domingo, 12 de octubre de 2025

Corazones Blancos

Desde chico nos han vendido el amor con un corazón relleno completo de tonos rojos, rosas, y algún traicionero corazón verde disfrazado de esperanza. Desde bien jóvenes, nos hemos ido al amor, con lo puesto y, miedo a que faltara, miedo a la escasez y miedo a la guerra, hemos colmando las almenas de los castillos de regalos, engalanándolos de flores, de frases bonitas, de cuentos de princesas, de sinfines de tesoros que luego acabaron en el baúl de una mudanza que nadie pintó de rojo, que a nadie le supo a rosas, que pecó de falsas esperanzas.

Escribo esto con un sentimiento y con la sensación de que todo lo que he escrito de amor hasta ahora, era mentira. O al menos, el que recibí a contrarrembolso de todo aquello que nunca supo darme mi nombre, mi sitio, mi lugar. Que conforme más escribía de amor, menos sabía del mismo. Y siempre era la diana, el blanco de cualquier decepción, de cualquier falta de respeto, de cualquier deshonra. Esa sensación de estar contando una mentira que incluso yo mismo me la creía. Y me he dado cuenta ahora, después de tres mil y pico escritos creyéndome que el amor era de corazones que tenían que ser pintados por obligación. Y no. El amor es de corazones blancos.

Culpable ella, que me hizo ver, que cuando dibujas un corazón no hace falta que lo colorees. Porque no importa el adorno, sino la línea aquella negra que nunca debe ser borrada, rota, cortada o torcida. Culpable ella, que cuando me devolvía los corazones, me los devolvía con un tono de paz, que para mí llegar a su boca es aparcar la rutina, la guerra, la espada, y refugiarme en aquello que llamamos hogar.

Me hizo ver que, lo bonito de las fotos son las miradas y no el enfoque, que los planes eran fáciles, de pocos colores, y que la compañía prevalecía ante cualquier tinte de lugar, de dinero o de planteamiento. Ahí supe valorar el amarse con un blanco tranquilo, con la serenidad que da, estar lejos y saber, que cuando vuelva, el corazón seguirá ahí, intacto, blanco como lo dejamos, sin una mota de polvo, sin ningún problema que incite a la guerra, a cuchillo entre los dientes, a resquebrajarse o a pintarse con rayones, por tal de tenerlo coloreado.

Ella me enseñó a que lo simple, le gana a cualquier parafernalia que luego no supimos ponerle nombre. Una vez más el blanco ganando en cualquier batalla de colores. A tomarnos los días como cualquier lunes al sol, y respetar la paz del otro por encima de cualquier ego, de cualquier sábana, de cualquier capricho.

Quizás no me ande explicando bien. Lo que quiero decir, es que ella me enseñó a pintar los corazones de blanco cuando yo me he pegado una vida pesando que contra más color, más amor. Y resulta que no, que el amor es fácil, que el amor es simple, y que el amor es de corazones blancos.

El que me manda ella cuando se va a dormir,

Y el que me guardo yo cada día, 

            sin pintar,

                     para que al siguiente,

                        sea más bonita la idea de querer pintarlo juntos,

                            que el hecho en sí de colorearlo. 

Por eso os digo hoy, que el amor es de corazones blancos, de ella tranquila calmada en mi pecho donde guardo el mío, a punto de quererla otro día, y mil corazones más,

                                                                                                             Que guardo con ella, aún por pintar.

lunes, 31 de marzo de 2025

Una premisa pirata


Algún día, pensé, tendré que romper la pluma. Marchar de este lugar y alejarme de cualquier atisbo de querer por escrito, de sentir mientras la imaginación fluía por los pensamientos. Imaginé que no todo dura para siempre y me hice a la idea, o más bien, me mal-enseñaron a que todo tiene un final.

Nunca he creído en cantos de sirena y siempre que unos labios bonitos venían rogando cariño, yo iba y le daba el doble de distancia, el triple de desconfianza, el cuádruple de excusas y un infinito de letras por miedo a hablar.

No supe bien como llegué a esta isla, atraqué, después de mil motines en alta mar, de infidelidades rotas como las velas de mi barco, de mentiras como tripulación y ahí estaba, de pelo rojizo y suave piel, hablándome en otro idioma. Me escribía, sin ser poesía, con ganas. Con el mismo brillo en los ojos que yo fui perdiendo en cada atardecer de anteriores veranos.

No su insistencia, pero sí su querer estar, sus labios, su historia, y sobre todo, su verdad, me cautivaron nada más llegar. Me escribía cartas cada día que yo respondía con misivas de ida y vuelta y conforme su perfume se colaba en mi habitación, más quería de ella.

Se me olvidó lo de romper la pluma, la de miles de naufragios en otras aventuras, su idioma no era el mío, pero no me importaba, sabía que, sin ser la misma lengua, era todo lo que queríamos escuchar. Daba igual inglés que álgebra, verbos irregulares o ecuaciones de Laplace. Entonces cogimos rumbo a la mar. Y allí con viento en contra y alguna ruta sosegada, aprendo su idioma cuando echamos el ancla en cualquier puerto a descansar.

Mi brújula, mi norte, mi horizonte. Mi amiga, mi pareja. Que me vuelve a poner la pluma en la mano, para que le escriba en mi idioma. Mientras ella, que quiere leerme, va y me lee. Como obsequio de cumpleaños, de vida, de querer querer.

Me consume como si fuera su chocolate de las Indias, el tabaco de América, la seda de Asia, una nueva ilusión, un nuevo regalo, y me pide:

Amor, algún abrazo acompañado de besos y un café. Otro idioma que nunca me enseñaron. Que nunca tuve tan cerca. Del que nunca sé muy bien como escribir.

Del que, si no supiera que lo estoy viviendo, pensaría que estaría en otra historia de ficción inventada por mi imaginación incauta y no, por el realismo de sus besos, de sus caricias, de cualquiera de sus cabellos rozando mi pecho.

Me falta tiempo para escribirle y me sobran palabras para dedicarle un texto. Nunca me ha vendido un final, ni me invitó a un principio, y desde que navegamos por el océano, desconozco su misión, ni su punto en el mapa. No sé donde tiene la equis que marca su tesoro, y empiezo a sospechar, que buscamos lo mismo y no es dinero ni plata.

Quizás la compañía era otro idioma que nunca supieron bien expresárnosla. El amor es un diccionario desordenado que nunca acaba. A veces, te encuentras con palabras bonitas. 

Otras, te encuentras a ella. 

Y en la vida pirata, quien encuentra un tesoro, si lo cuidas, se lo queda.





No me cuidó.