lunes, 23 de febrero de 2015

Una Estrella Fugaz


El frío caía como la noche. Caía un aguacero de ausencia proporcional al tamaño de la luna. Él estaba como de costumbre, en la parada de autobús iluminada por un tubo fluorescente que dejaba apreciar el vaho que salía de su boca cada vez que suspiraba.


Su cuerpo inmóvil. De pie. Con una pierna flexionada y apoyada en el sucio cristal que se dignaba a acompañarlo todas las noches de ese invierno. Todo lo de alrededor era oscuridad, penumbra, luces lejanas y el ruido de una carretera cercana que se atisbaba tras las sombras siniestras de una hilera de pinos por los destellos de los coches.

Con las manos escondidas en los bolsillos de un tejano viejo y roto miraba la vida pasar delante de sus narices. Sus recuerdos eran tan inoportunos como claros. Su olvido era tan inexistente como su calor corporal. La lágrima que le caía por la mejilla era lo único que se movía en aquellos dos metros cuadrados de asfalto mal alisado.

El sonido de una anilla golpear el duro metal del asiento de al lado le hizo alzar la mirada. Un bolso marrón, aparentemente de piel, con anillas color cobre por las asas se posó a escasos metros de su último anhelo.

La dueña de aquella señal era una chica con el pelo castaño y largo. Su cabellera se dejaba posar sobre unos hombros rectos y aparentemente finos. Su complexión era delgada, casi con la misma silueta que marcaban sus labios, que trazaban dos paralelas rosas debajo de una pequeña nariz que respiraba el mismo frío que él.

Ella se sentó ignorando su presencia. Él ignoró la situación. Lo único que le llamó la atención es que nunca antes había estado tan solo y a la vez tan bien acompañado. Su mirada bajó al suelo cuando recordó la última vez que se ilusionó y la cantidad de películas que le mintieron tanta verdad.

Él ignoraba que iba a suceder después, tanto como ella. Tras dos fogonazos de luces tras los pinos una palabra empezó a cambiarlo todo. La palabra fue 'Perdona'. Ella se acercó con paso tímido a su perfil y empezó la frase con la última palabra que recuerda de su último amor. Perdona. Ella ignorante de ello le preguntó por el autobús de la línea número cinco. Él levantó la mirada hacia el rostro de esa chica. Tenía por costumbre mirar a los ojos cuando decía una verdad y respondió casi de memoria que sí, que estaba en el lugar indicado. Tras un silencio incómodo y tras una sonrisa le aclaró que les quedaba treinta minutos esperando al relente.

Ella sonrió. Su sonrisa, ¿cómo decirlo?, era del tamaño de una cura. Las dos pequeñas arrugas que marcaban el final de su gesto eran tan características como oportunas. Ella le ofreció su compañía porque no le apetecía compartir minutos con la oscuridad y el silencio. Él, mirándola a los ojos, aceptó con una curva de labios muchísimo menos encantadora. 

Al ir por sus cosas al otro lado de la parada, él recordó sus ojos. Eran pequeños con una pequeña línea perfilada que no quitaba protagonismo a sus pestañas. Le sorprendió pensar, que eran los primeros ojos chiquititos que le llamaban la atención.

Ella le reconoció que le encantaba conversar y conocer a gente y que odiaba estar en silencio. Todo lo contrario a él, que a pesar de compartir la afición de charlar, siempre aprovechaba esos minutos para escribir sus sentimientos en un folio lleno de tachones.

El tiempo fue tan relativo como corto y el frío, incomprensiblemente desapareció. La presencia de la chica lo sacó de su estado ausente y sin quererlo, ella se convirtió en la dosis de ilusión que tanto lo derrumbó.

El autobús llegó más temprano de la cuenta. Ambos se montaron, dejándole él pasar primero a ella por cortesía. Él se dirigió a dónde ella se sentó y le preguntó educadamente si podía acompañarla en el trayecto. Ella aceptó con una sonrisa y a la vez sorprendida. Ella daba por hecho esa compañía. Él a su vez, rezaba por el no rechazo.

Ni que decir tiene que él cayó prendado de aquella dama que apareció en mitad de la noche. Al conocerla descubrió su nombre, Cher, su edad, seis años más menos enamorada que él, sus estudios, de lengua francesa, cultura de la ciudad del amor. Ella le hablaba con tal confianza que dudaron si se conocían de antes. Él más que hablar, escuchaba. Estaba absorbido por la situación. Lo había visto tantas veces en la gran pantalla que sólo miraba como esos labios se unían y se paraban para darle calor.

Ambos se bajaron en la misma parada y no se intercambiaron teléfono, twitter o instagram. Ella antes había mencionado que sus horarios cambiarían y que probablemente fuera la única noche que estuviera ahí.

Tras bajar lentamente del autobús ambos se besaron, un beso en cada mejilla y se dieron las gracias mutuamente por el ratito. Él volvió a agachar la cabeza al suelo. Porque supo que no volvería a verla más salvo que el caprichoso destino quisiese. Porque ella sólo apareció esa noche. Y entonces volvió a recordar porqué, por muy especiales y bonitas que sean, nunca te puedes enamorar de una estrella fugaz...

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