
Estaba para ti. Con toda la intención y el arrebato de provocarte una vez más. Con su nombre de remitente, iba exclusivo dirigido a ti. Con la tinta borrosa de haberte querido escribir muchas veces. Con la premisa y la esperanza de ser devuelto. Con la imaginación de haberse leído felices. Con todo el tino de haberse destinado a tus labios sin previa respuesta. Estaba sellado a tus comisuras, con cariño, bien rojo, y un atentamente muy marcado.
Estaba. Que te lo dejó caer. Que se molestó. Lo que quiero decirte es que fue a buscarte y te encontró. Costara lo que costara, estuvieras donde estuvieras. Bajó dos o tres renglones de su agenda y marcó el tuyo. Te tocó con las yemas de sus dedos y con miedo lo envió. Te lo envió.
Que era tuyo, que estaba para ti. Que en ese momentito tonto, no había otra persona más que tú. Miles y miles de estrellas y fue a buscar la tuya. Y te la bajó. Y te dijo, aquí estoy. Aquí estoy para ti.
Y esperó. Minutos, días, meses. Y ahí estaba. Buscándote otra vez. Jugándole al destino, arriesgando no volverte a ver. Y tú no estabas ahí. Y tú no eras para siempre. Y tú no eras la de los buenos días.
Y tú no estabas. Ni con intención ni curiosidad. Tú no lo vistes llegar para quedarse. Le agradeciste el gesto con una bonita sonrisa. Y fuiste a los hombros de otra esperanza. Y te imaginaste que él siempre estaría para ti. Ahí escondido entre tu agenda. Ahí estaba esperándote. Con miedo a molestar.
Y estaba. Y te lo dejó caer. Que no fuiste a buscarle ni a dejárselo caer.
Ni te tocó con las yemas de sus dedos. Ni le diste una señal.
Una maldita señal.
Y estaba ahí.
Estaba.
Aquí.
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