domingo, 26 de julio de 2015

EL Gin-Tonic que Nunca te Pedí


Le sirvió una copa llena de alcohol, agua congelada y desánimos. Mientras vertía el líquido transparente sobre el cristal, ella se fijó en sus ojos, la sonrisa con la que él la miraba. Era una mirada diferente, noble, inocente. Era familiar porque iban ya tres noches que visitaba su pub en coincidencia con suhorario, pero nunca se dijeron nada más que la cortesía formal de cliente y camarera guapa. Ella sacó la sonrisa por cortesía, como los frutos secos que le acercó para matar el hambre.


Su mirada era esquiva. La cola que sujetaba su pelo bien alta. Sus labios rojos. De un intenso que se pudiera ver en las luces del garito donde yacía su inocente mirada, marrón azabache, inocencia maltratada.

Vestía elegantemente su frialdad en un escote de camisa blanca ajustada a su cintura. Ni un atisbo de felicidad. Ni si quiera de soñadora. Parecía como si en el local estuviese prohibido ilusionarse sin consumir.

Cuidaba los detalles. El perfil de su rimel en los ojos era tan delgado como su colgante del cuello. Los pendientes a juego con los zapatos. Tacones que la hacían más alta que sus pocas expectativas esa noche.

Él la observó el tiempo que duró su copa. La vio tirar un par de ticket y servilletas con el nombre y el teléfono de otros. Casi todos los chicos del local la piropeaban por su aspecto, más que por afecto y ella sonreía mientras arrugaba el papel de aquellos que querían una mujer de trofeo, más que un trofeo de mujer.

Uno tras otro le tiraban los tejos tanto o más como se tiraban sus cubatas en las camisas. Nunca se sintió querida y las relaciones últimas que tuvo acabaron igual de mal que las insinuaciones de los alientos borrachos de unos esa noche. Era una mujer querida y no querida por su belleza. Aunque cueste entenderlo, el amor que le prometían era más de cuerpo que de alma, y ella lo que quería era amar de corazón, más que de razón

Él, que la miraba desde varias noches, la veía triste, alicaída, ajena, cansada, y que conocía su sonrisa no forzada le pidió la cuenta tras el último sorbo a su Gin-tonic.

Ella nunca se había fijado en él, pero cuando recogió la copa y el cuenco de frutos secos se quedó pensativa y perpleja. Arqueó las cejas mientras recordaba cuando le sirvió la copa de ginebra.

Él no le había pedido un gin-tonic. Pero se lo tomó sin quejarse. Sin número de teléfono en la servilleta y sin piropos.

"¿Volverá mañana para poder disculparme?" pensó ella. Cuando cogió el pomo de la puerta la miró y sonrió. Agachó la cabeza y abandonó el local.

Ella observó los frutos secos esparcidos por la barra donde estuvo apoyado. Formaban la palabra "Sí."

El amor que no pidió, lo encontró en una copa de gin-tonic que no fue pedido. Fue la primera vez que ella esperaba respuesta. Fue la primera vez que no tuvo que arrugar ninguna hoja de papel, ni si quiera, decorar una sonrisa.

Así empezó la historia del primer Gin-tonic no pedido.

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