Escribo esto con un sentimiento y con la sensación de que todo lo que he escrito de amor hasta ahora, era mentira. O al menos, el que recibí a contrarrembolso de todo aquello que nunca supo darme mi nombre, mi sitio, mi lugar. Que conforme más escribía de amor, menos sabía del mismo. Y siempre era la diana, el blanco de cualquier decepción, de cualquier falta de respeto, de cualquier deshonra. Esa sensación de estar contando una mentira que incluso yo mismo me la creía. Y me he dado cuenta ahora, después de tres mil y pico escritos creyéndome que el amor era de corazones que tenían que ser pintados por obligación. Y no. El amor es de corazones blancos.
Culpable ella, que me hizo ver, que cuando dibujas un corazón no hace falta que lo colorees. Porque no importa el adorno, sino la línea aquella negra que nunca debe ser borrada, rota, cortada o torcida. Culpable ella, que cuando me devolvía los corazones, me los devolvía con un tono de paz, que para mí llegar a su boca es aparcar la rutina, la guerra, la espada, y refugiarme en aquello que llamamos hogar.
Me hizo ver que, lo bonito de las fotos son las miradas y no el enfoque, que los planes eran fáciles, de pocos colores, y que la compañía prevalecía ante cualquier tinte de lugar, de dinero o de planteamiento. Ahí supe valorar el amarse con un blanco tranquilo, con la serenidad que da, estar lejos y saber, que cuando vuelva, el corazón seguirá ahí, intacto, blanco como lo dejamos, sin una mota de polvo, sin ningún problema que incite a la guerra, a cuchillo entre los dientes, a resquebrajarse o a pintarse con rayones, por tal de tenerlo coloreado.
Ella me enseñó a que lo simple, le gana a cualquier parafernalia que luego no supimos ponerle nombre. Una vez más el blanco ganando en cualquier batalla de colores. A tomarnos los días como cualquier lunes al sol, y respetar la paz del otro por encima de cualquier ego, de cualquier sábana, de cualquier capricho.
Quizás no me ande explicando bien. Lo que quiero decir, es que ella me enseñó a pintar los corazones de blanco cuando yo me he pegado una vida pesando que contra más color, más amor. Y resulta que no, que el amor es fácil, que el amor es simple, y que el amor es de corazones blancos.
El que me manda ella cuando se va a dormir,
Y el que me guardo yo cada día,
sin pintar,
para que al siguiente,
sea más bonita la idea de querer pintarlo juntos,
que el hecho en sí de colorearlo.
Por eso os digo hoy, que el amor es de corazones blancos, de ella tranquila calmada en mi pecho donde guardo el mío, a punto de quererla otro día, y mil corazones más,
Que guardo con ella, aún por pintar.