martes, 19 de enero de 2016

El juego de la Oca más difícil del mundo mundial


No es un juego cualquiera como ningún Martes es un día cualquiera. Sí es cierto que es el mismo tablero, el mismo dado, los mismos cubiletes, fichas, pero desde luego no con la misma suerte, ni con los mismos rivales.

Al menos no para el niño impaciente por empezar que se sentaba enfrente de mí. Joan no me llegaba a la cintura de alto. No llevaba bata de hospital. Iba vestido con un chaleco azul a juego con unos pantalones largos de pana. Era delgado con la cara fina y pequeña y no paraba quieto. Se le veía nervioso, quizás por la magnitud que provoca en esos chicos esa sala, o quizás porque tanto tiempo en la habitación había hecho mella en su ansiedad de niño de querer hacer algo. Ahora que podía, lo demostraba con su inquietud y su impaciencia por empezar.

Tiramos una lona grande al suelo. En ella un tablero de la Oca nos saltaba a los ojos con chillones colores e imágenes infantiles de distintos personajes animados. Las reglas eran fáciles a pesar de ser el juego de la Oca más difícil al que me he enfrentado.

La primera era que Joan siempre empezaba tirando. Daba igual que fuera un color u otro, o que se unieran  más compañeros al tablero. Daba igual. Joan siempre empezaba. La segunda regla era que no había que echar cuenta a ninguna regla oficial del juego. Da igual como se jugase fuera del hospital, allí andaba Joan. Tercera, como consecuencia de la segunda, Joan te podía mandar a la cárcel, volver a empezar o saltar casillas o retroceder según sus intereses generales del juego que sólo él tenía en su mente de niño. Cuarta; dejarse llevar. Tú limítate a tirar los dados. Ya Joan dirá.

Descubrí, allí tirado en el suelo, junto a Joan, que lo importante no era ganar. Que daba igual cinco que dos. Que no importaba el orden. Descubrí algo de Joan. Era sólo un niño que quería jugar. Y no sólo jugar.

Cuando su padre llegó a recogerlo él solo quería que su padre estuviera orgulloso de él:
- A éste -señalándome a mí- le he ganado tres veces.
El padre me miró y sonrió. Joan no cabía en su cuerpo. Era el campeón mundial del juego de la oca más difícil del mundo mundial sin saber que yo había ganado tanto o más que él cuando se fue. 

Había perdido tres partidas. Pero había ganado un amigo.

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