
Así siento tus días de después, que cuando mis ojos ya no te miran, mi boca ya no sabe de qué hablar. ¿Qué le habremos hecho a los dioses que cuando más nos desnudábamos en alma, más te alejabas en cuerpo? Siempre hemos pecado de tontos. Queriéndonos proporcional a la distancia. Aliada del tiempo para decirnos, cuando él diga, y no cuando nosotros queramos.
Nosotros, que hemos sido siempre de abrazos largos. Así recuerdo tus noches. De abrazos muy dados. De abrazos muy devueltos y bien merecidos. De esos que se aferran a la ropa con fuerza, arañando los últimos segunditos de nuestro ser.
Y es que siempre nos vemos irnos. Cuando el deseo es todo lo contrario. Que pareciera que no estamos hechos para enamorarnos sino para, volvernos a enamorar. Somos de perder el norte, y encontrarse en cualquier parte, en cualquier
lugar. Alejados de cualquier bullicio que etiquete lo que fuere esto. Somos, como me gusta pensarlo a mí, de amores de instantes. De amor fugaz.
Amor que lo entretenemos entre visita y visita con algún escrito, con un haberse dejado leído, añorado. Haciendo correr los meses de la misma manera que corría la cerveza, las miradas, las indirectas y todos esos 'no' que nos vendieron a la cara. Porque nos hemos hecho inmunes a olvidar. Que siempre que me has prestado tus brazos han sido para envolverlos con los míos, para fotografiarlos sin instagram. Pero con un gran remordimiento de conciencia.
Y tú, la que siempre te vas.
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