lunes, 25 de mayo de 2015

Cuando Se Pierde

Puso sus dos alfiles sobre seguro. La espada del caballero montado a caballo brillaba tan vilmente como la enfermedad que le retaba una y otra vez cada final de partida.

Juanmi volvió al hospital para poner sus ocho peones encima de la mesa. Uno a uno avanzaban por el desfiladero de la esperanza de su familia. Familia que no paraba de mirar los números rojos de un cronómetro que marcaba el final del suero. Suero que se repetía cada vez que el frágil cuerpo del rey de piezas negras no asumía bien un medicamento.

Las dos torres que sujetaban su silla de ruedas tenían nombres y les había dado apellidos. Su padre y su madre, uno en cada esquina del tablero empujaban la silla y campaban por el borde del tablero, sufrimiento o como se llame esa sensación que nos hacer estar tan al precipicio.

La reina de sus amores, la que tanto quería, la niña del pañuelo en la cabeza, la chica del walkie-talkie, la del cáncer de amor, estaba allí con él, oculta en un dibujo que él conservaba en su pijama de hospital.

Contra el gotero se encontraba la inestable salud de nuestro valiente jugador y caballero. Que tras dos meses volvía a esta partida que le había tocado vivi tan joven, tan inoportuna, tan cruel.

Allí volví a jugarnos una partida de vida. Una partida de hospital. Allí volvieron a ganarnos ocho peones, dos torres y cuatro sonrisas.

Allí volvimos a dejarnos ganar por las ganas de un #MartesDeHospital.

Y cuando se pierde. Porque allí fuimos a perder.

A perder en manos de niños.

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