martes, 15 de septiembre de 2015

Todo lo que escribí mientras me negabas el beso


Supongo que eso nunca llegaré a respondértelo con certeza. El qué me enamoró de ti. Es tan difícil. Pueden ser tantos detalles ínfimos. Voy a tirar de sarcasmo. Tu insistencia seguro que no. Tu lástima tampoco. 

A pesar de ello, tu mirada me ganó sin motivo alguno. Tu naturalidad, tu flequillo mal peinado, no sé, tu pelo, largo. Tu boca, delgada línea rosa sin demasiado pintalabios. Supongo que tu delicada piel, tu cuerpo, tan tímido. Tu presencia tan misteriosa. Tu manera de vestir. Sí, tuve tiempo de fijarme en todo. Nunca se olvida a la mujer de tu vida. Por mucho que ésta no quiera serlo. O no se quiera dar cuenta.

No sé por qué insistí. Supongo que el autoconvencimiento de que era tan recíproco como intenso. Sí, me enamoré de ti hasta saciar cualquier milímetro de mi conciencia. Y ¿sabes? Dentro de lo que cabe era feliz. Porque me inundé de ilusiones que yo mismo creaba a mi suerte. A mi antojo. Y no me arrepiento a día de hoy.

El tiempo sí que me devolvió un poquito de la cordura que perdí tras tus pasos. Cuando ocurrió no lo sé. Pero las noches fueron claves. Ahí eran protagonistas tus ojos. Bajo la luna de aquella ciudad de cuyo nombre no podré olvidarme, me quedé más de una vez prendado de ti. No me culpes por querer tan rápido. Es mi forma de enamorarme. Y no la cambio por nada ni por nadie. Es lo que me hacía diferente a cualquiera que pretendía tu mano. Así quiero. Así me tendrán que querer.

Porque si hablamos del cómo ahí fui culpable de todo. De todos esos escritos anteriores que tienen tu nombre y que nunca te confesé que escribí hasta el último minuto de tenerte a tres centímetros de mí. E incluso ahora en la distancia escribo, pero ya sin tus iniciales. Porque te fuiste como viniste, tan guapa, tan callada. Ahora me doy cuenta de que el amor asusta. Y que puede huir. 

Al final resultó ser que no se era. Que todo lo que imaginé lo puse ante tus ojos y los cerraste. Giraste la cara y tu melena siguió el giro de un tan claro "no". Hiciste todo lo contrario a mis esperanzas. Y éstas se partieron como trocitos de un cristal en tus tierras de mármol y piedra blanca, y allí se quedaron, donde fuimos tan irregulares en ésto de querernos. Yo amé demasiado. Tú...

Tú no sé. Ni quiero saberlo. Porque no hay algo peor que conocer todo lo que te escribieron mientras no te querían. Que no hay nada peor que las cosas que nunca se dicen. Porque nunca serán.

Salvo que se escriban y alguien te ponga delante de tus ojos lo mismo que yo te ofrecí, pero ahora con muchísima más tinta, y con muchísimo menos sentimiento. 

Porque todos aquellos me los dejé en tu boca. Cuando me negaste el beso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe bonito...