él no supo devolver el gesto. Quería decirle que la quería, pero no sabía muy bien cómo. No importó pues, ella ya lo sabía.

Lo sabía muy bien. Como según ella decía, como todos y cada uno de los besos que saboreó suyos.

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