lunes, 12 de octubre de 2015

Terminar los días

Qué relativo es eso de terminar. De acabar. Eso que se dice cuando ya no se quiere. Cuando se debe liquidar un asunto, cueste lo que cueste. Costara lo que costara. Porque eso ya poco importa. Lo que costó. Todo lo que se luchó para que precisamente no acabara así. Lo que nos gusta a veces sentenciarlo todo sean las consecuencias que sean. Y a veces lo mal que lo pasamos en un final cuando todo está a punto de acabar.

Que poco consuelo buscamos en esos momentos en los que ves que si hubo algo que te encantaba ya no estará. Que se acaba. Lo poquita cosa que somos cuando el final es inevitable. Lo impotente que nos sentimos en una despedida de un ser que ha sido querido, muy querido. Es una buena bofetada a todo tu ser, que nos convierte en muy humanos, y sobre todo, nos actualiza el orgullo en modo fábrica. Nos lo resetea a los valores iniciales de madurez. Lo que nos da una segunda oportunidad para ver que se fue por tu culpa.

Y tan importante como despedirse es comprometerse a no volver a aparecer. No tentar de nuevo a la suerte. Pero no aprendemos por muchos besos que nos den. Porque encima de nostálgicos somos pecadores. Y volvemos a pecar. Volvemos a caer en el principio de otro final. Otra boca a la que le prometimos la luna. Otra boca a la que decirle: nunca me iré. Otros labios diciéndote te quiero, adiós, nunca jamás volveré a aparecer.

Sin embargo, decir adiós es imprescindible. Es poner un punto final. Dar la última puntalada a lo que se tejió. Sin despedida no hay principio. O al menos eso me dijo la última que se fue. Y somos tan racionales que si no la hubiera nos quedaríamos ahí, en el limbo entre lo que no se acabó y lo que estará a punto de empezar. No despedirse es sinónimo de acabar a medias. De acabar mal.

Despedirse es sentenciar algo que ya sabíamos que tenía un final pero que nunca pensamos que llegaría. Que fuera ya. Es un secreto a voces. Una verdad callada. Hasta que llega. Y ahí te ves dándole los últimos besos a esos labios que tanto te prometieron que nunca se irían.

Cuando empezamos ningún pasado peor viene a demostrarnos que no. Cuando empezamos no queremos oír a nadie más que no sea nuestro afán, nuestra ilusión. Y hoy si quisiera te diría te quiero, no te vayas, aquí estaré. Y hoy, si hace falta te bajaría la luna por y para ti. Pero si eso supone decirte adiós, mejor me quedo en tu cama, junto a ti, mirándola desde aquí. ¿O hay alguna forma mejor de empezar a darse las buenas noches?

Buenas noches. Porque así es como me gustaría despedirme cada día de ti. Como quiero yo, terminarte los días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe bonito...