domingo, 12 de abril de 2020

Burriana

Siempre he sentido este nombre como un azaroso colchón de mis sentimientos. Más de una vez he caído entre sus brazos. Y puedo decir que no lo conozco, que nunca he recorrido sus calles, que nunca le he besado. Quizás sea la ilusión de volver a escucharlo lo que me hace preguntarme si hubiera otra forma de amar a las que ya he conocido.

Me suena a abrazo. Y es que, cada vez que nos hemos fundido en uno, no nos hemos querido soltar. Sabiendo además que después vendría un largo periodo de tiempo sin vernos, sin hablarnos, sin tocarnos. Me sabe a cerveza, a compañía, a risas. Y me puse a recordar y me di cuenta de que no me dio ningún mal recuerdo.

Pero Burriana me sabe también a distancia, a la maldita distancia, a folio en blanco, a cosas en el tintero. Y entonces me aferra a la duda de si debiera tocarle los labios, si debiera ser osado, atrevido, aventurero. Y hacer noche en sus tabernas, en sus miedos. Que siempre he pensado que pudiera ser compañera, vida, deseo, izal.

No sé, quizás, como le dije en algún texto, Burriana siempre ha sido sinónimo de irse. De amor que se va. Que siempre que hemos coincidido en el tiempo hemos sido de habernos dejado leído mucho tiempo, y que ya el destino dirá. Quizás Burriana sea escapatoria, vía libre a probarse de verdad. 

Burriana me sabe a promesa, promesa de nunca fallar. Que sin alardes ni florituras, ha estado ahí para sonreírme una vez más. Sin pedir nada a cambio, nunca, ni si quiera cuando más le podía dar. Quizás Burriana sea eso, el sitio donde saben guardarme contra todo mal, donde saben cuidarme de verdad. Y choca con la idea de que cada vez que nos hemos cruzado todo ha sido tan efímero, que como es posible que pueda dedicarle tres o cuatros párrafos más.

No sé, quizás Burriana sea ella,

Y su sonrisa cuando nos volvemos a encontrar.

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