martes, 1 de diciembre de 2015

Una Quema de Humildad


Me duele verlas así. Me quema verlas tan niñas, tan chicas, tan frágiles. Me duele verles las heridas de su piel. El mal rato que debieron pasar para que su piel fuera devorada por el fuego. Me duele pensar que están en cirugía y no precisamente para ponerlas más guapas sino para curarles las quemaduras de sus brazos. Su dolor de estómago, su bicho llamado virus, en forma de crueldad.

Me he sentido impotente. Y he sentido cuando las miraba, miedo. Miedo por no saber reaccionar ante una situación así. Donde ellas debían hoy ser curadas de espanto, y donde el asustado he sido yo. No he estado a la altura de sus ojos. No he podido ayudarlas. Simplemente las he acompañado en su rutina hospitalaria. Seguir el gotero que borraba sus pasos de niñas grandes.

La impresión me pudo, y aunque disimulé estar jugando con ellas, no paraba de plantearme qué fue lo que pasó para que a esas niñas de ochos años le faltaran los nervios de una de su edad, qué pasó para que le faltaran ánimos, fuerzas, infancia. Quién fue culpable de que su piel estuviera tan quemada como todas sus ilusiones.
Sólo me consta que tienen una familia muy grande para cuidarla. Ésa familia que nunca falla. Esa madre que siempre está. Que siempre estará. Para que puedan mirarla a la cara y decirles, que pase lo que pase, siguen siendo igual de guapas que siempre.

Yo ya no creo en princesas ni en cuentos donde las protagonistas tienen largos cabellos y tez pálida rosada. Ya no creo en cuentos con final feliz, ni donde todo vaya rodado. A partir de hoy tengo otras heroínas como C. y L., que sin fuerzas apretaban sus manos para coger el rotulador que pintaba sus esperanzas de salir de allí.

Me duele sólo haberme quedado con sus nombres. Pero me dolería más si cabe si hoy no hubiera sacado un ratito que dedicarles a cada una de ellas. Porque estoy seguro que el día de mañana serán más princesas que cualquiera que nunca se llegó a quemar la piel.

Hoy me han enseñado algo. Debajo de esa piel había un corazón intacto. Me han dado una quema de humildad.

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