Le guardo el secreto sin nada a cambio. Los silencios de allá más de dos años se esconden entre cualquier vistazo a sus fotos en el Caribe. La recuerdo de aquel verano donde vinimos de una primavera donde le dedicaba versos. Recuerdo sus ojos marrones invitándome a algo más que una copa. Desaparecimos porque el destino no tuvo el valor de alargar las horas de los días de aquel estío. En una botella lanzada a aquel océano
Atlántico, recuerdo haberle dedicado mi último adiós. Le abracé poco en ese aeropuerto, y me arrepiento de no haberle dicho que no me soltase.
Atlántico, recuerdo haberle dedicado mi último adiós. Le abracé poco en ese aeropuerto, y me arrepiento de no haberle dicho que no me soltase.
Le guardo el secreto bajo la promesa que jamás lo contaré. De que no fuimos pero que nunca seremos. La promesa de que hubo un tiempo para aquello que, en su piel morena, salada por el mar y con brillos de un sol que secaba las gotas de agua de mar, no probaremos jamás.
Sí la recuerdo aún. Porque no hubo mayor aventura vivida en estas viejas maderas la vivida aquellos días, con su boca pidiendo guerra, mis ganas consumidas en aquellas pecas, su olor a vainilla en aquella habitación de hotel. Nunca fuimos, por si te habías olvidado, pero es más, es que si quisimos, nunca nos lo contamos.
Como el mayor amor jamás contado, o la historia que nunca se besó. Y la idea de haberla rozado cobra fuerza cuando pasan los años y no hay ojos marrones que la empaten. Porque empatamos a todo. Perdimos la oportunidad, pero ganamos tiempo.
Tiempo; el único que podría decirnos si al atracar en otro puerto, volveremos a encontrarnos. Quizás en otra isla, en otras Canarias, pero con la misma idea de haberte querido a escondidas.
Como si jugásemos al escondite y fuera ganando yo.
Cuando en realidad,
te perdía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe bonito...