domingo, 8 de octubre de 2017

Ana

Nombres. Al final de lo que se trata es de ponerse nombres. De etiquetas puestas al azar con tanta finura que el destino se encarga de enlazar. Una coincidencia como cualquier otra de la que si no estuvieras aquí leyendo, sería carne de cualquier libro de romances para olvidar.

Al final, uno se da cuenta de que en lo que fallamos es en eso de ponerse nombres. Nos minan los sustantivos. Con lo fácil que sería llamarnos como tal. Pues nada, estamos empeñados en el que si primera fase del "hola qué tal", que si ahora amigos, pareja tal vez, con derecho a, nos estamos conociendo, exnovio, mi primera vez. 

Llegan las noches y no sabemos a quien estamos besando. Y suena ridículo pero es que es así. A saber cuánta gente ha confundido a su amor, con su exnovia; su amor platónico con su amigo con derecho. A saber cuántos infelices hay ahora comiéndose los morros de cualquier amigo con derecho a. La cantidad de Marías, Marcos, Antonios, que están llorando solos en una cama cualquier relación estable, cualquier flechazo, cualquier rollo de una noche.

Nos mal llamamos muy mal. Y claro, cuando pretendamos ponerle adjetivos del tipo guapa, cariño o amor, ya no suenan igual. No conjugan ni con las ganas. El amor se va como anónimo. Y entonces cualquier nombre que nos pusimos, cariño, se olvida.

Como decía antes; con lo fácil que es llamarse por su nombre. Empezar a querer nombres y dejarse de tanto vocabulario inventado. Lo que digo es que, si quieres querer, empieces poniédole nombre propio. Que si es propio algún día no tendrás la necesidad de inventarse cualquier otro más común. Cualquier otro que suene a cualquiera.

Que si de verdad te importa, a eso que llamamos amor, ya no tendrá otro nombre más que el que le regaló su madre al verla nacer. Y ese debe de ser tu objetivo: quererla todos los días como si fueras a olvidarte de su nombre.
Se trata de dormirse junto a, no acostarse. Se trata de mimar, no tocar. Consiste en que todas las noches tengas ganas de abrazar su nombre. Se trata de quererse, sin etiquetas ni pantomimas del siglo XXI. Amor sin adjetivos pero con el nombre propio muy marcado. Quererse jodidamente bien. Enamorarse de un nombre, más que del hombre o mujer.

Sólo es eso, un puto nombre que tengas ganas de repetir una y mil veces. A partir de aquí leerse muy despacito como este final de texto. De despertarse, no de volverse a acostar. Se trata de tenerse presente para un futuro de a cada dos minutos. Que es el intervalo de tiempo que se recomienda entre abrazo y abrazo de sofá.

Porque míranos, al menos, a partir de ahora, sabremos que leer antes de irnos a dormir.

Tú, todos mis escritos.
Yo, Ana. Nombre que le pone título a este texto.
A este nuevo capricho.
Hasta que llegue un día, en que queramos llamarlo amor.

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