viernes, 3 de agosto de 2018

Usurpadora de sueños

Recuerdo el día que nos conocimos. Mostrándote sin previo aviso bajo el pseudónimo de simpática. Con una sonrisa que no engañaba. Recuerdo que fue en una noche calurosa de verano. Porque sí, siempre apareces en el estío. Con otro cuerpo, con otros ojos, con otro nombre. 

Sin preguntar nada me seguiste bajo unas siglas que dedujiste que era mi nombre. Yo te buscaba las heridas. Tú me besabas la calma. Yo me recomponía en tu boca y tú me robabas los sueños. Al final nos perdimos, probablemente, en eso que llaman tiempo.


Yo creo que nos faltó soledad. Pero soledad de la buena. Esos cinco minutos de castigados contra la pared. Donde no hubiera más que nuestra mirada. Darnos de luces contra un espacio donde el silencio se apoderada de nuestros cuerpo. Yo creo que lo que nos faltó fueron palabras. Las tres magníficas del amor postmoderno:

La primera , aquí, ya, ahora. Nos faltó presente. No lo hubo. Ni nos dejaron, ni se dejó provocar. Seguro que ahora mismo estaríamos leyendo esto en un sofá. Pero me robaste el indicativo del verbo estar. Que ya no era ni primera persona del plural.

La segunda magnífica: Nos faltaron besos. Que besos que no se dan, corazón que no se siente. Y eso que aun guardo un grato recuerdo de tus labios, pero en absoluto nos dejamos engañar por el tacto. Nos faltó tocarnos. Porque de haberlo hecho, hoy, seguramente, ni estaríamos leyendo.

La tercera y última. Nos faltaron sueños. Porque siempre vienes, me lo das y todo me lo quitas. Ladrona de sentimientos. Siempre guardando los tuyos al laíto de los míos. Siempre escondiendo los tuyos y mostrando los míos. Usurpadora de sueños, que cuando venías sonriendo yo ya soñaba contigo. Que cuando rozaba la idea de quererte, tú ya me quitabas del medio.

Conjugadora del verbo soñar, que siempre me lo dejas en un pretérito imperfecto. Porque cuando ambos soñábamos, tú eras más mía,

Yo era más
 nuestro.

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