martes, 5 de febrero de 2019

La pequeña historia de cuando se contagiaban los bostezos

Tonta ella, que siempre lo buscaba a altas horas de la noche a romperle el sueño sin estropear ninguno de los ya soñados. Tonto él que se dejaba soñar, se dejaba molestar y se dejaba querer. Recuerdo cuando caminabas cerca mía cuando desconocías el lugar, y agarrabas la mano con fuerza como si te fueras a caer. Ahí supe valorar la confianza, ahí, me sentí, escudero de tus mil batallas. Ella princesa, guapa, de ojos que colorearé en el siguiente párrafo. Él, roto de amores, pobre de galones, rico de ilusiones.

Me acuerdo que siempre venías con ojos verdes a romperme los esquemas. Dibujándome locuras en el lienzo de mi cordura. Cuando, como una niña chica, empezabas a relatar con prisa todos tus planes por cumplir. Y en todos me incluías. Tonto él, que se dejaba llevar. Tonta ella, que se dejaba ir.

Y vi como, tan independiente ambos, nos buscábamos a cualquier hora para decirnos que nos echábamos de menos. Que no pasaba el tiempo sin haberse querido un rato. Y que empezamos a valorar, sin besos, todas las caricias que nos deseábamos sin tocarnos. Ahí supe lo que es el amor. Quererse sin medida, con mucho miedo. Querer estar, más que haber estado.

Y me acuerdo de la primera vez que te llamé pequeña. La de veces que dibujé tu sonrisa con un dedo por encima de tus labios. Me acuerdo de la rabieta posterior a mis cosquillas y la almohada que volaba sin maldad en busca de venganza, a devolverme de un noble empujón lo que acabó en una cama sin complejos. Ahí le hicimos el amor a las ilusiones, ahí fuimos del otro sin remedio.

Y entonces, para quedarte dormida, me pediste un cuento. Y te conté la historia de cuando se contagiaban los bostezos. De cuando ella se quedó dormida, cuando él, con sueño, le contaba todo lo que pasaron juntos antes, de fundirse en un temprano te quiero.

Tonto él que la miró toda la noche hasta quedarse dormida. Tonta ella, que leyó hasta el final este texto.

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