
Me acuerdo de mí. Mucho. Hasta tal punto que si te hablo me da la sensación que aún somos. Que aún estamos. Me acuerdo de mí, en esos momentos donde cometimos las típicas locuras de adolescentes. Me acuerdo de la piscina, de la fría Granada, de la agenda garabateada con nuestras aventuras. Me acuerdo de mí, buscando un hueco en tu cuarto, en tu cama, en tu mesa. Me acuerdo de tu último sujetador azul añil. Y de tu boca pregúntandome si era bonito. Me acuerdo de mí, callado. Buscando con mi mano cualquier zona de tu piel erizada.
Me acuerdo muchísimo de mí en tu cuerpo. Me acuerdo de mí y de tus besos. El binomio perfecto contra todo mal, contra todo pasado. Y me acuerdo de mí cuando empecé a fallar. Cuando no tuve el valor de. Cuando no fui lo suficientemente maduro para volverme a enamorar de ti. Y se me viene a la mente el peor yo dándote tus mejores lágrimas. Y me acuerdo de todo lo que aprendí escribiéndote cada dos días.
Por eso yo hoy, estoy acordándome de mí. Muchísimo de lo que era nuestro. Y no he podido separar. Me he acordado de mí.
Tanto como de ti. Y en ese momento es cuando paro de escribir. Porque si hubo un día que te escribí bonito, esos fueron todos aquellos en los que me acordé de mí...
De mí, contigo.
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