sábado, 26 de diciembre de 2020

Cárcel de caricias

No sé como besa, ni como ama. No conozco sus formas de querer. No me sé sus miedos, sus caídas. Todos los 'no' que le vendieron en una bonita cajita de regalo. No sé como son sus domingos, sus no tengo ganas de nada. La vida, que no sé ni como la siente, ni como la vive. La incertidumbre que se viste de seda y me seduce cualquier última conexión suya, cualquier dejarse leído que lleva su nombre, cualquier volverle a ver. Y me tiene rompiendo folios en blanco, escribiendo al aire para matar su ausencia, para paliar la espera.

Quizás sea eso lo que me atrajo de ella. Que no sé nada. Y probablemente eso lo es todo. Así la idea que tengo de ella cobra más fuerza, cobra más interés. Consumiendo mis deseos en busca de encontrarme de nuevo con su boca, con sus ojos, con su cara. Quizás sea el desconocimiento lo que atrae bajo unas sábanas que aún no la conocen, que aún no huelen su perfume, ni reconocen su tacto.

Quizás por eso cuento los días. Que ya la ambición me cobra un tercer párrafo en busca de sus ojos. Un escrito que sirve para dejarme entrar en su habitación, sin llamar a la puerta, insconsciente, ella, de que estas palabras son culpa suya, de que estas frases, cuando venga, le van a escribir muchísimo menos añoranza y más intencionalidad. 

El amor que se enamora tarde, lejos y en silencio. ¡Qué tontos fuímos! Amor tardío que promete una vuelta de campeonato. Vendiéndole a cualquiera de mis ilusiones unas ganas que no conocían desde el último infiel delito. Que ya no importa que se haya ido, que ya no importa cuál era el destino,

Porque he aprendido que cuanto menos pienso en como será,

Mejor fue.

Como la última vez que la vi reír,
La última vez que la vi,

Ahí es cuando empecé a escribirle.
Ahí es cuando empecé a echarla de menos,
Cuando su presencia fue musa,
Cuando su ausencia es cárcel de caricias.

Y yo libre de besos.
De versos,
De amor.

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