jueves, 29 de octubre de 2015

¿Quieres entrar conmigo?


Pues sí, mira. Estoy enamorado. Y sí, tiene nombre. Nombre de mujer. Tiene ojos marrones, descartando todas esas de colores celestes que me dejaron bien clarito que no. Y no sólo que no, sino que nunca. Que es muchísimo más 'no' que cualquier otro adverbio de desamor.

Que sí, que sí. Que me gusta. Que me encanta. Que no le encuentro una pega por la que defenderme de su presencia. Que me tiene si ella quisiera. Que me ha enamorado. Que estoy pendiente de su boca tanto como de la mía. Temeroso de decir lo que menos quiera escuchar.

Y tal como te digo ésto, también te digo que no. Que ella no lo sabe. Y no sólo que no lo sabe, porque eso pueda hasta sonarte normal. Agárrate a dónde puedas porque ahí va: No es que no lo sepa, es que, además, nunca lo sabrá. Que no se lo voy a decir. Pero no hoy. Que no se lo voy a contar jamás.

No se lo he dicho porque no hay ni momento ni lugar. Sé exactamente el paso que no hay que dar. Que yo no quiero salir con alguien, yo más bien lo que quiero es alguna vez, entrar. Yo no quiero exteriorizar la relación, yo lo que quiero es intimar la frecuencia de besos que nos queramos dar. Que sea cosa de sofá, de inviernos acurrucados en un salón. De frío en zona de dormitorio en punto de ebullición.

Yo no la quiero con una obsesión de tenerla porque sí. A mí me encanta acariciar la idea porque es la única manera de no romperla. A mí me gustaría que sintiera la necesidad de entrar conmigo sin tenerle nada que provocar. Que sea un porque ella se quiera quedar.

Porque además lo que ilusiona es el "pero y si..." de que todo pudiera pasar. Lo platónico de pedirle que entre contigo a tu vida, a tu rutina, o a viajar de la mano a cualquier lugar. No se lo diré, no por miedo al fracaso, sino porque a ella no hará falta decirle más. Simplemente dejarle la puerta abierta, por si ella sola decide pasar.

Pero repito: Que ella no lo sabe. Y que nunca lo sabrá. Porque si tiene que ser para siempre, la mejor manera es así. Eternamente soñada. Preguntándole todos los días de mi vida,

"¿Quieres entrar conmigo?"

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