jueves, 1 de octubre de 2015

Todo lo que me dijiste mientras te marchabas


Lo primero que me dijiste fue no volveré. Lo segundo, lo prometo. Y lo tercero, ya por fin, adiós. Mientras te marchabas me lanzabas el último beso a la mejilla, sin lágrimas, con más alivio que tristeza. Con más obligación que sentimiento. Más formalidad que ganas.

Me dijiste que mirara para otro lado, que pusiese la otra mejilla porque lo que venía continuación iba a doler de lo lindo. La bofetada iba a ser de escándalo. Me llamaste por mi nombre, tú, que siempre tenías un apodo para mí.

Me dijiste que ya nada era lo mismo y te contradecías con la excusa de que todo era exactamente igual. En qué quedamos si en nada se quedó. Si todo lo que construimos lo tiramos por el borde de la cama y semidesnudos nos dijimos ya no.

Mientras me señalabas con el dedo la puerta me invitaste a recoger la ropa, los sentimientos, mis cosas del salón y los sueños de la habitación que la última noche compartíamos. 

Lo que te enamoró de mí me lo pusiste en la lista de cosas que dejaron de gustarte y quien te escuchara se pensaría que fui aparte de mal amor, culpable confeso de la situación, terco en detalles, nulo amante, peor amigo, uno más de los que quieren sin razón.

Razón la que me quitaste cada vez que te suplicaba porqué no debías marcharte.

Al final el que dijo la última palabra fui yo. Pero tú ya no escuchabas tras el portazo que diste al salir. Porque un nuevo nombre te retumbaba en la conciencia y en la nueva cama donde te esperaba.

Todo lo que te dije mientras te ibas fue que te quería. Pero ya, poco importaban mis palabras tras todo lo que me dijiste, mientras te marchabas.

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