Ojalá ser tu verano. Y mojarte el pelo, ser la gota de agua salada que recorre cualquier esquina de tus labios, broncearte la piel, darte un sol que no necesitas pero tanto demandas. Ojalá me pidas con las mismas ganas como lo pedías un 21 de marzo. Donde yo empezaba una primavera, donde tú me rechazabas las flores, cualquier zalamería, cualquier principio de un posible infinito.
Porque estabas en otra estación, en otro intervalo de tiempo. Aunque en la misma habitación, yo no te escuché pedirme un hueco en aquel colchón. No había distancia sino salto de dimensión. Y ninguno de nosotros en la misma magnitud, aunque sí, en el mismo espacio.
Por eso quizás algunos escriben y otros leen. Por eso unos saben lo que es el amor, aunque nunca lleguen a ser verano. Porque nunca fueron aquella estación de alguien.
Como aquellas flores de primavera.
Que te sacaron una sonrisa.
Y que a mí me supo a verano.
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