sábado, 22 de octubre de 2022

El amor mata

Mil pecas recorrían su pecho. Una galaxia que supe apreciar a la luz de una noche en su habitación. Su ventana medio abierta, su ropa medio quitada. Su cama semidesnuda. Cualquier silencio era mejor que cualquiera de estas palabras sueltas. No recuerdo cuando caí herido al borde de sus labios. Otra guerra a la que voy sin ser llamado a filas. En algún parte médico apareció mi nombre, mis promesas, mis miedos.

Me aferré a un espacio infinito. Y allí me perdí. Su conversación de Whatsapp era la tierra que había que repartir en el Tratado de Tordesillas. A trescientos setenta leguas de su último adiós. Una línea imaginaria trazaba el borde de su adiós. Y no supe ver más allá de sus venenos. Y me curaba con sus propios besos. Que bien supo hacerme su amor. Que mal nos quisimos. Que mal nos dejamos querer. Que ninguno echaba de menos la compañera, sino la compañía. Y nos daba igual firmar bajo un pseudónimo que ahora entendimos.

Pero contra más se acercaba el final, más estrechábamos los límites de cordura. Y ya no había ropa, ni noche. El tiempo roto, la cama se hacía pequeña, sus manos recorrían cualquier mapa de mi cuerpo, y la estrategia no era otra que cruzar ese Atlántico. Aunque nos costara la vida, aunque nos robaran las almas. 

Suave, ni una curva sin pasarse de frenada, a cualquier lunar le rendimos un homenaje. Que implorabas a Dios siendo atea. Sexo bajo un cielo de mentiras que inundaban nuestras heridas. Ahogadas bajo el fin de una resistencia. Con la conciencia de paseo, el amor apagado como una colilla en un cenicero. Que el amor mata.

Así de lento.

Porque no era amor.

Porque no eras amor. 

Ni me lo hacías lento.

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