Dos latas en la arena, y un paquete de pipas descorchando gustos, viajes, destripando hobbies, devorando sueños, alimentando risas, bromas, zalamerías, vergüenza, timidez, miedo al amor, diferencias, suspiros que pedían frenar el tiempo, las olas. Rodeados de gente y sin embargo, parecían disfrutar solos, sin preocuparse más allá de la mirada del otro. Allí había colores de dorado en sus labios, esmeralda en su mirada y diamante en su forma de frenar. Porque nunca supo tan bien el conocerse con un reloj de arena marcando lo que todo verano pretende acabar.
Incomprensibles las ganas, el buscarse, que nunca una toalla pudo delimitar tanto apego. La arena invadía el borde de un cariño que sólo supo expresarse en forma de querer estar. Al tiempo no se le pidió más que contase como es habitual; de uno en uno, despacio, con la idea de aprecio concebida como la de comerse un helado, saboreando las partes más dulces, mordisqueando cualquier diferencia entre el frío y los dientes, y aunque alguna vez se pecase de pasado, el presente invadió cualquier atisbo de prometerse cualquier cosa que no se pudiera cumplir en esos cinco minutos entre bromas, preguntas y anécdotas que derretían en miradas al suelo, timidez inocente, encontrar un hueco en cualquier espacio dejado para dejarse llevar.
Recuerdo que la añoranza navegó por la escena final, y aunque no fuese amor de verano, merecía un hueco en cualquier párrafo de haberse esperado encontrar algo bonito sin rozar cualquier atisbo de amor, en letras de cariño de verano, convirtiéndose en algo difícil de borrar. Me imagino que no fue el momento para besarse los miedos, para darle rienda a una casualidad, serendipia, encontronazo, digna de merecerse quizás otro final,
U otro verano,
O cualquier época del año, donde se nos quedó en el tintero, entre otras cosas
Un paquete de pipas aún por acabar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe bonito...