martes, 21 de abril de 2015

Nieve en Polonia

Frío. Mucho frío. Ni la capa de mantas que tapaba su pijama invernal la protegía de aquel enemigo presentable tanto en el clima como en su peores relaciones. La chimenea del salón rústico que la cobijaba no calentaba lo suficiente, o al menos era un calor insignificante para las últimas palabras que él le pronunció la anterior noche: “Ya no te quiero.”

Así se levantó por la mañana la mujer de ojos chiquititos, recordando su última relación mirando los posos de un café caliente que se preparó sin hambre, sin ganas y porqué no decirlo, sin amor.

No entendía cómo pudo suceder aquello, pero el caso es que ella estaba sola, en su apartamento, sentada frente a su temor de verse allí, en ese lugar, sin esa compañía. El móvil vibraba en la mesa frente al televisor. Ya había sonado un par de veces antes de levantarse de aquella cama que ya parecía grande pero no era momento de digitalizar la angustia, y mucho menos ocultar en redes sociales tanto dolor.

Cuando creyó haber terminado el amargo café se dirigió a la nevera por un poco de agua. Las lágrimas que cayeron ayer de sus ojos explicarían el rojo de las comisuras de sus labios y la sensación de sed, no solamente de su cuerpo, sino de sus labios, de su mirada, de su vida.
Por el final de su cuello aún colgaban esos besos que un día la tuvieron tan presa como enamorada. Quizás sintió el cosquilleo del collar que colgaba, hasta entonces con tanto orgullo, y desabrochó, con la mirada gacha, el broche que unía las dos partes de una misma cadena. Qué irónica la acción, sobre todo cuando era un corazón rosado lo que colgaba de aquella cara tan guapa, tan linda, tan desencantada.
Se dirigió a la habitación, repleta de lo que ya eran recuerdos irrepetibles, y para paliar el silencio de los buenos días princesa que ya no se escuchaban encendió la radio por una frecuencia tan al azar como lo era su destino.

“Buenos días soleados oyentes, disfruten de éste débil rayo de luz, y sonrían, porque podría ser peor, por ejemplo, nieve en Polonia colapsan carreteras…”

Se vistió con un vestido verde esperanza. Se maquilló los ojos pensando en él. Le quedaron negros, seductores y grandes. Y se pintó los labios rojos con aquel pintalabios que sí dejaba marca si besabas. Hacía tanto que no lo usaba que ni recordaba lo bien que le quedaba. Se recogió el peinado en una trenza de cuento de hadas y el flequillo le quedaba por la frente tan natural como su sonrisa, que hoy se quedaría en casa.
Por último cogió el bolso, las llaves y el arrepentimiento. Todo cabía. Todo menos su nombre. Nieves. Porque ya, y eso era lo que ella pensaba, ni en Polonia la querían…
Pegó un portazo al salir sin querer, o queriendo, o cómo se llamase ese sentimiento cuando aún perteneces a una persona que ya no está, que ya no te busca, que ya no te quiere.

(Continuará)

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