martes, 2 de febrero de 2016

El escriba de un niño


Mira que he escrito mil veces. La de cientos de veces que he cogido unos folios en blanco, un lápiz y he dejado explotar la imaginación. Lo que sentía lo contaba. Lo que me gustaría que me pasase lo adornaba. La de veces que me he sentido dueño de mis sueños y he escrito lo que me venía en gana. Pero nunca, jamás, he sentido ser, el escriba de un niño.

Las circunstancias. La casualidad. Probablemente el azar. Él utilizó la palabra "amigo" para llamar mi atención. Y allí que casi por inercia fui. Al lado de su gotero me senté a preguntarle que quería, que necesitaba. Un pequeño con gafas y una vía en su mano derecha me miraba y me pedía por favor si podría escribirle algo a la vez que levantaba su mano desnuda y repleta de tubos inyectados a sus venas.

- Claro que sí - dije sin pensarlo- un momento que coja un folio y algo para escribir.

El pequeño esperaba mi llegada enfrente de la pantalla de un ordenador donde se dejaba intuir una imagen con una frase en mayúsculas en su interior. Una vez me senté delante de él, empezó a contarme su propósito. 

Quería escribirle a sus amigos unas frases de amistad y claro, él, no podía. Precisaba urgentemente un escriba que copiara sus sinceras palabras. Mientras yo me convertía en el escriba de un niño empecé a valorar todas las lecciones que me dio en un momento casi sin querer.

En primer lugar la amistad. No me conocía de nada y me dijo amigo. Probablemente nunca nos volveremos a ver pero ese lazo ya no hay quién lo rompa. También me hizo ver que a los amigos hay que dedicarse. Él, allí hospitalizado, sacaba un ratito para Teresa, Miguel y Maite, los destinatarios de las cartas que yo le escribí. Con los amigos no sólo hay que ser, hay que estar. Hay que sentirlos.

La segunda bofetada de ética que me dio aquel enano fue la de pedir ayuda. No se es inferior por pedirla. No se es menos por no poder más. Siempre hay solución para un problema. Y la solución de su gotero eran mis manos con un lápiz entre ellas.

Y la tercera y última guantada con la mano abierta: Crecer es aprender a despedirse. Parafraseando a R.M. Crecer es aprender a despedirse. Tras encontrarse indispuesto, recogió sus folios grapados, y se marchó. Descubrí que las despedidas duelen pero que, a fin de cuentas eso nos ayuda a crecer. 

Espero que le vaya bien en la vida. Sus amigos tienen una buena persona a su lado. A partir de estos renglones, ya para siempre,

                      Tuyo,

                                        El Escriba de un niño

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