miércoles, 29 de julio de 2015

La Primera Vez que te Perdí


La puerta del autobús se abrió dando un golpe de calor y humedad al ambiente. Entré sin cruzar la mirada con nadie salvo al conductor, un hombre mayor, curtido en mil batallas, con barba desigual y medio canosa que sonrió al verme de nuevo allí.

Eramos viejos conocidos pues la línea número cinco del autobús siempre suelen ir las mismas caras. Cuando me devolvió el cambio, me dijo:

- Hoy vino por ti, amigo.

Cuando me giré para buscar asiento se me cayó de las manos el billete. Presto fui a recogerlo cuando unas manos finas, de tacto suave, se chocaron con las mías.

Llevaban un anillo en el dedo índice, con dos joyitas incrustadas en el frontal, que brillaban culpa de los rayos de sol que se filtraban por las ventanas.

- Gracias - dije mientras me volvía a levantar y colocar el billete en el bolsillo del pantalón.
- De nada - contestó una voz dulce, alegre, joven.

Por vergüenza no la miré, miedo a prejuicios innecesarios pero cuando me senté, casi al final del autobús, me dio por observar quién era la culpable de ese fortuito gesto. Entonces entendí las palabras de mi viejo amigo conductor.

Ahí estaba. Sentada a pocos metros de mí. Se quitaba los pelos de la cara tan elegantemente como si lo hubiera aprendido en una escuela de seducción.

Llevaba unos pantalones vaqueros cortos, unas cuñas sofisticadas que dejaban ver la manicura de sus pies, así como su delicada y blanca piel. Una camiseta veraniega completaba su dulzura vistiendo. El sujetador se dejaba apreciar por su espalda, no descaradamente, pues parece, que todo lo hacía con disimulo, incluso el provocar sin querer. Se le notaba que era tímida. No sé cómo se atrevió a coincidir con mi mano casi a la altura de sus vergüenzas. El caso es que lo hizo. Y lo que más me sorprende: mi viejo amigo lo sabía.

A pesar de su flequillo, llevaba una trenza que recogía su pelo largo y castaño. Cuando estaba fijándome en ella me miró. Rápidamente miré por la ventana, disimulando querer seguir observándola. En ese instante, sólo pude apreciar el tamaño de sus ojos. Era la primera vez que sin saber el color de ellos, me gustaban. Grandes, con pestañas insinuantes, destacables. Cuidado maquillaje que perfilaba el contorno. Me sorprendí de mí mismo por lo tanto que se puede observar en sólo una fracción de segundo.

Esperé un ratillo y volví a saciar mi curiosidad. Estaba ya levantada. La luz de "parada solicitada" estaba encendida de un rojo final.

Sus brazos eran delgados, su cintura fina. De aquella salía de su límite con el pantalón un tatuaje que no pude apreciar con claridad. Pude ver que tenía un piercing.

Al abrir las puertas se fue.

Esa fue la primera vez que la vi.

También, la primera vez que te perdí, como dijo mi viejo amigo al finalizar el trayecto...

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