
Desde aquella noche nosotros, lo que quiera que fuéramos antes de vernos, ya no somos. Lo digo porque ya no medimos las distancias en metros. Que tú y yo no estamos a setecientos catorce kilómetros. Que ya no es que sea ganas de volvernos a encontrar sino que es que ni si quiera se puede llamar velocidad. Que ya no es espacio partido por tiempo.
Desde aquella noche, lo que quiera que pensáramos antes de despedirnos, ya no se piensa igual. Que ya no es amor lo que se pide, sino compañía. Que ni si quiera rozamos besos, y ahora mismo mataríamos por probarlos. Ahora lo que estamos incitando es a la frecuencia. La frecuencia con la que te escribo, la frecuencia con la que apareces por aquí, o por mensaje privado, la frecuencia con la que tardas en contestar. Al fin y al cabo frecuencia.
Quererse a un par de unidades de longitud que van a quedar establecidas nada más que te termines de leerte este texto. Que estamos a dos de rozarnos los labios. Estamos a dos de acabar en cama. De pasar una noche de desenfreno. Estamos a solamente dos de ropa tirada en el suelo. A dos piernas salvajemente apretadas contra todas nuestras ganas. A mañana de desayuno en cama. Estamos, de querernos, a dos, solamente a dos.
Porque tú y yo estamos a dos milagros.
A dos malditos milagros...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe bonito...