martes, 24 de mayo de 2016

Es él

Es él. Esa fue la justificación que dijo cuando le preguntaron por su amor. La certeza de que estaba enamorada con dos simples palabras: Es él. No bastó más. Todos los que habíamos allí nos dimos cuenta de que no hacía falta ninguna coma, ningún punto, ninguna palabra más. Y ahí entonces entendí el amor.

Me di cuenta de que se casaban, no porque se querían, que también, sino porque eran ya, desde hace mucho, ellos. Juntos. Y no sólo ellos, es que eran ellos y dos personitas que habían unido por caprichos del destino en un hogar que ahora, a partir de ya, se podría llamar matrimonio.

Una palabra que a fin de cuentas, sobra. Porque si se quieren que más da como se titule. Se quieren, y
no del sinónimo amarse, sino que se quieren cuidar, que se han propuesto educar en armonía, dar vida, luchar, como lo venían haciendo pero ahora ya sin armas, más que las manos y ganas. Empezar a mimar el detalle de darse un buenos días más. A partir de ya, se han propuesto ser un "nosotros" muchísimo más fuerte que cualquier "tú y yo".

Me di cuenta de que a veces lo importante no es quererse, es soportarse. Que en los peores momentos siempre haya una tregua que cicatrice. Un alma casi gemela que nos bese tanto como nos regañe. Me sorprendió su entereza cuando pronunció con dos palabras todo su amor. Y como lo personificó en décimas de segundos en aquel hombre que a pocos días de estas letras le había pedido formalizar lo que ya era casi un hecho. 

Que era él. Que era ella. Y que por consiguiente, si el amor de sus vidas tuviera conjugación, la única sería esa:

Sí, quiero.

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