
Me encantaría desnudarme en los bordes de tus sábanas. Recogerte en un abrazo de piel a piel, mojar los labios con mordidas muchísimo más excitantes de las que ahora mismo te piensas al leerme estos tres inútiles renglones. Renglones. Esos si que me gustaría torcerlos al sonido de una música que caiga del techo, que cierre la puerta y que nos deje allí, muy solos, muy bien acompañados.
Me encantaría no sólo pasar horas. No sólo vivir de los momentos. Me gustaría dedicarme allí una vida. Quiero perderme entre todas las arrugas que cuente desde aquí, desde esta esquina de la cama hasta la almohada. Mirarnos al espejo que cuelga de la pared de tu habitación. Fotografiar cada mes, cada sonrisa, cada te quiero, cada quédate.
Eso. Quedarse. Me gustaría que fueras una que se queda. Alguien que en caso de que se tuviera que ir, si se va, vuelve. Esas que cuando se van, mil veces te dice "no quiero". Aquellas que lloran al borde de una septuagésima despedida tanto como de una primera cita. Yo te quiero aquí tan de repente. Sin esperar a que el tiempo nos decida.
Lo tengo claro. Si te tuviera ahí delante de esta copa de vino que se acaba, hoy te hacía el amor con las manos. Lo tengo claro:
Hoy, el amor, que sea decidido.
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