martes, 14 de julio de 2015

La Habitación Pintada


Colores. Quererse es colores. Muchos colores. Mancharse las manos de pintura, tatuarse el pecho con el nombre del otro. Dibujar un campo en mitad de la ciudad, y allí escaparse en pareja. Quererse es colorear de dos en dos. Pintar paredes. La cara. La risa. Tener la sensación de que aunque la pintura se gaste, se podrá siempre echar otra capa más.

Quererse es reír. Y mientras se pinta, sonreír. Prolongar los labios hacia los cachetes y abrirse. Abrirse a un mundo de posibilidades. De humor no provocado sino espontáneo. No reír para siempre, ni forzarlo, sino sentirlo. Reírse sin hacerlo negocio. Porque a veces querer es llorar, y eso si que no se debe provocar. Quererse es bromear, cosquillas y risas.

Quererse es debatir, discutir y pensar. Todo ello para mejorar. Debatir sin peleas, ni golpes, ni malas caras. Discutir con inteligencia y no con maltrato. Pensar a dónde se quiere llegar. Pensar en el otro más que uno mismo. Pensar pero que roce el soñar. Y así dibujar nubes en la pared que quedaba en blanco de aquella habitación.

Quererse es morder, besar, hacer el amor y gemir. Alrededor de botes de pinturas plantar un beso con tonos celestes en tus cachetes colorados. Sonrojar la pasión y pintar de amarillo las ganas de querer volver a repetir en tus caderas, todos los verdes de mis pensamientos. Gemir es anaranjar tu aliento, morder el blanco de tu ropa interior, seducir el rosa de tu piel.

Cuando acabamos la última pared de las cuatro, la sellamos con la firma. Pensando que nos traería buenos recuerdos cuando la viéramos. 

Allí fui donde entendimos que quererse a veces se queda impregnado en detalles. Coloreamos algo más que paredes. Todo eso fue lo que hicimos dentro de la habitación pintada. Eso significaba quererse. Allí permanecí entre un par de tonos grises y morados.

Pero ya la habitación te despinta. Te molesta.

Hoy, tu habitación, no me quiere.

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