martes, 13 de septiembre de 2022

El síndrome del corazón roto


No nos merecemos tantos quizás. Así podría resumirse el epílogo. Si lo piensas, ahí hemos estado casi todos. Al borde de unos labios que nunca te llegaron a besar, y que, si alguna vez lo hicieron, no era precisamente con tu misma intencionalidad. 


Armados hasta los dientes, y con cicatrices aún por curar, ahí fuimos en busca de otra batalla más. A un siglo donde importa más lo que se fotografíe que lo que se ame. Donde la responsabilidad afectiva nos la pasamos por el forro según nos venga en gana. Al castillo de los likes sin permiso, de lo siento sin sentir, de todas esas fotos sin un nosotros como intención.

No recuerdo haber amado sin querer. Y ya hablo por mí. Sin poner la mano en el fuego por nadie, porque de seguro, en estas líneas me iba a quemar. Nunca jamás, hemos dicho te quiero en vano. Siempre que hemos sentido ahí hemos ido, en busca de una travesía sin fin. Aunque fueran cantos de sirena, aunque el casco del barco estuviera roto, aunque nuestras velas estuvieran deterioradas de tanto viento, de tanta sal. Ahí hemos ido en busca de todo menos de un final.

Recuerdo como llegaba a mis labios hace ya algún verano atrás. Con prisas, como si el tiempo fuera acabarse en esa estación. Como si no quisiéramos otoño, como si no quisiéramos perdernos de vista y poner un culpable ajeno a los dos. Culpar al tiempo, al calendario, al domingo, al sol. Recuerdo la conversación palmo a palmo, cada pausa, cada expresión, cada palabra. Ninguno en tierra, ambos a la deriva de cualquier pequeño detalle que cambiara el rumbo, que rompiera el timón. Recuerdo la cogida de manos, su parada para besarnos, sus labios casi pidiendo perdón.

Buscaba algún herido de amor. Algún escrito más. Saciarse de tanto piropo, de tanto que la buscaran, de tanto dejarse rogar. Como si fuera para encontrarla, tener que ir a Venus. Como si fuera diosa del amor. De ahí que la afección cardiaca lleve siempre un nombre propio en la guantera, un perfume, una frase, un dolor. En este mundo, donde nos hemos empeñado en dibujar el amor con un corazón perfecto, va la vida y nos devuelve un diagnóstico sin cura, una parada cardio-respiratoria, y que encima, requiere operación.

Mi sonrisa les cautivó. Ellas escribían con miedo a que sus palabras se hicieran realidad. Teníamos miedo al amor, decían. Nunca les dije que hablaran por ellas. Nunca les dije lo mucho que las quería. Ni la de veces que borré todas estas palabras en sus conversaciones de whatsapp. 

El síndrome del corazón roto. 
                        Tiene cura.
                                 El día que vocalices 'contigo'.

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