martes, 29 de septiembre de 2015

El Perro de Naiara


No nos conocíamos de nada. Ni ella sabía mi nombre ni yo conocía su sonrisa. Pero en el momento que ambos intercambiamos aquella información en mitad de un tablero de parchís, este Martes ya era otro. Este Martes ya se veía como otro #MartesDeHospital.

El cubilete azul que ella eligió le hacía sombra a sus muñecas, más finas que cualquier princesa de Disney que quisiera presentarse allí. No iba vestida elegantemente pero su cubilete iba a juego con su pijama de hospital, y eso era más que suficiente para que fuera la reina del tablero. Naiara me tenía enfermo de juego, de risa y de diversión. Y ella misma iba a ser la que hoy me iba a curar.

Yo me elegí el verde esperanza, pues a pesar de que estaba dispuesto a perder, ambos sabíamos que nos íbamos a comernos unas buenas horas del reloj en aquel edificio llamado hospital. Conforme avanzaba el juego supe que allí poco importa la frialdad de un dado, que no estaban las reglas para cumplirse, que el injusto azar que la trajo allí también debía ser injusto azar en este tablero pues, sacara uno, tres o cuatro, ella siempre se contaba de seis en seis, según ella, para llegar cuanto antes al final. A casa. Donde le esperaba su perro, su padre y su hermano.

Mi estrategia fue sencilla. Intentaba colocar mis fichas por delante de las suyas con el único objetivo de sacarle alguna sonrisilla más. Era la primera vez que me encantaba perder una ficha en juego, pues por cada una de ellas, Naiara se levantaba con los ojos iluminados sabiendo, que la suerte le sonreía, una vez más. Y cuando ella lanzaba el dado, cruzaba los dedos para que le tocara la cifra más alta, pues ella se reía sabiendo que en esa ocasión no tendría que mentir. No tenía que contar mal.

Como buen juego, todo tiene un final. Naiara me eliminó muchas penas, fichas y estrés del día a día y siempre que lo hacía se contaba veinte para terminar. Y después de tantas veces jugar al parchís, Naiara me enseñó algo que nunca un rival consiguió descubrirme. 

Y es que, aunque haya campeones como Naiara que ganen la partida, a veces volver a casa cuesta, otra partida más. Por eso me volví esta tarde no sólo derrotado del juego, sino impotente por no poder que Naiara se contara veinte e hiciera lo que yo tantas veces hice en el juego o como yo hice cada Martes al finalizar:

Volverme a casa sin más pues sabía que el perro de Naiara tendría que esperar.

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